Copying Beethoven
Dir. Agnieszka Holland | 104 min. | EE.UU.-Reino Unido-Hungría
Intérpretes:
Ed Harris (Ludwig van Beethoven), Diane Kruger (Anna Holtz), Nicholas Jones (archiduque Rudolph), Matthew Goode (Martin Bauer), Ralph Riach (Wenzel Schlemmer), Joe Anderson (Karl van Beethoven), Bill Stewart (Rudy), Angus Barnett (Krenski).
Estreno en Perú: 20 de setiembre de 2007
Como se desprende del título, el creador sordo e inmortal es el protagonista de esta película que ya no pretende indagar en los misterios de su excéntrica vida sino más bien se propone ser una versión libre de sus cuitas a partir de las imágenes y pasajes repasados en anteriores empeños o las impresiones que dejan sus tormentosas composiciones. El esquema de la realización es sencillo y hasta se podría decir que funcional. Se trata de la típica historia de dos seres interactuando, chocando y entendiéndose tantas veces como lo permite el voluble carácter del genio en cuestión. Holland parece conformarse con una narración amena, de golpe rápido, de eficacia calculada y lo consigue también con el placer de extenderse en buenos momentos de recreación en los que la música se apodera de la escena.
Como se desprende del título, el creador sordo e inmortal es el protagonista de esta película que ya no pretende indagar en los misterios de su excéntrica vida sino más bien se propone ser una versión libre de sus cuitas a partir de las imágenes y pasajes repasados en anteriores empeños o las impresiones que dejan sus tormentosas composiciones. La polaca Agnieszka Holland ha sabido desarrollar una carrera no tan vistosa como la de otros colegas suyos (entre ellos compatriotas suyos como Wajda, Polanski o Zulawaski) pero contenta y hasta satisfecha en realizar acertados cuadros o adaptaciones de prestigio que poseen las más diversas procedencias. Ahí están algunos buenos films como To Kill a Priest; Europa, Europa (tal vez su mejor película), y sus versiones de The Secret Garden, Total Eclipse y Washington Square. En este caso se apodera de Ludwig Van Beethoven y lo reviste de los artilugios dramáticos para brindar un retrato de eficacia narrativa concentrado en la última etapa de su vida, aquella que conocería la titánica creación de su novena sinfonía. Para ello el guión le pone de compañía a una emprendedora chica, una atrevida aspirante a compositora que se convierte en el vehículo de expresión de las ideas librepensadoras de la realizadora. Holland intenta concentrarse particularmente en el ritmo que hace navegar fluidamente el desarrollo de esta singular relación entre dos talentos, dos egos manifestados de manera distinta y que no por poco se asemejan al Amadeus de Milos Forman.
La película se encuentra narrada a manera de una largo flashback, siempre a partir de la mirada primero curiosa y luego secretamente apasionada de Anna Holtz (la bella Diane Kruger), personaje ficticio que posee ciertas remembranzas a esos personajes femeninos del tipo de Jane Eyre llevados a dar el encuentro a un ogro en medio de un paisaje con no poco de lúgubre y melancólico (la ambientación resulta modesta pero acertada en esta ocasión) solo para caer a fín de cuentas que se trata de criaturas desvalidas y hechas de apariencias con lo poco del valor que aun les queda. El esquema de la realización es sencillo y hasta se podría decir que funcional. Se trata de la típica historia de dos seres interactuando, chocando y entendiéndose tantas veces como lo permite el voluble carácter del genio en cuestión. Ed Harris con todo su talento compone un Beethoven convincente, de insólita socarronería pero siempre arrastrando un aura amarga, cosa que en definitiva estaba lejana de algún despreocupado Mozart jugando a seguir siendo niño y rico sin darse cuenta de nada más. La película se desarrolla entrelazando esos momentos casi siempre de inevitable choque con el retrato de la época, sus costumbres y prejuicios apuntando con solemnidad pero también con desagrado hacia el compositor. Anna incluso es, a ojos de la realizadora, también una especie de monstruo educada con menos libertades y una forzada discreción que entrará en gran duda cuando encuentre a este compañero a su vez muy distante por otros tantos factores que sus inculcados prejuicios la obligan a rechazar.
Todos esos intercambios sustentan bien el metraje del film, a veces relajado en unos momentos y repentinamente tensos en otros, como las mismas sinfonías que exhaltan la imaginación y los caprichos del autor. Esa relación alumna-maestro o madre-niño no llega necesariamente a desarrollarse con la pertinencia y profundidad que tal vez muchos hubiesen deseado, pero de ello es muy consciente la directora quien opta por un ritmo llevadero y casi ligero en el que sea suficiente dar constancia de aquellas connotaciones y personales fantasías sobre el verdadero y merecido lugar de la mujer en un cuadro de época como este. Vemos a Anna dispuesta, como si no se diese cuenta, a entregar su vida a su maestro, no solo a copiar en limpio sus creaciones sino también a limpiar sus desórdenes, proteger sus intereses, seguirlo por encima de su vida personal (el encuentro entre Beethoven y el entusiasta pretendiente es de lo mejor del film), y apoyarlo hasta el final cuando el telón tenga que bajar tras la última nota. A su vez Beethoven desarrollará una inevitable dependencia hacia su maestra en más de un menester, aún incluso a riesgo de perderla constantemente con sus maltratos y crueldad infantil. Ese nivel de encuentro e integración que hayan finalmente estos personajes, rodeados por un universo que no los comprende, es manejado con notoria y limitada solvencia. Una personal manera de convivencia como esta brindaría a la historia mayores giros y lecturas, pero Holland opta por observarla lo justo pero sin juzgarla, o más bien sin explorarla a la medida de sus posibilidades (y los intereses feministas que se distinguen en algunas de sus películas). Tal vez faltó un poco de audacia y decisión como lo que ocurre con sus conflictuados personajes.
Holland parece conformarse con una narración amena, de golpe rápido, de eficacia calculada y lo consigue también con el placer de extenderse en buenos momentos de recreación en los que la música se apodera de la escena. Especialmente destacable la secuencia plagada de travellings y primeros planos en la que se estrena la sinfonía final del compositor. En ella no solo se desata más que cualquier otra, la epifanía de ese dúo liberado brevemente de las insatisfacciones terrenas hacia los cuales ni el mal pagado cariño de un sobrino o los rezos y advertencias de madres superioras pueden retenerlos. Es un momento preciso y no poco emotivo que nos deja un buen sabor de boca como casi todo el film hecho con corrección, aunque se dejen extrañar los verdaderos arrebatos e irreverencias que hicieron de Amadeus y su complejo discurso un acrobático y espectacular retrato de un músico (o el creador a secas) no definido por su genio sino por sus personales flaquezas, pretensiones y muchas veces sus infortunios. A este Beethoven se le acerca el fantasma de lo trágico pero lo termina rehuyendo como todos los demás personajes de la película con cierto temor. El valor de una verdadera Anna hubiese sido necesario. Holland es consciente de ello pero se permite conceder el terreno para una declarada admiración.
Deja una respuesta