Elizabethtown
Dir. Cameron Crowe | 123 min. | EE. UU.
Intérpretes: Orlando Bloom (Drew Baylor), Kirsten Dunst (Claire), Susan Sarandon (Hollie Baylor), Alec Baldwin (Phil), Bruce McGill (Bill Banyon), Judy Greer (Heather Baylor), Jessica Biel (Ellen), Paul Schneider (Jessie)
Una de las aventuras autobiográficas de Cameron Crowe que más refleja su visión sobre la esencia de la vida es la desestimada Todo sucede en Elizabethtown, en esta película se puede evocar acaso reminiscencias de la niñez, quizás la sensación que produce el primer amor, tal vez un necesario retorno, o los entrañables encuentros que espontáneamente marcan momentos y aportan gratas e impensadas experiencias justo cuando todo anda mal. La película es recomendable para los amantes del cine tornasolado, y en particular, para los amantes del cine melifluo y azucarado.
Una de las aventuras autobiográficas de Cameron Crowe que más refleja su visión sobre la esencia de la vida es la desestimada Todo sucede en Elizabethtown (2005), cinta en la cual el director, con sello muy personal, esparce el remedio perfecto para apreciar esos detalles existenciales, a través de gentiles pasajes, personajes mágicos inmersos en una sencilla pero medianamente vertiginosa trama, y sobre todo, un puñado de memorables canciones, como es de esperarse en cualquier buen filme de Crowe.
Después de un brillante y acaso antológico final, uno de los más cinematográficos (en el mejor sentido de la palabra) que haya visto en estos tiempos, la idílica imagen que se desprende tras el visionado de esta película puede evocarnos acaso reminiscencias de la niñez del cineasta, quizás la sensación que produce el primer amor, tal vez un necesario retorno, o los entrañables encuentros que espontáneamente marcan momentos y aportan gratas e impensadas experiencias justo cuando todo anda mal.
Esta intensa y evocativa mirada de Crowe se haya desperdigada a lo largo del desarrollo atropellado e indefinido de la cinta, en frases seudofilosóficas, ininteligibles en ocasiones, que extrañamente resultan provechosas para el esbozo de los personajes; en el espíritu que trasmiten las canciones de artistas como Tom Petty, Elton John, Ryan Adams, o la esposa de Crowe, Nancy Wilson (especialmente en su deslumbrante tramo final) cuyos acordes, que van del softrock clásico al folk, acompañan cada momento espiritual de la historia.
Del mismo modo, Crowe proyecta el resto de sus confesiones de antaño en un ilusorio elenco que juega a profetizar sobre los vaivenes de la realidad misma. Se percibe una brisa de frescura en el ritmo y en la presencia del filme, al igual que una maldición bendita, de la cual el director no se desprende en este, su proyecto más arriesgado.
Todo sucede en Elizabethtown reúne elementos de doble filo, teniendo en cuenta que en una primera instancia la película se había lanzado promocionándose como una desabrida comedia romántica más. Kirsten Dunst refleja este compromiso diseñando un personaje sorprendente, motor de toda la gracia del filme. Es ella y su personalidad locuaz, sus atractivas apariciones en los lugares más insospechados y, sobre todo, su etérea imagen de eterna adolescente la que se roba la cámara para sí misma.
Recuerdo que la primera vez que me enamoré platónicamente de una actriz fue cuando vi Las vírgenes suicidas (1999), donde Sofia Coppola hacía relucir toda la misteriosa belleza que Dunst (como Lux Lisbon) insinuaba tentadoramente. Desde ahí no hice otra cosa que rendirme ante su juguetona sonrisa. Luego la volví a ver en otras películas pero ya no era lo mismo. Pudiera ser que Dunst se estuviera transformando en toda una mujer, o quizás yo lentamente dejaba de ser un niño/adolescente. Sin embargo, aquí vuelvo a descubrir a aquella chica que me había cautivado. Su extraña voz, su mirada inocente pero irreverente, su dinámica presencia de melómana empedernida, y su capacidad de concretar cualquier sueño que se proponga, convierte a Claire Colburn en la mujer perfecta.
Una de las tenues menguas de la película es la elección de Orlando Bloom en el papel de Drew Baylor. Es difícil adivinar cuál podría haber sido la actitud apropiada que le convenía adoptar al actor para un personaje tan intensificado en sensaciones, tan difícil de hacer creíble. A Bloom ya lo habíamos visto haciendo papeles donde su imagen se sobreponía a la interpretación (la saga de El señor de los anillos, Piratas del Caribe, Cruzada), y por lo mismo no habíamos podido apreciar su aptitud para la actuación. Pero aquí Bloom falla, se le ve forzado la mayoría de las veces, aunque se esfuerza para seguir una línea fidedigna dentro de una historia que, en su desarrollo intermedio, se desvanece a sí misma, y se logra reinventar en cuestión de minutos. Cabe destacar, por cierto, que en la parte final, en el mágico viaje de 48 horas y 11 minutos por tierra, Bloom pareciera darse cuenta de su imagen constreñida, y afloja un poco los músculos faciales para desarrollar su mejor escena dentro de la película.
Podríamos deducir que Crowe logra proyectar mejor su temple personal en el personaje de Claire Colburn que en el de Drew Baylor. En su obra maestra Casi famosos (2000), el cineasta delineó de la mano de la actriz Kate Hudson un personaje tremendo como fue Penny Lane, la hermosa grouppie prendada de amor a la vida y al rock, y que demostró su fuerte afinidad y preciso manejo en la creación de personajes femeninos. Además, amolda su universo expresivo al contexto de cualquier trama, que en el caso de Elizabethtown sería el retorno a un pequeño pueblo de gran corazón para encontrar las respuestas interiores.
Como ocurre con toda historia que se embrolla en una ambiciosa narración múltiple, Todo sucede en Elizabethtown es susceptible de mejora. Por ratos su hilo conductor se disipa en nuevos argumentos que por suerte son conexos a la trama principal, pero que no evitan cierta desazón. Por suerte, Crowe, además de ser un gran cineasta, es un excelente guionista y supera el traspié manejando un ritmo sobrio que se mantiene expectante a vertientes de carácter romántico. De esta forma la historia nos atrapa y mantiene atentos en cada momento hasta llegar a la colorida etapa concluyente, en la que (de la manera menos dulzona y más amena posible) nos emociona con la eficacia de la edición/reflexión terminal, con la banda sonora, y con el regocijo de Claire Colburn a flor de piel.
La película es recomendable para los amantes del cine tornasolado, y en particular, para los amantes del cine melifluo y azucarado. Éstos últimos se llevarán más de una sorpresa.
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