Die Fälscher
Dir. Stefan Ruzowitzky | 98 min. | Austria – Alemania
Intérpretes: Karl Markovics (Salomon Sorowitsch), August Diehl (Adolf Burger), Devid Striesow (Sturmbannführer Friedrich Herzog), Martin Brambach (Hauptscharführer Holst), August Zirner (Dr. Klinger), Veit Stübner (Atze), Sebastian Urzendowsky (Kolya Karloff), Andreas Schmidt (Zilinski), Tilo Prückner (Dr. Viktor Hahn), Lenn Kudrjawizki (Loszek), Norman Stoffregen (Abramovic)
Estreno en España: 14 de marzo de 2008
¿Cuántas películas tienen como base el Holocausto nazi? Infinidad, contestarán ustedes. Una para cada sensibilidad, una para cada espectador, casi. Pero no todo consiste solo en la exposición de un hecho no muy conocido, como el de la “operación Bernhard”, la mayor estafa de billetes falsos de la historia llevada a cabo por el gobierno nazi para desestabilizar la economía europea, y posteriormente la americana. Objetivo demasiado grandilocuente y desvariado que ciertamente suena a despropósito de malvado de cómic. Aquí la historia lleva a cuestionarse hasta qué punto no auparon, estos prisioneros falsificadores, a sus verdugos y su causa nacionalsocialista, en un todo vale con tal de salvar el pellejo. En qué medida no estaban ellos desplazándose al otro lado, mientras por un costado oían los disparos y torturas a otra parte de los suyos.
No cansarse de recordar
“A medida que el presente se ha vuelto esquivo y doloroso, más interrogantes suscita su representación”. Comienzo con esta cita de Gonzalo de Lucas, aplicable al trabajo de Alain Resnais, Noche y niebla (1956), una de las muchas maneras, en este caso en forma documental, de tratar para la gran pantalla el tema de los horrores, el holocausto nazi, que tanto ha dado y seguirá dando de sí en el séptimo arte. Una memoria histórica que no sabe de laberintos ni ambigüedades. Están los que morían por toser o por esconder un trozo de pan, y están los que disparaban, el mal mismo sin más metáforas, sin excusas ambiguas, ni paliativos, a pesar de lo poco que les gusta a los críticos los extremos blanco/negro en el celuloide.
¿Cuántas películas tienen como base el Holocausto nazi? Infinidad, contestarán ustedes. Una para cada sensibilidad, una para cada espectador, casi. Desde la mítica El gran dictador, de Charles Chaplin, a un paso de ser documento histórico del momento (1940), precursora de la intuición de su autor en cuanto a la catástrofe de una política fascista y discriminatoria, (de hecho el mismo Chaplin afirmó más tarde que si hubiera imaginado siquiera los campos de concentración no habría hecho el filme); siguiendo con La gran evasión de John Sturges; Hotel Terminus de Marcel Ophuls; La decisión de Sophie de Alan J. Pakula; La lista de Schindler de Steven Spielberg; El pianista de Roman Polanski; o Der Untergang de Oliver Hirchsbiegel; Por nombrar algunas de las más destacadas, sin olvidarnos, claro está, de Shoah, de Claude Lanzmann.
Todas, a las que hay que añadir las no mencionadas, son campanadas de aviso a la memoria, ya se trate de ficción, de reconstitución o documentales, en todos los casos se transmite un testimonio que permite aproximarnos a tal debacle o ahondar en un hecho histórico que, por su gravedad, merece volver a él visualmente, aunque vivamos en un presente saturado de imágenes. Y es el tratamiento que un cineasta hace de este hecho histórico, ya sea a través de la aventurera huida del campo de concentración, de un documental sobre supervivientes reales o sobre altos mandos del partido nazi, o de la entereza y vivencia personal de un individuo, o dándonos a conocer un nuevo punto de vista, como también hará el próximo estreno de El payaso y el Füher de Eduard Cortés, el que dota de subjetividad a un hecho objetivo. Y es sobre este último tratamiento, el de mostrar una parte desconocida, donde se puede catalogar la cinta premiada con el Oscar 2008 a mejor película de habla no inglesa, Los falsificadores, (Die Fälscher), del austriaco Stefan Ruzowitzky.
Pero no todo consiste solo en la exposición de un hecho no muy conocido, como el de la Operación Bernhard, la mayor estafa de billetes falsos de la historia llevada a cabo por el gobierno nazi para desestabilizar la economía europea, y posteriormente la americana. Objetivo demasiado grandilocuente y desvariado que ciertamente suena a despropósito de malvado de cómic. Para tal finalidad fueron utilizados prisioneros judíos de profesiones relacionadas con la impresión, banca, diseño, arte y especialmente la falsificación. ¿Su labor? Imprimir falsas libras, primero, y dólares después en cantidades millonarias para introducir en el sistema bancario mundial. Claro que para llevar a cabo una tarea eficaz los mandos responsables entendían que este grupo de elegidos tenían que vivir en mejores condiciones que el resto de recluidos.
Apartados en unos barracones mejor acondicionados, con sábanas limpias, colchones blandos, más comida, y descanso laboral, estos judíos eran bien aprovechados para tal fin falsificador. He aquí donde surge el dilema que pretende mostrar Ruzowitzky a través del protagonismo de un rostro, ¡y vaya rostro!, que traslada lo físico a lo mental. No por nada consiguió el actor protagonista, Karl Markovics, el premio al mejor actor en el Festival de cine de Valladolid 2007, donde ya fuera reconocida la cinta austriaca. Dilema, decía, que lleva a cuestionarse hasta que punto no auparon, estos prisioneros, a sus verdugos y su causa nacionalsocialista, en un todo vale con tal de salvar el pellejo. En que medida no estaban ellos desplazándose al otro lado, mientras por un costado oían los disparos y torturas a otra parte de los suyos. Este dilema viene a plantear dentro del grupo, sin obviar la solidaridad que mantenían entre ellos mismos, el personaje contestatario de Adolf Burger (August Diehl), de cuyas memorias está basado el filme. Claro que si la otra opción era la muerte, nadie en su sano juicio hubiera rechazado la propuesta de los altos mandos nazis. Al fin y al cabo, sobrevivir era la meta, sobrevivir para vencer.
Sally (Markovics) es el mejor falsificador de Alemania. Entre el fotograma que nos da la imagen festiva antes de la guerra y la del jugador compulsivo en el casino junto al mar, han pasado demasiadas humillaciones para un bon vivant bastante mezquino. Al final, vendida en parte su alma al diablo, no deja de parecernos este hecho de una lógica aplastante, vistas las alternativas, lo que no le librará de los remordimientos que (probablemente) anidarán por siempre en su interior.
Las vidas de estos singulares falsificadores dependen de sus éxito y de sus fracasos. Por mucho que el respetable banquero se repita así mismo que siempre ha sido un hombre honrado, lo que provoca la carcajada de sus carceleros, no deja de formar parte del grupo de privilegiados vendidos. La máxima de Sally o Salomon es la prevalece en el estilo del film, la de cuidarse, ante todo, uno mismo, lo que no evita ayudar, en la medida de su mezquindad, a sus compañeros, como ese apadrinamiento que hace del joven ruso de Odessa. La cámara captura con eficiencia la helada desolación y las actuaciones son todas extraordinarias. El contraste entre la música y las imágenes complementan el tono moral de la cinta, que a su vez mantiene por momentos ciertos toques de humor, lo que humaniza a sus personajes.
Los falsificadores es una película destinada al entretenimiento lascivo, dejan caer algunos críticos más papistas que el Papa. En todo caso no más que todo lo visionado sobre la guerra del Vietnam, o ahora mismito la de Irak. Por favor, señores críticos, hablen para los espectadores, esos que siguen acudiendo fielmente a las salas de cine. De acuerdo que no es un dechado de perfección cinematográfica, pongamos como ejemplo su final, que resulta más que amorfo. ¿Qué posiblemente el lobby judío dejó su sugerencia en el buzón de los últimos Oscar? Creo que eso es algo que sospechamos casi todos. Pero no cabe duda que si a alguien no le parece lascivo el Redacted de Brian de Palma, ¿por qué se lo iba a parecer el premiado largometraje de Ruzowitzky?
Los falsificadores merece nuestra atención a la hora de pedir entrada, frente a tal abundancia de banalidades. Ahí está para ustedes.
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