Gone Baby Gone
Dir. Ben Affleck | 114 min. | EEUU
Intérpretes: Casey Affleck (Patrick Kenzie), Michelle Monaghan (Angie Gennaro), Morgan Freeman (Capt. Jack Doyle), Ed Harris (Det. Remy Bressant), John Ashton (Det. Nick Poole), Amy Ryan (Helene McCready), Amy Madigan (Beatrice ‘Bea’ McCready), Titus Welliver (Lionel McCready), Michael K. Williams (Devin), Edi Gathegi (Cheese), Mark Margolis (Leon Trett), Madeline O’Brien (Amanda McCready)
Estreno en Perú: 14 de febrero de 2008
Gone Baby Gone cuenta la historia de los detectives Patrick Kenzie y Angie Gennaro, pareja en el trabajo y en la vida privada que se involucra en la resolución del secuestro de la pequeña Amanda McCready, hija de una familia disfuncional con madre soltera drogadicta. Contratados por los preocupados tíos de la niña, ellos aceptan no solo el caso, sino la transferencia (simbólica) de responsabilidad sobre el bienestar de la pequeña. Una búsqueda que está contada como si fuera una cadena, es decir donde un capítulo o episodio se cierra para dar principio a otro, tratando temas o preguntas diferentes y autónomos, pero siempre unidos a partir del extravío de la niña, como en un conjunto de eslabones. Con ella, Ben Affleck logra un film duro, de tono sombrío, pero también atrayente y con buen pulso, sosegado y con criterio para la acción, a pesar de ser enfático y lanzar textos obvios en algunos pasajes.
Cuando un hijo pierde un padre, se le llama huérfano; pero cuando un padre pierde un hijo no hay palabra en el diccionario para nombrarle. Quizá porque se trata de una aberración del sentido natural de la vida -en el que se supone que los hijos entierran a los viejos-, o de un duelo tan insondable que resulta extraño como incalificable. Un tema tratado en el cine desde diversos enfoques, como La habitación del hijo o La decisión de Sophie, por citar dos ejemplos. De ese indefinible duelo trata también Gone Baby Gone, o Desapareció una noche como la conocemos aquí, que cuenta la historia de los detectives Patrick Kenzie (Casey Affleck) y Angie Gennaro (Michelle Monaghan), pareja en el trabajo y en la vida privada que se involucra en la resolución del secuestro de la pequeña Amanda McCready, hija de una familia disfuncional con madre soltera drogadicta. Contratados por los preocupados tíos de la niña, ellos aceptan no solo el caso, sino la transferencia (simbólica) de responsabilidad sobre el bienestar de la pequeña.
Para más señales, la película se basa en la novela homónima de Dennis Lehane, el autor de Mystic River con la que comparte los mismos temas de abducciones, abusos y muertes de menores en los mismos barrios, los suburbios criminosos de Boston, ahí donde no puede actuar con eficiencia la policía, y se requiere de los «privates», interpretados por Affleck y Monaghan de manera más que correcta.
En Gone Baby Gone, la ausencia de la niña se convierte en el motor de la cinta y de una búsqueda que está contada como si fuera una cadena, es decir donde un capítulo o episodio se cierra para dar principio a otro, tratando temas o preguntas diferentes y autónomos, pero siempre unidos a partir del extravío de la niña, como en un conjunto de eslabones. Tópicos, acaso dispersos, sobre la paternidad y la responsabilidad social o comunitaria en la formación de los niños. A nivel de guión, el valor de cada eslabón parte de datos o momentos insignificantes, como conversaciones banales o la presentación de personajes secundarios, que permiten que la historia y su discurso avancen.
Ahora tenemos que revelar algunos plots de la cinta. Quien no la haya visto, evite leer las líneas siguientes, o hágalo avisado de lo que se tratará. La investigación de la pareja de detectives -que va de la mano con las preguntas- y todos sus emprendimientos conducen a una derrota real, moral o personal. Ni la búsqueda de la menor, ni la consiguiente búsqueda de venganza o verdad, resultan conciliadoras para la carga negativa, suerte de pesadumbre y frustración que pesa sobre los hombros de los protagonistas. Así, si en un primer momento se plantea la indagación del paradero de la niña extraviada, descubriendo en el proceso la ambigüedad moral y los peligrosos espacios donde crece Amanda, después de asentado el duelo la cinta se cuestiona por los castigos a violadores y pedarastas.
Luego en el segundo giro, que a nivel argumental resulta amañado, pero que para efectos del discurso funciona bien, la película emplaza sobre el futuro que se puede brindar a las nuevas generaciones más allá de nuestras propias cotas morales y legales. Es ahí donde se haya lo mejor de la cinta, que logra transmitir el duelo y las preguntas, no solo planteándolas sobre el protagonista -¿Qué hará el detective Kenzie?- sino sobre nosotros los espectadores -¿Qué haría uno? ¿Qué castigos son aceptables para los pedófilos? ¿Qué decisiones efectuaría uno sometido a las circunstancias de los protagonistas? ¿Alcanzan nuestras normas, leyes y códigos morales para garantizar el bienestar infantil?
Volviendo al tema meramente cinematográfico, el filme puede inscribirse fácilmente en la vertiente del neo-noir. Asume las principales características del cine negro de antaño y las traslada a nuestro tiempo. Vemos a los detectives buscando resolver un misterio, un secuestro, sino una muerte; y la descripción de un entorno donde las coartadas y enterezas de los personajes se desvanecen, y se envilecen hasta las mejores intenciones. A partir de las actuaciones del par principal y la asistencia de los competentes Amy Ryan, nominada al Oscar, Ed Harris -en el nivel de su participación en Una historia violenta– y el resto del elenco -menos Morgan Freeman que basa su presencia en su figura de prestigio patriarcal-, Ben Affleck logra un film duro, de tono sombrío, pero también atrayente y con buen pulso, sosegado y con criterio para la acción, a pesar de ser enfático y lanzar textos obvios en algunos pasajes.
Si acaso las películas son como hijos para sus directores, Ben Affleck, antes actor y guionista, ahora director, puede sentirse orgulloso de su ópera prima o su primogénito. Ha concebido un film que se vale por sí mismo, que se sostiene sobre sus propios argumentos contando una historia que tanto interesa como cuestiona por igual al espectador.
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