Cuando la cartelera empieza a volver por sus fueros, es decir, por las patas de los caballos, se oyen los últimos ecos del periodo oscarizante que siempre la anima brevemente y comienza a llegar películas de menores bríos. Comenzamos citando lo publicado sobre el barbero sangriento, una de las animadoras del Oscar:
Ricardo Bedoya analiza en El Dominical la hemofilia de Sweeney Todd:
El color de la sangre es más un signo que una realidad. (…) La sangre de Sweeney Todd, así como las afeitadas decisivas del barbero, son guiños, referencias, gestos que buscan evocar el imaginario de tantas películas de horror que conmovían en los años cincuenta y sesenta, pero que ahora lucen de una ingenuidad entrañable. Es el rojo que chorreaba de los dientes del espectral Christopher Lee en las películas de Drácula de la productora Hammer. Cambian sí las víctimas: las de este barbero diabólico son burgueses cuya carne se ofrece a la alimentación de un Londres popular y caníbal, dispuesto a digerir la plusvalía que se le arrebató en duras jornadas de trabajo.
En otra publicación de El Comercio, la revista Somos, Andrés Cotler piensa distinto de la apuesta de Burton:
De nada valen los claroscuros de la ominosa y dickensiana Londres, si las letras cantadas por Depp y Bonham Carter adelantan y comentan lo que va a ocurrir en la trama. Cuentan las acciones, verbalizan estados de ánimo, enmarcan la historia, la vuelven previsible. Y nuevamente, a diferencia de Chicago o Moulin Rouge, que integran bien el musical con una lógica interna dramática (transcurren en un cabaret en la década del jazz y en la bohemia parisina, respectivamente), en Sweeney Todd las canciones únicamente se explican porque la obra es originalmente un musical.
En La República, Federico De Cárdenas revisa Petróleo sangriento:
Los primeros 15 minutos, carentes de diálogo, ritmados por el crescendo disonante de la estupenda música de Jonny Greenwood y en los cuales un hombre excava en la tierra acompañado por un bebé en su cochecito –uno de los mejores inicios de una cinta norteamericana en años– nos presentan al protagonista en su potencia física y a la vez nos dan idea de ambición de la propuesta, que recuerda esa épica íntima propia de ciertas películas de King Vidor. No sabemos aún que se llama Daniel Plainview (notable Daniel Day-Lewis) pero esos largos planos con pausados movimientos de cámara en un paisaje westerniano (pero que solo cuenta para ser destruido) nos transmiten a la vez una idea de vigor y soledad.
A su vez, Alonso Izaguirre también aprecia el filme de Paul Thomas Anderson en Perú21:
La intensidad del filme oscila entre la exposición cerebral de los hechos, y el exceso en la interpretación de Day-Lewis y Dano. Allí donde otro cineasta pudo construir una elaboradísima tragedia con ambientación de época, el director elige contar una historia sin afectaciones sentimentales. De esta forma, Anderson no rechaza la estructura clásica del cine, pero se sirve de ella y reelabora una atmósfera particular en su película -en la acertada utilización de la banda sonora, en las posibilidades del movimiento de cámara- para alejarse de cualquier signo de autocomplacencia.
De otro lado, Enrique Silva comenta 30 días de noche en Correo:
La película de Slade alcanza niveles realmente espeluznantes. No sólo en la tensión generada en los interiores de las casas, tiendas y demás lugares del pueblo donde los pocos humanos vivos buscan refugio, sino en los implacables ataques de los vampiros en medio de la nieve, quienes desgarran los cuellos de sus presas con una peculiar mezcla de placer y rabia. La puesta en escena desarrolla bastante bien la progresión de la amenaza vampírica y dosifica con apropiado ritmo los golpes de efecto, creando una singular atmósfera de horror en medio de la penumbra, la helada nevada y la sangre de las inocentes víctimas.
Y Raúl Lizarzaburu, en Expreso, es el único, hasta el momento, que presta atención a Cometas en el cielo, y veremos por qué:
Pese a lo lineal de su estructura narrativa, la primera mitad del filme no es del todo mala, con la secuencia de la competencia de cometas como una de las mejores. Pero luego va degenerando y tomando un giro de cine de aventura pero en la peor dirección, en especial desde que Amir adulto, al ser perturbado por esa llamada, viaja primero a Pakistán y luego a Afganistán dominado por los talibanes, donde poniéndose una barba postiza recorre el desierto en un jeep para sacar clandestinamente a un niño del orfanato, rescatarlo del horror que se vive en ese país (…) y llevarlo a Norteamérica, la tierra de la libertad y las oportunidades.
Deja una respuesta