Dir. Hernán Pablo Khourian | 43 min. | Argentina
Guión, producción, sonido y montaje: Hernán Pablo Khourian
Estreno en Perú: 29 de marzo de 2008
Festivales: Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2007, Manifestation international d’arts vidéo et noveaux médias de Clermont-Ferrand (Francia, 2007), Muestra Resplandores. Poéticas Analógicas y Digitales en el Centro Cultural Recoleta (Buenos Aires, 2007), MARFICI – Mar del Plata Festival Internacional de Cine Independiente 2007.
Puna es una película de pequeños misterios (como la cara del niño en escultura mezclada con las imágenes de los vestidos de plumas), de un cineasta que se abre a un cierto grado de exploración. Puna acierta cuando anula o minimiza la mal llamada distancia ‘objetiva’, ‘documental’, cuando no hace tanto uso de planos lejanos, lo que yo querría siempre es sentir más de cerca la sensualidad y el misterio de la materia. Ya sea con vértigo o con detenimiento. Lo cual pasa, por ejemplo, por ‘sobar’ el ojo de la cámara contra el objeto de tu atención. Lo cual pasa por ser capaz de esperar que el objeto se revele ‘por sí mismo’.
Puedo dividir a Puna sin problemas en dos secciones: la de las imágenes que hablan de manera directa a mis sentidos, que me hablan de densidades y texturas o que me hacen entregarme a la contemplación de luminosidades; en ellas, el miedo de acercarse al objeto o sensación que interesa o fascina no existe… y las otras, las que juegan banalmente con efectos ópticos. Sea un espejo retrovisor, u otro sucio o ensuciado para la ocasión. Se trate de un montaje rápido que no parece tener razón de ser, puesto que no va del punto A al punto B, ni a ningún otro punto que yo sepa, o se trate de lentitudes vacías donde desfilan pobladores como dóciles autómatas.
Dudo que en la práctica los cambios de velocidad de la película sean un tour de force polirrítmico, más bien creo que son un ejercicio mecánico facilón y ocioso, que evidencia precariedad conceptual, y que se desentiende de lo que debería ser su propósito: el examen minucioso y delicioso de las imágenes. En vez del salto hueco de una a otra. Lo veo más como algo impuesto desde fuera que nacido desde dentro. Para decirlo rápido, al ver Puna, mi sensibilidad se ve repelida por la sensación de truco y atraída por la del misterio. La velocidad del montaje con potencia sugestiva funciona en pocos casos aquí, al menos para mi gusto (un ejemplo de cuándo sí funciona para mí: la sucesión de muros de piedra, hacia el final).
Al menos, se trata de una película de pequeños misterios (como la cara del niño en escultura mezclada con las imágenes de los vestidos de plumas), de un cineasta que se abre a un cierto grado de exploración. Puna acierta cuando anula o minimiza la mal llamada distancia ‘objetiva’, ‘documental’, cuando no hace tanto uso de planos lejanos, lo que yo querría siempre es sentir más de cerca la sensualidad y el misterio de la materia. Ya sea con vértigo o con detenimiento. Lo cual pasa, por ejemplo, por ‘sobar’ el ojo de la cámara contra el objeto de tu atención. Lo cual pasa por ser capaz de esperar que el objeto se revele ‘por sí mismo’.
Hombres de espaldas, ataviados con plumas, pelaje de animales, ‘pelaje’ de la vegetación propia del lugar. Valorar esas texturas, hacer que olvidemos que son, o que, mejor, las llamamos ‘plumas’, ‘pelaje’, ‘vegetación’, ése, me parece, es el objetivo. Redescubrir lo que está a la vista y nadie ve.
A Khourian le importa menos la gente que el paisaje, lo que no es ni bueno ni malo. El problema surge cuando intenta retratar a la gente, se nota que algo falla. Tampoco se atreve a retratarlos ‘como paisaje’ (y no lo digo en el sentido de fenómeno pintoresco). Hay un hueco entre su percepción del lugar y sus habitantes. O eso me pareció.
Puna no empieza muy bien. No me refiero a los primeros desenfocados (una mano tapando el lente, cromáticamente, mezcla de blanco, amarillo, rosado, carne y rojo) que son prometedores, sugerentes, sino a ese movimiento de ojo borracho de la cámara por el paisaje cotidiano a plena luz del día. Idea que se repite en el montaje acelerado, donde a menudo parece que lo que cuenta es el efecto, más que otra cosa. Un efecto cuya causa pareciera la voluntad de lograr el efecto en sí mismo. También recuerdo escenas con cámara lenta, con pobladores de la Puna, escenas que me dan la fuerte impresión no de un trabajo experimental, sino de un trabajo publicitario promedio.
Debo decir algo obvio: la razón de ser de cualquier trabajo ‘experimental’ no puede ser otra que la de internarse en un activo extrañamiento, en escurrirse por un agujero más allá de la ceguera del hábito, que desemboque en una mirada nueva. Objetivo que Puna cumple sólo a medias.
Puna, en conclusión, oscila entre momentos de investigación de los pequeños misterios de la materia (o de los modos de percepción) y la exhibición más o menos hábil -o torpe- de un aprendiz de brujo.
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