Bad Lieutenant
Dir. Abel Ferrara | 96 min. | EEUU
Intérpretes: Harvey Keitel (el policía), Victor Argo (policía adicto), Paul Calderon (policía 1), Leonard L. Thomas (policía 2), Robin Burrows (Ariane), Frankie Thorn (La monja), Victoria Bastel (Bowtay), Paul Hipp (Jesus), Brian McElroy (hijo del policía 1), Frankie Acciarito (hijo del policía 2), Peggy Gormley (esposa del policía), Stella Keitel (hija de policía), Dana Dee (bebé del policía)
Oscura, repulsiva, turbia, lóbrega. Abel Ferrara vierte toda una amalgama de malquerencia social en Un policía maldito, cinta indisputablemente maldita al igual que su personaje, que se nutre de la maestría de Keitel (de lejos en su mejor interpretación). Brillante, eficaz, redonda y en lo absoluto complaciente; evita caer en la petulancia y artificiosidad de cierto cine “alternativo” y de género. El séptimo largometraje de Ferrara nos sumerge de cabeza en el desagüe urbano, en el equivalente a lo que Hollywood censura y recorta en sus películas, en aquella desagradable faceta de la realidad.
Oscura, repulsiva, turbia, lóbrega. Abel Ferrara vierte toda una amalgama de malquerencia social en Un policía maldito (1992), cinta indisputablemente maldita al igual que su personaje. Harvey Keitel protagoniza el papel más osado de su carrera, y no sólo porque lo vemos drogándose casi metódicamente frente a la cámara, desnudo y reventado de forma explícita, sino por su fundamental y resuelto retrato de uno de los antihéroes más infames y memorables que hayamos visto en el intrascendente y medroso historial de policías corruptos que ha concebido la pantalla grande.
El séptimo largometraje de Ferrara nos sumerge de cabeza en el desagüe urbano, en el equivalente a lo que Hollywood censura y recorta en sus películas, en aquella desagradable faceta de la realidad. Como si fuera un reglamento ético inquebrantable, el director registra a un corrupto teniente neoyorquino practicando una serie de sevicias e involucrado hasta el cuello en circunstancias delictivas y chocantes.
Sin embargo, la historia de Bad Lieutenant va más allá del mero muestrario de perversiones y miserias humanas. Esto queda comprobado en antológicas escenas, como aquella en la que el teniente, sumergido en una de sus tantas crisis adictivas, va a parar a una iglesia y exterioriza su agonía de rodillas ante una imagen de Jesús tan ensangrentado y lacerado en cuerpo y alma como él, como si fuera un símbolo de perdón proclamado entre líneas.
Aunque al final, el teniente busca reivindicarse y saldar cuentas haciendo el bien a su manera (nunca con la justicia), la abrumadora fatalidad se abatirá sin misericordia sobre él, de modo frío, casual y sorpresivo como una transacción ilícita o una esnifada de coca. No hay manera de escapar del hoyo una vez dentro, parece ser el mensaje de Ferrara. En resumen, el protagonista de Un policía maldito no es el casi omnipresente Keitel (con excepción de la turbia escena en la que dos escorias violan a una monja en plena iglesia), sino es la condición humana, sistemáticamente ultrajada por el pecado y la culpa, y para la cual el perdón proporciona escaso alivio.
Un policía maldito es brillante, eficaz, redonda y en lo absoluto complaciente; evita caer en la petulancia y artificiosidad de cierto cine “alternativo” y de género. Se nutre de la maestría de Keitel (de lejos en su mejor interpretación), y arriesga el todo por el todo presentando sin cortapisas la crudeza y crueldad de las calles, de la urbe. Y muestra las agallas de un cineasta que hurga en los orificios inhibidos de la sociedad, aquella que la industria no duda en ocultar. Para esto nadie mejor que Ferrara, cineasta controvertido y repudiado como pocos, a causa de su explícito despliegue visual sobre la imperfección norteamericana.
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