El clásico personaje que se las ve en negocios peligrosos con el diablo ha atravesado el imaginario mundial especialmente desde que Johann Wolfgang von Goethe lo convirtiera en protagonista de su obra capital. En 1808 se publicó la primera parte de esta saga, que conocería su conclusión mucho tiempo después y tras varias dificultades, y se convertiría en el modelo al que distintos artistas en el transcurso del tiempo apelaron. Liszt le dedicó una sinfonía, Berlioz y Gounod óperas y Thomas Mann una novela.
El cine, por su parte, se ha apropiado incontables veces de la historia de Fausto y su amor desesperado por Margarita, pero rara vez con nombre propio (una de las últimas sería el paralizado proyecto de Terry Gilliam The Imaginarium of Doctor Parnassus). Precisamente la versión definitiva sí lo hizo. Fue realizada en 1926 por el extraordinario F. W. Murnau, quien asomaba a su historia romántica toda la decadencia y el lirismo de su estilo obsesionado con la odisea existencial.
Celebrando la presencia de este bicentenario, los dejamos con la imagen perfecta de la locura mayor del ser humano, alimentando su ambición y vanidad con los tesoros presentados desde las enrarecidas alturas por Mefistófeles, haciéndose pasar por genio dadivoso:
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