The Science of Sleep / La science des rêves
Dir. Michel Gondry | 130 min. | Francia / Italia
Intérpretes: Gael García Bernal (Stéphane Miroux), Charlotte Gainsbourg (Stéphanie), Alain Chabat (Guy), Miou-Miou (Christine Miroux), Pierre Vaneck (Monsieur Pouchet), Emma de Caunes (Zoé), Aurélia Petit (Martine), Sacha Bourdo (Serge), Stéphane Metzger (Sylvain).
Estreno en Perú: 18 de Octubre de 2007
Con La ciencia de los sueños el francés Michel Gondry parece encontrarle un camino y personalidad a sus afanes en el cine que son relativamente recientes. A diferencia de Human Nature o Eternal Sunshine of The Spotless Mind su obsesivo y recurrente mundo surreal encuentra un grado de exposición fluido que alcanza por momentos el interés y fascinación que lo destacaron desde comienzos de los 90 como uno de los reyes del videoclip. Como ocurre siempre con Gondry, la película nos presenta a un alter ego que no encaja en su contexto. Stéphane (interpretado por un voluntarioso Gael García Bernal) es un recién aterrizado francés criado en México y que solo puede comunicarse fluidamente con los demás haciendo uso del sacrílego inglés. A Stéphane difícilmente lo podemos seguir sin aceptar rendirnos ante su galaxia naif En torno a ella irán rotando varios episodios de los que no sabremos ni por un instante si estamos en un reality show o en una sitcom reprocesada y ensayada.
Con La ciencia de los sueños el francés Gondry parece encontrarle un camino y personalidad a sus afanes en el cine que son relativamente recientes. A diferencia de Human Nature o Eternal Sunshine of The Spotless Mind su obsesivo y recurrente mundo surreal encuentra un grado de exposición fluido que alcanza por momentos el interés y fascinación que lo destacaron desde comienzos de los 90 como uno de los reyes del videoclip. Sus trabajos para gente como Bjork, Radiohead, Foo Fighters, Massive Attack, The White Stripes o los mismísimos The Rolling Stones dieron cuenta de una sensibilidad curiosa e imaginativa. La suya es la mirada de un niño que se resiste a crecer aunque para ello tenga que crear una barrera intangible tras la cual todo es posible, hasta la locura. De ello da cuenta este film en la figura de Stéphane, el alunado protagonista quien hace vagar sus fantasías de ritmo musical al punto de la absoluta alineación y su incapacidad de percibir cualquiera de los dos lados del espejo, de los que ingresa y sale más veces que la Alicia de Lewis Carroll. La total integración de un mundo personal y dislocado con el que Gondry se anota su primer gol en el difícil tránsito de las explosiones audiovisuales de corta duración a los paisajes y atmósferas del largometraje.
Como ocurre siempre con Gondry, la película nos presenta a un alter ego que no encaja en su contexto. Stéphane (interpretado por un voluntarioso Gael García Bernal) es un recién aterrizado francés criado en México y que solo puede comunicarse fluidamente con los demás haciendo uso del sacrílego inglés. Este detalle por sí solo anuncia un mundo tan personal que culmina explosionando ante nuestra mirada, concebido en parte a la manera de un teleshow donde Stéphane se refugia para darle peculiar orden a cada incidencia de su vida (su llegada, sus nuevos amigos y compañeros de trabajo). El ambiente surreal se instala con los mecanismos habituales que no necesariamente son patrimonio del director (de su nación eso sí). Lo interesante es la manera cómo se van integrado las distintas dimensiones de su relato fracturado por el voluble estado de ánimo del protagonista. El caso es que Gondry juega con la posibilidad de no desligarse de aquel mundo inventado por él a toda costa, como si se tratase de su juguete predilecto (¿acaso no hace lo mismo un verdadero cineasta?). Eso era lo mismo que intentaban hacer Joel y Puff en sus películas anteriores. Si para las miradas cínicas el asunto de los ideales es solo síntoma de inmadurez, para sus personajes esa obsesión va mucho más allá de solo proyectar su inconformidad sobre las circunstancias tangibles.
A Stéphane difícilmente lo podemos seguir sin aceptar rendirnos ante su galaxia naif. En torno a ella irán rotando varios episodios de los que no sabremos ni por un instante si estamos en un reality show o en una sitcom reprocesada y ensayada. Si han visto Mullholland Drive sabrán que esta idea tiene una exposición mayor y compleja. Claro que esto no reduce para nada el trabajo de Gondry quien de su lado posee tanta audacia como Lynch pero no su ánimo desencantado (¿que niño la tendría?) o sus siniestras conclusiones. La indisimulada locura se expresa en su propia ciencia de los sueños de manera menos claudicante y más entrañable. Ese espíritu lúdico también corre el riesgo de volverse autocomplaciente, fascinado de sí mismo por sus pirotécnicos espectáculos (eso era lo que sucedía con varios tramos de Eternal Sunshine of The Spotless Mind). Afortunadamente eso no ocurre aquí. La fluidez del extraño relato se libera de la explícita carga hiperintelectual que los guiones no firmados por el propio Gondry ostentaban. Prefiere confiar esta vez en sus propias posibilidades de fabulador (en vez del cacareado Charlie Kaufman) y no se carga de giros o demás artificios argumentales que para el caso pueden ser también innecesarios. Le basta solo con dejarse llevar por las imágenes que surgen en un breve y ritual espacio cotidiano como los juegos de Stéphane al lado de la imaginativa y solitaria Stéphanie (Charlotte Gainsbourg), tan recurrentes como los que lo asaltan a uno durante una rutina laboral más parecida al purgatorio.
No existen aquí intrigas mayores que el batallar de Stéphane por conservar su castillo de ilusiones y su no declarada necesidad de madurar. Es cuando su programación deviene en capítulos más estruendosos y conflictivos (especialmente delirantes los que involucran a sus compañeros de oficina) mientras intenta infructuosamente en incorporar a su nueva compañera de juegos. Pero Stéphanie asume el papel de la chica que madura antes a pesar de las afinidades. Ese tiempo que no espera aunque sus representantes insignes sean también reprocesados por su desesperación: nubes que en sus sueños no pasan sino que permanecen estáticas a placer, calendarios de “desastrología” y máquinas del tiempo sin mayor utilidad que para un juego de un par de veces. El romanticismo exacerbado de Gondry luce como la versión más amable del loco Jean Pierre Jeunet. Es un mundo particularmente diurno y menos recargado donde valen las lecciones aprendidas con tal de que el placer de seguir soñando pueda conservarse en un pequeño rincón por el cual Stéphane patalea y termina haciendo berrinches (bien podría concederse un capricho en la realidad como su amigo el viejo Guy con chaqueta punk encima). De eso se podría encargar de enseñarle la comprensiva y paciente Stéphanie hecha una nana de tiernas caricias que pueden tranquilizar al descontrolado monstruo si él lo permitiese. Cosa que el surreal y abierto final deja a la interpretación particular.
Una extraña alquimia entre el mundo real y el fantástico que solo se puede alcanzar vía esa ciencia abstracta que cultivamos todos bajo las más diversas reglas pero que muchas veces necesita de una guía en la materia. Eso es algo que Gondry parece haber intentado representar en este film con buenos resultados.
Deja una respuesta