Esta noticia sí que es pintoresca, faltosa incluso. Arnold Schwarzenegger, ese fortachón a menudo mononeuronal y balbuceante que encarna como nadie el espíritu cavernario del Partido Republicano, al punto de representarlo como gobernador de California, prescindió de la participación de Clint Eastwood, leyenda viviente del cine norteamericano, en un cargo específico, simplemente porque, en ejercicio de su función, se oponía a un plan apuntalado por el actor de origen austriaco.
Terminator no cree en nadie. Ocurre que Eastwood y nada menos que el cuñado de Schwarzenegger, Robert Shriver, hermano de su esposa María, sobrina directa del asesinado ex presidente John Fitzgerald Kennedy, desde hace años estaban al frente de una comisión estatal sobre parques públicos. Como se opusieron a la construcción de una autopista sobre un parque costero californiano, que el intérprete de Conan, el bárbaro apoya, éste simplemente decidió no renovarles el contrato, en gesto de intolerancia cyborg.
Shriver y el veterano cineasta, presidente y vicepresidente, respectivamente, de la California Coastal Commission, habían rechazado el proyecto de la edificación de una autopista de seis vías que atravesaría el San Onofre State Beach, una playa ubicada al sur de Los Ángeles que es muy considerada por los amantes del surf.
A mediados de los años 80, Eastwood fue, por breve tiempo, alcalde de la ciudad de Carmel, en el estado de California, y a mediados de la presente década apoyó a Schwarzenegger cuando postuló al puesto que ocupa.
Pero ahí no acaba la paradoja. El detalle que faltaba es que en la ceremonia del Oscar de 1995, Arnold Schwarzenegger presentó el premio Irving Thalberg concedido a Clint Eastwood por «la consistente alta calidad de sus producciones fílmicas». Cosas de las estrellas.
Cuando los duros Harry y Terminator se amaban
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