El escritor Alonso Cueto, columnista del diario Perú 21 y autor de la novela Grandes miradas, adaptada por Francisco Lombardi para Mariposa negra, publicó esta semana una reflexión sobre el reciente operativo en el Centro Comercial Polvos Azules y el fenómeno de la piratería en general, como medio de difusión cultural que ha trascendido nuestras fronteras y que constituye a su extraño modo un rasgo nacional.
Como dato curioso, al parecer Cueto seguirá siendo doblemente pirateado, ya que otro libro suyo, La hora azul, probablemente también se adapte al cine, igualmente por obra del mismo Lombardi.
Los Polvos Azules
El nombre de Polvos Azules pertenece a una zona de Lima que quedaba cerca de Palacio de Gobierno. Se dice que en alguna época había allí un terreno con polvos azules, aunque hay otras teorías sobre el nombre. Cuando se cerró el mercado que quedaba allí, los puestos, los comerciantes y el nombre se trasladaron al edificio que queda cerca de la Plaza Grau.
En los últimos años, el nombre pasó a ser un sinónimo de buen cine, entre los aficionados. Las varias veces que he ido no era raro encontrarme con amigos, algunos muy conocidos, que iban a buscar las películas que no se conseguían en ningún otro sitio.
El famoso corredor dieciocho era un paraíso. Todo Fellini, Bergman, Antonioni, Hitchcock y las obras de muchos otros maestros (y los que no lo son tanto), podían encontrarse revisando los interminables catálogos.
Hasta que llegó la madrugada del viernes pasado, cuando se produjo la intervención de la Sunat. En un sentido estricto, la medida es adecuada. Nadie puede, o debe, por principio, defender la piratería.
Me parecería muy acertado, por ejemplo, que el mismo esmero se usara con los vendedores de libros piratas que acechan en cada esquina, observados por los policías de tránsito.
Pero las películas, a diferencia de los libros (y de los discos), no se pueden conseguir en ningún otro lugar que no sea en Polvos. Los proveedores de esos kioscos son, sin duda, conocedores de los gustos a veces exquisitos de los compradores, entre los que me incluyo.
Lo mismo ocurría con DVD sobre óperas y conciertos de música clásica, algunos de gran nivel. En realidad, no conozco a ningún aficionado a películas que no las comprara allí.
Me gustaría pensar que esta medida sirva para que se instale un sistema de venta o alquiler legal (en relación con las distribuidoras) de gran escala. Lo más probable es que la medida no sea más que un acto pasajero, y que las películas pirata reaparezcan allí o en otros lugares, y muy pronto.
Hace poco estuve en Argentina, donde dos cineastas me hablaron de Polvos Azules como de un paraíso. Me dijeron que pensaban venir para comprar todo. Mientras me lo decían, pensé en Polvos Azules como un ejemplo peruano: una mezcla de calidad, ilegalidad, abundancia, caos, variedad y precariedad, una muestra de lo que pudimos ofrecer, y no podemos.
Nota: Las negritas son nuestras.
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