The Heartbreak Kid
Dir. Peter y Bobby Farrelly | 116 min. | EEUU
Intérpretes: Ben Stiller (Eddie Cantrow), Malin Akerman (Lila), Michelle Monaghan (Miranda), Jerry Stiller (Doc), Rob Corddry (Mac), Carlos Mencia (Tito), Scott Wilson (Boo), Ali Hillis (Jodi), Polly Holliday (Beryl), Danny R. McBride (Martin), Roy Jenkins (Buzz).
Estreno en Perú: 01 de noviembre de 2007
El melindroso personaje de Eddie Cantrow salta a las redes de la vida conyugal presionado por el tren de la edad y los ritos en comunidad. Ya no hay tiempo extra que lo libere de los codazos de cuanto amigo y familiar tenga al costado. El rostro coqueto de Lila aparece como el pretexto perfecto para dejar contentos a todos, y Eddie salta sin pensarlo mucho de su refugio hacia el club de los casados. Es así como vemos el rápido y progresivo desengaño del héroe que de creerse un auténtico galán llegará a la certeza de haber firmado contrato de mascota sometida con su «mujer de sus pesadillas» quien en realidad, como toda buena esposa, solo quiere exigir y tomarse las libertades propias de su nuevo status (aunque a su flamante marido el viaje de luna de miel le deje más el sabor a una rutina laboral de años).
Desde sus inicios a los hermanos Farrelly los distingue un muy especial sentido del humor. Tienen el gusto por la chacota de tantos otros cultores de la comedia más gruesa (desde el patriarca Mel Brooks) pero también el sentido y timing de la mejor comedia de situaciones. En sus mejores momentos pueden hacer verdaderos milagros con los terrenos más vulgares y trillados en los que se ha enfeudado el género últimamente. The Heartbreak Kid es una buena muestra de todo ello y con ese estilo se distancia de lejos de la película original de 1972 basada en una idea del dramaturgo Neil Simon. Los Farrelly deben sentirse doblemente a gusto pudiendo realizar ese cine del que son tan admiradores y a la vez añadiéndole sus propios «hallazgos», algo que ya sucedía en las divertidas Kingpin o There’s Something About Mary tal vez sus mejores películas a las que puede añadirse sin problemas esta nueva cinta de enredos amorosos. Para el caso vuelven a reclutar como graciosa víctima al héroe de los infortunios Ben Stiller.
Dicen que la mujer cambia con el matrimonio y los Farrelly convierten esa sentencia en la sustancia de esta comedia negra como pocas que se vean últimamente. Para el caso todo se encuentra atravesado nuevamente por la mirada desconcertada del sufrido Eddie Cantrow, el protagonista y caballero al rescate (a su pesar) que conserva toda la voluntad y también los miedos que caracterizan a los personajes de Stiller desde su atolondrada conquista de Mary. Su melindroso personaje salta hacia las redes de la vida conyugal presionado por el tren de la edad y los ritos en comunidad. Ya no hay tiempo extra que lo libere de los codazos de cuanto amigo y familiar tenga al costado. A las secretas súplicas de esta fiera rodeada por las armas, los nada bien intencionados creadores le envían un modelo perfecto para no tener que soltar el «peor es nada». El rostro coqueto de Lila aparece como el pretexto perfecto para dejar contentos a todos y Eddie salta sin pensarlo mucho de su refugio hacia el club de los casados.
El show para los Farrelly no pasa solamente de una pequeña y arrebatada humorada o la sucesión de chistes uno más subido de tono que el anterior. Su malicia tiene mejor puntería que eso. Es así como vemos rápidamente el progresivo desengaño del héroe que de creerse un autentico galán llegará a la certeza de haber firmado contrato de mascota sometida con la «mujer de sus pesadillas» quien en realidad como toda buena esposa solo quiere exigir y tomarse las libertades propias de su nuevo status (aunque a su flamante marido el viaje de luna de miel le deje más el sabor a una rutina laboral de años). En la ruleta del amor de todo puede pasar -y literalmente «todo» en este romance al estilo Farrelly– somos testigos de un trip plagado de situaciones de los más grotescas pero efectivas que irán haciendo mella en el entusiasmo marital del huidizo Eddie tan rápido como descubra esos pequeños detalles de la convivencia. Como todas sus travesuras al límite, los realizadores no hacen más que presentar una situación de todos los días en una pareja. Las risas que provocan (especialmente las acrobacias sexuales de la posesiva Lila) se comparten con el nerviosismo de estar contemplando un espejo en el cual también pueden salir a relucir nuestras exquisiteces o inmadureces a la hora de afrontar un compromiso o la ardua labor de cultivar una relación.
Sensación que filtrada por el protagonista en crisis nos presenta a Lila como un verdadero monstruo esquematizado en gestos, alardes y colores. Casi hasta se la pasa deseando que se esfumara con una propina como intenta hacer siempre con esa parodia de mariachis que fungen de cupidos impertinentes. La mirada casi hasta inmadura de Eddie se gana nuestra complicidad e incluso nuestra venia cuando la verdadera chica de sus sueños aparezca de entre las olas como recompensa ante tanto maltrato; giro mayor que terminará abrumando al culposo Eddie y también a nosotros pero en carcajadas. Se establecen aquí nuevamente las estrategias propias de la screwball comedy de la que los Farrelly se declaran continuadores no sin poca verdad. Las clases acomodadas y sofisticadas han cambiado como el resto, sino miren a Paris Hilton. La película se desarrolla con inteligencia en el manejo intuitivo y acertado de la comedia clásica, con modulaciones o toques precisos, sin las saturantes bromas programadas aquí y allá como un simulacro de ficción al estilo de las peores payasadas transformistas de Eddie Murphy, Rob Schneider o los siempre crucificables hermanos Wayans. Por ello cuenta mucho en su cine la presencia de actores, de comediantes antes que de rostros cómicos (entiéndase por ello a quien no necesita actuar para ser risible). Es mucho más divertido ver las expresiones y modales de Stiller que alguna vedette del histrionismo.
Esto no quiere decir que su personaje no tenga que pasar por el trance esencial de la comedia: el de sentirse un ser desorbitado en un mundo que se deforma a su paso para su propia angustia y para chanza nuestra desde la posición más cómoda. Con toda la torpeza e inexperiencia de ese eterno chiquillo que es todo personaje cómico que se precie de serlo, Eddie ejecuta su jugada de laboratorio en medio de mentiritas, gestos tiernos y de desesperación también. Entre las disímiles Lila y Miranda se desarrolla el clímax del film a manera de ping pong (ya se sabe quién es la pelota) y sale a relucir ese ingenioso criterio narrativo donde son capaces de convivir las hazañas e instantes si se quiere puros con las imágenes más chocantes (de antología el rescate acuático del triángulo en cuestión). Lo que resta es el momento de la reflexión o el pequeño bache antes del final que dibuja sonrisas, que para la ocasión resulta de lo más irónico y preciso. Sabores como los que nos deja esa escena sorpresa de Lila sometiendo a otro burro que la aguante. Los chicos Farrelly no ocultan su misoginia pues viven en su glorioso mundo de inmadurez, y ese es uno de los lujos que se pueden dar.
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