Dir. Manuel Gutiérrez Aragón | 95 min. | España – México
Intérpretes:
Óscar Jaenada (Josu Jon), José Coronado (Xabier Legazpi), Kike Díaz de Rada (Lesaca), Juanlu Escudero, Adolfo Fernández, Orkatz González, Iñaki Font (Iraultza), Vanessa Incontrada (Francesca), Leire Ucha (Olatz), Iñake Irastorza (Madre de Josu), Iñaki Miramón (Imanol Iribar), Josu Ormaetxe, Gotzon Sánchez, Alberto Berzal, Txema Blasco, Mariana Cordero
Estreno en España: 11 de abril de 2008
Josu Jon resulta herido y encarcelado después de haber incendiado un camión junto con un grupo de Etarras. Un profesor de Universidad, Xabier, es amenazado por sus críticas opiniones sobre la situación en Euskadi. Josu Jon vuelve a casa en régimen de libertad vigilada bajo la supervisión de un centro psiquiátrico donde trabaja Francesca, la novia de Xabier. Todos estamos invitados es una mezcla de etapas, fechas y acontecimientos como de una sopa de tropezones se tratase, en un desequilibrado transcurrir narrativo. La cinta promete una complejidad que no ofrece y decepciona enormemente a medida que el filme avanza.
Pancarta simplista
Habla mudita (1973), Demonios en el jardín (1982), La mitad del cielo (1986), Don Quijote para Tv. y cine, La vida que te espera (2004), son algunos de los títulos más destacados del veterano director cántabro Manuel Gutiérrez Aragón, caracterizado por imprimirle una vena cervantina y fabuladora a su obra, y apoyándose unos gramos en el mundo fantástico para dar forma cuentista a su cinematografía. Lástima que Gutiérrez Aragón haya dejado a un lado esta su profesionalidad artística dotada de cierta magia para nadar en una visión excesivamente unilateral y propia de principiante al confeccionar (guión y dirección) un retrato ficcional de las tripas de un conflicto que lleva demasiado tiempo instalado en las conciencias como una sombra pegada a un pueblo, el del País Vasco.
Y como no es la opera prima del cineasta, ni nació ayer, me pregunto que carajo ha hecho con Todos estamos invitados, título que promete una complejidad (el mundo culinario aderezado con amenazas y miedo) que no ofrece y decepciona enormemente a medida que el filme avanza.
Recordamos que fue muy criticado cuando presentó en 2001 su Visionarios, fallida reconstrucción de un hecho histórico de la II República situado también en Euskal Herria, del que dejó escapar un mensaje que debió esconder bajo siete llaves: el poder de las masas y la manipulación política. Algo que parece olvidar de nuevo con su último retrato (para espectadores poco exigentes) de la situación vasca.
ETA, como cualquier grupo terrorista, (IRA, Septiembre negro, GRAPO, Las brigadas rojas, los grupos terroristas islámicos y etcétera), no tiene por qué sustraerse al mundo del cine. Y de hecho no lo hace casi ninguno. En España hay una larga lista, algunas muy íntegras, de tratamientos cinematográficos sobre el tema, desde la exitosa Días contados de Inamol Uribe que también realizó La muerte de Mikel, pasando por Yoyes de Elena Taberna, El viaje de Arián, de Eduard Bosh, o la fláccida GAL de Miguel Courtois. Por nombrar algunas y de las que La pelota vasca, la piel contra la piedra de Julio Medem es un ejemplo de documentación y equilibrio, en un espectro de posturas. Todas las ramas heridas y enfermas de un árbol poliédrico envenenado, qué, y perdone usted Sr. Gutiérrez, hay que procurar sacar a la palestra con cierta dignidad exenta de maniqueísmo para bobos. Todo lo contrario de lo que ha hecho su experimentada señoría.
Sé que abordar el tema del terrorismo en el mundo del cine no es nada fácil. Se tiende al mensaje político olvidando que estamos en el terreno del arte. Tampoco resulta fácil criticar películas sobre el debate, pisando cristales que nos pueden llevar a ser esquematizados con el simplón «estás con o contra». Sin embargo la situación vasca, bajo el manto del terrorismo, es uno más de los muchos conflictos políticos del planeta, y desde luego no es de los peores hoy día. Gutiérrez Aragón proporciona una mirada distorsionada de manipulación propia (suyo es el derecho, nadie se lo niega) sobre una sociedad que ni vive tanto miedo, ni todos sufren esa visión compartida del comer y callar. Es más, si algunos técnicos y demás atrezzo no han colaborado con él, no ha sido tanto por ese miedo que él proclama como por no estar de acuerdo con su propuesta. Esa mirada de visitante agarrado a tópicos, un turista accidental que ve las cosas desde un prisma ausente de toda ambigüedad, alejado de la realidad numérica que supone la horquilla sociológica situada en la izquierda abertzale. Lo que no es óbice para subrayar el miedo y acoso que aún hoy sufren algunas personas.
Josu Jon resulta herido en un control de la guardia civil después de haber incendiado un camión junto con un grupo de compinches (de los que nada más se sabe en la cinta). A consecuencia del mismo ha perdido la memoria. Es tratado en un hospital penitenciario, y posteriormente encarcelado, donde seguirá en contacto con miembros de su banda, que intentaran atraerlo de nuevo para sí. (Sin espacio temporal preciso y con la coletilla de unas monjas en medio que no viene ni a qué ni a cuento). Un profesor de Universidad, Xabier, es amenazado por sus críticas opiniones sobre la situación en Euskadi. Malviviendo con su miedo, Xabier no renuncia a ir a las cenas de su sociedad gastronómica pese a las amenazas que recibe. Por otro lado Josu Jon vuelve a casa en régimen de libertad vigilada bajo la supervisión de un centro psiquiátrico, (sin precisar, de nuevo, el tiempo transcurrido desde su accidente). Resulta que en dicho centro trabaja Francesca, la novia de Xabier.
Lo que expone el realizador en Todos estamos invitados es una mezcla de etapas, fechas y acontecimientos como de una sopa de tropezones se tratase, en un desequilibrado transcurrir narrativo. Datos expuestos sin fechar que recuerdan esos vídeos de ciertos partidos políticos mostrando una realidad manipulada con acontecimientos de diversas décadas. Esto no da más que lugar a una sucesión de tópicos sin contrapeso alguno. Y de tópicos rodea Gutierrez Aragón a sus personajes, dibujados de forma absolutamente tosca. Desde el terrorista Josu Jon, (un Óscar Jaenada al que se le ha sacado muy poco provecho), sobre el que se posa la cámara como si le quemara, al papel del profesor Xavier (un José Coronado que intenta adecentar su reflejo del miedo), para acabar rematando la bicha con un personaje extraño y fuera de tiesto, la novia italiana del profesor. ¿Un casting hecho deprisa y corriendo?. Los tópicos continúan en el detalle sutil: la lengua vasca, o Euskara, lo habla mucha más población que la que rodea al entorno abertzale; los familiares de los terroristas y presos no tienen una actitud tan inane como la madre de Josu Jon; la iglesia no es un bloque de defensa terrorista, si bien, a diferencia del resto del país, matizan más la complejidad de la situación; y por supuesto los tres componentes del grupo de Josu Jon que le vigilan no son de molde único.
Se sigue utilizando a las víctimas, esta vez en una pancarta cinéfila de mensaje y lenguaje intencionadamente simplista, tomando a los espectadores por idiotas integrales. A modo de parte de noticias de Telecinco o Telemadrid, las mismas que colaboran en la producción. Prácticas fílmicas que se mueven en un plano muy convencional, a pesar de conseguir un logro en las escenas de acción y en el punto final, en el que parece haber despertado el cineasta de sus fuerzas del mal, para adentrarnos en su particular mundo artístico situado entre metafórico surrealismo.
Hablando de conflictos, debí haber ido a ver La banda nos visita (Eran Kolirin), un enfoque más inteligente de otro conflicto interminable.
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