Uno que me gustaba mucho en la Universal era Bud Boetticher. Estaba a menudo en el plató contiguo al mío, y nos encontramos por la mañana, camino del trabajo, y yo le decía: «Eh, Bud, ¿qué estás haciendo?». Y él decía: «Eh, Doug, oh, sólo un condenado western. Y tú, ¿qué haces?». Y yo decía: «Oh, sólo un condenado melodrama». Y seguíamos nuestro camino.
Los viejos maestros insuflaban vitalidad a Hollywood. Algunos pasaban por
«artesanos», como Ford, Hawks y Douglas Sirk, autor de melodramas
clásicos como Imitación a la vida, aquí recordando sus buenos tiempos
y a su amigo Boetticher, uno de los buenos cultores del western.
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