The Good Shepherd
Dir. Robert De Niro | 167 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Matt Damon (Edward Bell Wilson), Angelina Jolie (Clover/Margaret Ann Russell), Alec Baldwin (Sam Murach), Tammy Blanchard (Laura), Billy Crudup (Arch Cummings), Robert De Niro (General Bill Sullivan), Keir Dullea (Senador John Russell), Michael Gambon (Dr. Fredericks), Martina Gedeck (Hanna Schiller), William Hurt (Philip Allen), Timothy Hutton (Thomas Wilson),
Joe Pesci (Joseph Palmi)
Estreno en Perú: 10 de mayo de 2007
Tras varios filmes intrascendentes y muchísima experiencia ganada, Robert De Niro se ha aventurado nuevamente en la dirección con esta elaborada visión del surgimiento de la CIA. Cuadro de toda una era, a partir de un guión de Eric Roth, el cual estuvo dando vueltas por mucho tiempo sin recibir luz verde. El camino que sigue en The Good Shepherd es obviamente más maduro y ambicioso, cosa que deja bien en claro desde la concepción misma de la película en estructura y tono. Matt Damon compone de manera eficaz a este personaje de apariencia ensimismada pero con más secretos de los que pensarían los que lo rodean. La película juega con esa apariencia ligeramente monolítica para dejar sentada, sin mayores aspavientos, todas sus ideas sobre los mecanismos de la sagrada institución que los protege (o manipula).
Tras varios filmes intrascendentes y muchísima experiencia ganada, Robert De Niro se ha aventurado nuevamente en la dirección con esta elaborada visión del surgimiento de la CIA. Cuadro de toda una era a partir de un guión de Eric Roth el cual estuvo dando vueltas por mucho tiempo sin recibir luz verde. La radiografía de ese específico momento según éste, se encuentra visto a través de la perspectiva personal de uno de sus miembros. La historia del reservado y minucioso Edward Wilson se desarrolla como todo el motor de las ideas demócratas de sus creadores. Se trata de una película sobria pero sombría, clásica pero distanciada a la vez. Un película de largo aliento y relativamente modesta en la que el gran Bob se ejercita como narrador eficaz, preciso y conciente de las posibilidades de su film. No es claramente una película denunciatoria ni tampoco un vehículo que se preste para la elaboración milimétrica de un documental cargado de datos, o una multireferencial epopeya a lo Oliver Stone, que repasa cuantos recovecos se hallen en el lecho de un acontecimiento histórico. Este nuevo film de De Niro es parco y funcional en ese aspecto, pero también mucho más refinado y logrado que su primera incursión tras cámaras titulada A Bronx Tale, realizada allá por 1993.
Como muy pocas veces en estos últimos tiempos, De Niro revela una coherencia y buen sentido cinematográfico a partir de este empeño en el que de alguna manera intenta afirmarse como el personaje poderoso y de prestigio que se ganó por muchos (incluyéndome) el título de “el mejor actor de su generación”. Su película anterior era una sencilla y nostálgica historia, a medio camino entre el homenaje a su Little Italy y a sus aventuras scorsesianas. El camino que sigue en The Good Shepherd es obviamente más maduro y ambicioso, cosa que deja bien en claro desde la concepción misma de la película en estructura y tono. Edward, el protagonista es un personaje de buena voluntad pero de destino envilecido, así, casi subrepticiamente. Perteneciente a una clase social y política que le dejará las oportunidades precisas de acuerdo a su personalidad peculiar, Edward es discreto pero observador minucioso del mundo que lo rodea, leal y voluntarioso (a su modo) tanto como astuto y calculador. Las huellas de Marty permanecen presentes en este personaje arrastrado casi hasta por el azar (inexistente para el poder) hacia ese mundo sigiloso que le resulta tan cómodo pero que terminará aprisionándolo, como compromiso asentado mediante juramentación (su entrada al tradicional mundo de la logia Skull and Bones).
La película se desenvuelve a dos tiempos. A partir de la fallida incursión americana en Bahía de Cochinos (en plena efervescencia castrista) y las sospechas sobre una filtración dentro del aparato de inteligencia, un Edward cansino irá dándonos a conocer los sucesos que lo involucran en esta “guerra sucia y silenciosa” desde muy temprano. Matt Damon compone de manera eficaz a este personaje de apariencia ensimismada pero con más secretos de los que pensarían los que lo rodean. La secuencia de la iniciación y su relato sobre el suicidio de su padre abre de manera precisa la manera en que se va desarrollando esa venta de su alma, despedazando la felicidad de los suyos a base de ese mundo controlado, de llamadas susurradas, de secretos guardados con el puño férreo. Wilson es partícipe central pero a la vez espectador distanciado, sus primeros y desconcertados afanes como buen ciudadano irán puliéndose hasta convertirse en todo un señor de las sombras, hombre tranquilo en apariencia pero que guarda un alma que refunfuña o hasta se lamenta. La película juega con esa apariencia ligeramente monolítica para dejar sentada, sin mayores aspavientos, todas sus ideas sobre los mecanismos de la sagrada institución que los protege (o manipula).
Por eso en la película nunca vemos el gran espectáculo de esos sucesos trascendentales en la historia desde la Segunda Guerra hasta la pugna con los soviéticos. Eras de destrucción y paranoia que se resuelven a nuestra vista de manera seca y funcional, tal y cual las contempla Edward, prácticamente con el dedo sobre el botón. Pacto siniestro que nunca es deseado como aquel escenario dantesco de otros retratos del poder. De Niro hasta parece hacerle guiños a The Godfather y toda esa cadencia parsimoniosa, reflejo de un mundo ennegrecido, trágico y aprisionante a la vez. Edward es un personaje complejo que incluso nos deja contemplar sus sueños (nunca delatados por boca) de querer optar por otro recorrido vital, por otro destino que es soñado y temido a la vez, como el que avista al lado de Laura (nada casual que sea una presencia que flota sorda por ese juego de murmullos y frases ocultas), muy distinta a la impetuosa pero sufrida Margaret (Angelina Jolie en decente papel a pesar de la escena de conquista). Es la clara expresión de esas dos puertas ante las cuales se tendrá que decidir con todo y segundas oportunidades en el camino. Así también, esa bifurcación se extiende hasta en los representantes e inspiradores de su labor: por un lado el general Sullivan (breve aparición del propio De Niro) y sus afanes de vieja escuela y por otro lado Phillip Allen (Hurt), su inescrupuloso y astuto director (presencia ante la cual el propio Wilson no dudará en utilizar los recursos oscuros tan bien inculcados), hasta incluso los encuentros con Ulysses, su contraparte soviética.
Así, entre personajes y situaciones de doble faz, el universo paranoico en el que estará envuelto irá cobrándose las cuentas desperdigadas a lo largo de su aprendizaje, siempre vistas de lejos pero cada vez más sentidas. Desde el episodio con el Dr. Fredericks, su antiguo mentor, pasando por el affaire con la asistente alemana o el notable momento con el desertor ruso (acaso el momento más evidente de ese halo de fracaso que circunda el recorrido vital de Wilson). Nada queda para las explicaciones exactas o discursos ampulosos (ni siquiera el terrible crimen final), De Niro se vale de esa concisión de su personaje para definir su posición y su película. Hechos que por sí solos van desgranando sus ideas alrededor de la faz bifronte de las instituciones, siempre cercanas a las flaquezas de todo ser de pequeñas historias como las de Wilson, que la nutren o envilecen. Intenciones que resultan precisas, ni más ni menos, de lo que pudo querer expresar en esta cinta discreta pero prometedora.
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