Little Children
Dir. Todd Field | 130 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Kate Winslet (Sarah Pierce)
Patrick Wilson (Brad Adamson)
Jennifer Connelly (Kathy Adamson)
Gregg Edelman (Richard Pierce)
Sadie Goldstein (Lucy Pierce)
Ty Simpkins (Aaron Adamson)
Noah Emmerich (Larry Hedges)
Estreno en Perú: 27 de setiembre de 2007
Los pequeños niños a los que alude el título original son los mismos con los que el director Todd Field ha estado trabajando desde su primer largometraje In the Bedroom, aquella película que fuera la representante del “cine independiente” en los Oscars del 2001. Little Children es una película que define esos intereses, aunque su norte no se distinga visiblemente de gran parte del cine norteamericano de la franja ajena al mainstream. El director maneja una buena idea (arrancada de una novela de Tom Perrota), pero sus aciertos iniciales terminan rápidamente en la redundancia y el corto vuelo cuando se le acaban sus escasas ideas cinematográficas.
Los pequeños niños a los que alude el título original son los mismos con los que el director Todd Field ha estado trabajando desde su primer largometraje In the Bedroom, aquella película que fuera la representante del “cine independiente” en los Oscars del 2001. Se trata de los habitantes de la Norteamérica aparentemente más sosegada, la que vive cómodamente pero lejos de los lustrosos y corrompidos asfaltos de las megaciudades que acaparan la atención y casi hasta la identidad de la nación. Ahí, entre jardines y demás límpidos espacios del suburbio, es donde el autor se preocupa por encontrar los resabios que la comunidad se apresta siempre a contener o esconder debajo de la alfombra. La camaradería y las tradicionales reglas de la urbanidad y convivencia penden de un hilo muy delgado, y Field quiere registrar el preciso momento en el que un leve pero fatal ventarrón amenaza con dejarlas caer, o por lo menos develarlas como medicinas insuficientes para calmar el eterno y feroz síndrome del aburrimiento o la insatisfacción.
Little Children es una película que define esos intereses, aunque su norte no se distinga visiblemente de gran parte del cine norteamericano de la franja ajena al mainstream. Son incontables las miradas escépticas y hasta demoledoras del núcleo familiar en la sociedad de la bonanza. Películas como Happiness o American Beauty sirvieron en la mesa esta vertiente siempre presente, pero nunca tan marketeada como ahora. Field opta por explorarla pero no con los sensacionalismos puestos a la mano últimamente. Prefiere remitirse a los moldes fuertes y macizos del pasado para dar su discurso presente. Buenas intenciones no le faltan pero si algo se puede confirmar con esta cinta (el tiempo transcurrido entre su primera película y la segunda lo dicen todo con respecto a la dedicación y las dificultades con las que se ha enfrentado a su proyecto como cineasta), es lo limitado de su horizonte creativo. Gracias a lo asequible de su propuesta es que ha podido ganarse cierta atención, pero dentro de ese declarado clasicismo no encontramos algo verdaderamente interesante, y de esto ya adolecía su primera realización.
Hay que decir que con todos los reparos, Little Children se encuentra algo mejor resuelta que In the Bedroom. No se puede negar que alguien con dos películas, pero con algunos argumentos a su favor, podría ser de todas maneras alguien por considerar en un futuro cercano (tanto como los bulliciosos Oscars lo hacen). Tal vez podríamos hasta verlo como parte de ese zoológico de animales corteses pero inquietos que nos presenta especialmente en las figuras de Sarah y Brad, los disonantes protagonistas de esta historia de tapetes sucios agitados sin la menor advertencia. Un juego de niños traviesos, que son presentados como la parte librepensadora de una pequeña comunidad a la cual se integraron, tal vez huyendo de velocidades y sofocaciones mayores pero a la cual ya no pueden soportar más en su tenue y vertical rutina. Lo mejor que hace Field es detallarnos las características de estos seres en disimulado conflicto con la nación puritana y reaccionaria. El catalizador de por medio: el regreso a la ciudad del pervertido, el pederasta que se atrevió a corromper el orden y la “armonía” entre las casitas y los jardines de colores vivos hasta lo imposible.
A pesar de la voz en off pretendidamente truffautiana, Field se las arregla para configurar bien su historia y la ubicación sentimental de sus héroes inevitablemente atraídos el uno al otro con tal de salir de esa inercia que ha terminado colmándolos al punto del puchero. La presencia de niños retozantes alrededor de cada adulto es cuanto más significativa que todos los diálogos esquematizantes en los que el dedo apunta implacable hacia las intransigentes y castrantes autoridades naturales del grupo y a las desorientadas almas en conflicto con el bostezo dibujado en el rostro. Acaso todos estos niños solo se distinguen como adultos porque han tomado partido por contaminantes ideas o conceptos que son de lo que se alimentan los gobiernos más siniestros. Pero de ello no se libran aquellos que vienen del ala opuesta (Sarah y Brad se definen como ex citadinos y ex universitarios). Ni ellos mismos son capaces de alinearse a sus propias ideas con la contundencia de sus rivales que los observan de lejos o de reojo. La Norteamérica que se retrata acá es claramente la que viene de ser azuzada por paranoias y rencores de todo tipo, amén televisión, magazines, etc.
A los dos niños les queda entonces la vía más fácil que es la de las insulsas travesuras. Un pequeño beso que revuelve el gallinero será el detonante para que estos extraviados intelectuales comiencen a crear su ritual excluyente de ese universo en corset en el cual saben que existen gustos más exacerbados que los suyos pero permitidos en la privacidad. El pecado del pervertido Ronnie fue justamente “exhibirse” como lo que es, algo que los dubitativos Sarah y Brad jamás se permitirían. Lo que hace Field a lo largo de la película es mostrarnos a esos niños renegando pero finalmente aceptando su condición. Los dos amantes protagonistas buscan una manera de pervivir ese romance adolescente incluso con la insulsa fantasía de fugar, el bonachón Larry es el huérfano del grupo que solo sabe dar vueltas y parar ante cada diversión aunque arrastre como todos el ancla de sus frustraciones, hasta la guapa Karen (siempre agradecible Jennifer Connelly) con su ligero aire de triunfadora debe pedir algunas veces los favores o propinas de mamá. En medio de tan alborotado playground el satanizado Ronnie termina siendo el más tranquilo de todos (hasta él mismo parece ser el único espectador interesado por su propia noticia). Tal vez por ello más que por otra cosa termina siendo relegado como “el otro” (logrado el momento del alboroto que causa en la piscina).
El director maneja una buena idea (arrancada de una novela de Tom Perrota) pero sus aciertos iniciales terminan rápidamente en la redundancia y el corto vuelo cuando se le acaban sus escasas ideas cinematográficas. Claro que esto no llega al exhasperante vacío de In the Bedroom en su segunda mitad, pero es ostensible que el prolongado cuadro toma la apariencia y muchas muletillas de un típico telefilm. Toda la prolongada resolución se satura con la exhibición de los codazos y empujones que los personajes se dan uno al otro como precedente de la “necesaria” tragedia o revelación. A Field le falta la garra e incluso el tino para resolver los nudos de su ficción. El mensaje entonces no trasciende de lo obvio (acercándose peligrosamente a la grandilocuencia redentora de la inefable Crash). Ahí tenemos la presencia constante de esos relojes que marcan el tiempo y también el timbre de atención para los niños eternos. Acaso como síndrome previo a la crisis de la mediana edad, solo las bofetadas o los jalones de oreja del inevitable destino terminan despertándolos hacia la consabida sensatez. Moraleja débilmente adornada bajo los techos inclinados donde gusta de auscultar Field. A pesar de ello podemos quedarnos con algunos pasajes bien construidos y con la singular presencia de Kate Winslet conmovedora en medio de su desgarbo y su sobrellevada carga social.
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