The fountain
Dir. Darren Aronofsky | 96 min. | EEUU
Intérpretes: Hugh Jackman (Tomas / Tommy / Tom Creo), Rachel Weisz (Isabel / Izzi Creo), Ellen Burstyn (Dr. Lillian Guzetti), Mark Margolis (Padre Avila), Stephen McHattie (Gran Inquisidor Silecio), Fernando Hernandez (Señor de Xibalba), Cliff Curtis (Captain Ariel), Sean Patrick Thomas (Antonio).
Estreno en Perú: 27 de setiembre de 2007
Es difícil situar el norte preciso al que apunta el todavía joven director Darren Aronofsky a pesar de que sus tres películas ya poseen un estilo visual constante, siempre proclive al impacto y a cierto lirismo en sus propias evidencias. La histeria o esquizofrenia persiste en el cine de Aronofski y se amplifica en esta historia sobre la obsesión absoluta del hombre (de un hombre) por tratar de alcanzar lo inconmensurable, la fuente misma de su existencia. Ambiciosa exploración que acomete el propio director al lado de sus protagonistas que para el caso vienen a ser uno mismo (como en la mejor filosofía panteísta). Someramente, lo que vemos en la película es la historia de una búsqueda desesperada. Su motivación acaso la más grande: el amor y sostenida particularmente en la historia central ubicada en el presente donde el doctor Tom “Creo” (que más obvio que eso) intenta, hasta el agotamiento, encontrar en su laboratorio (otro nuevo tipo de viaje) esa fuente de la vida para su adorada Izzy (Rachel Weisz perfecta como presencia etérea).
Es difícil situar el norte preciso al que apunta el todavía joven director Darren Aronofsky a pesar de que sus tres películas ya poseen un estilo visual constante, siempre proclive al impacto y a cierto lirismo en sus propias evidencias. The fountain viene a ser la película más recargada que ha hecho en este aspecto de sus búsquedas formales que fácil podían saborearse a repetición de haber seguido la línea impuesta por Pi y Requiem for a dream, a despecho de los admiradores que se ha ganado con ellas en tan poco tiempo. Se trata de una cinta barroca, casi inclasificable dentro de los terrenos y lujos de las majors que han permitido su realización. La histeria o esquizofrenia persiste en el cine de Aronofski y se amplifica en esta historia sobre la obsesión absoluta del hombre (de un hombre) por tratar de alcanzar lo inconmensurable, la fuente misma de su existencia. Ambiciosa exploración que acomete el propio director al lado de sus protagonistas que para el caso vienen a ser uno mismo (como en la mejor filosofía panteísta). Sus sueños y sus réquiems resurgen pero también los límites en los que su efectismo lo aprisiona.
Someramente, lo que vemos en la película es la historia de una búsqueda desesperada. La posibilidad de revertir lo que ya fue determinado se transforma en el motivo de la desolación y la locura de Tom, Tomás o Tommy en los diversos tiempos que se presentan en el film con afán totalizador (que probablemente no poco quiera acercarse a 2001, A space odyssey y Solaris, ejemplos mayores de la ciencia ficción reflexiva o filosófica). Su motivación acaso la más grande: el amor y sostenida particularmente en la historia central ubicada en el presente donde el doctor Tom “Creo” (que más obvio que eso) intenta, hasta el agotamiento, encontrar en su laboratorio (otro nuevo tipo de viaje) esa fuente de la vida para su adorada Izzy (Rachel Weisz perfecta como presencia etérea). A partir de ella es que se modulan las otras dos partes trastocadas por la fantasía, la leyenda misma. Aronofsky intenta impregnar en todo momento esa atmósfera de trip como contaminante de toda su ficción, cosa que consigue por momentos. La exaltación del pasado y el futuro viaje es apenas parte de esa creación, de ese sueño de opio con el que se tortura Tom. Digamos que para el caso el director nuevamente nos presenta un universo personal consumido por una droga potente que rebasa y calcina las ilusiones que generó en un primer y feliz momento.
Tan malévola intención nos promete entonces un espectáculo rotundo y operático digno de los mejores pasajes de sus películas anteriores que daban cuenta, a manera de crónica, de una devastación intrínseca. Pero en esta ocasión Aronofsky opta por no ser tan contundente. Intenta que sus resoluciones visuales superen lo enfático y se conviertan en un espectáculo audiovisual más reposado, sinuoso pero sin perder su sensación aterradora o musical. El camino le queda disparejo en este propósito. Es notoria la intención de crear una cinta más decididamente “bella” y para ello tiene que conceder espacio hasta para la ruptura. Algo que, queda claro, no domina aún. La estructura alternada del film se hace menos evidente que en Requiem for a dream pero la aventura pareciera quedar reducida en ese difícil campo en el que se entromete. Los pasajes del conquistador Tomás en busca del árbol de la vida en el corazón de la civilización Maya son las que más claramente delatan esa indecisión final que le debe haber quedado entre hacer un film de separación, de abstracción o tomar los clásicos moldes de la aventura. Toda su apariencia final es la de un timorato intento de emular al spielbergiano Indiana Jones.
Los puntos a favor empiezan por Hugh Jackman quien se las arregla para otorgar una emotiva interpretación de este personaje de vidas sucesivas listas para continuar su objetivo a largo plazo. Como especie de Quijote (otra referencia a la cultura hispana que hay en el film) inspirado o enloquecido por una imagen recurrente que no puede ser otra que el rostro de una mujer y las breves miradas y frases que anuncian una promesa. Entonces se suceden de manera inesperada cada uno de los tiempos en los que este también nuevo Orfeo se arroja a su rescate con las armas o transportes a su disposición sea el de la conquista por la fuerza, la investigación científica, o la trascendencia más allá de los espacio naturales (la desconcertante parte futurista no deja de tener interés en su concepción semi involutiva). Izzy o la reina Isabel se convierte en la guía de toda esta sofocante fantasía que embriaga a su amado, guía que marca los pasos a seguir (del árbol al mítico Xibalba) pero también advierte de los límites de esa creación (la novela que escribe o se escribe a si misma frente a nuestros ojos). No pocas pretensiones se esperaban de Arnofsky en este film pero no se llegan a acercar a los logros ya vistos antes en su cine.
Con todo esto tampoco se puede decir que se trate de un film decididamente fallido, para nada. The fountain tiene la exigencia suficiente para mantenernos interesados a lo largo de toda su odisea que con sus muchas veces insufladas ideas puede darse el lujo de sobrecogernos con el innegable talento que se encuentra detrás de cada una de sus resoluciones visuales, hasta las menos afortunadas. Muy probablemente que luego de este accidentado proyecto, Aronofsky tenga que meditar mucho más la dirección en la que sus ideas puedan desarrollarse con más comodidad. Pero ya tiene el mérito de haber hecho tres películas personales y características, bastante más de lo que pueden decir muchos cineastas más experimentados incluso. Su paseo cósmico no será suficiente para borrar de la mente otros más definitivos pero su desgarrada melodía (vuelve a destacar el aporte de Clint Mansell) le otorgan una particular voz que vale la pena escuchar. El nervio no lo ha perdido después de tanto trajín e ínfulas con ello podemos todavía mantener la confianza en lo que se venga a continuación.
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