Before the Devil Knows You’re Dead
Dir. Sidney Lumet | 117 min. | EE.UU – Inglaterra
Intérpretes: Philip Seymour Hoffman (Andrew ‘Andy’ Hanson), Ethan Hawke (Henry ‘Hank’ Hanson), Albert Finney (Charles Hanson), Marisa Tomei (Gina Hanson), Rosemary Harris (Nanette Hanson), Aleksa Palladino (Chris Lasorda), Michael Shannon (Dex)
Estreno en España: 23 de mayo de 2008
Estimulante, dura, dolorosa, encogedora de almas, turbia, incómoda, perfecta, sombría, sobrecogedora, esto (y no acabaría) y más es Antes que el diablo sepa que has muerto. Juntemos el bagaje de Lumet, la elección de unos intérpretes que se convierten en pura arcilla ante las descripciones psicológicas de realizador y guionista, un brillante montaje visual dinámico y atrayente, una información bien dosificada en ritmo y concreción, y la historia clásica sin ápice de conformismo, todo bien dosificado nos da un espectáculo culto y brillante.
La tragedia griega revisitada
Y en este punto estamos. Los aposentos morales del diablo contemporáneo no son mejores que los fangos que rodeaban a los personajes de Dostoievski, Shakespeare, o cualquier tragedia de Sófocles y Eurípides. Apestan al mismo azufre. Y no podría ser más que un notable del cine, un realizador que es historia del cine con mayúsculas, Sidney Lumet, quién nos lo pusiera en el anfiteatro representado hoy por nuestras múltiples pantallas. El último mohicano de la izquierda norteamericana, un realizador de vivos y lúcidos ochenta años que sigue siendo incómodo, que molesta, que se niega a renunciar a lo que siempre ha contado y sigue contando: la dureza de todas las hipocresías humanas y sus ritos y milongas: la justicia, el orden policial, la ambición personal, la familia, la política, el ejército, todo ello con unas elaboraciones muy personales, reflexivas, inteligentes y complejas, cuando no revestidas de una curiosa ambivalencia muy sarcástica (véase su penúltimo trabajo, Declaradme culpable, 2006), o utilizando una cinemática absolutamente innovadora, moderna y dinámica, aquí está Antes que el diablo sepa que has muerto, para contar lo mismo de siempre, la caída en los delirios de la ambición, la pérdida del honor personal y de la honradez más esencial.
Hablaba hace unos días de un valiente realizador francés, Claude Chabrol y su cine en travelling constante denunciando la hipocresía social, concretamente la burguesa. Sidney Lumet, con mayor bagaje, y exquisito equipaje, alforjas que llevan un peso mastodóntico, el de sus primeras experiencias televisivas, el impacto de aquella Doce hombres sin piedad 1957, (que aún hoy nos enmudece), o el de Panorama desde el puente 1961, El prestamista 1964, (cuyo visionado resulta incluso doloroso), La ofensa 1972, El príncipe de la ciudad 1981, y por supuesto Serpico 1973 y Tarde de perros 1975, por nombrar sólo algo de la interesante e inmensa cinematografía de este monstruo de la dirección y realización; aborda, decía, las mismas denuncias, retratos podridos del género humano. Adicto a Nueva York como fondo del cuadro, Lumet es un usual del llamado cine-teatro, o cine de cámara. A través de imágenes sobrias, por las que sus personajes traspiran emociones, su cine es fuerte, es alimenticio. Y agradecemos que este cineasta no se haya vendido a los aires tan políticamente correctos que corren por las venas de sus convecinos. A la vejez, rebeldía, ¡Sí, Señor!
Estimulante, dura, dolorosa, encogedora de almas, turbia, incómoda, perfecta, sombría, sobrecogedora, esto (y no acabaría ) y más es Antes que el diablo sepa que has muerto. El dinero, ese material cotidiano y extraño, infinitamente peligroso, esa sustancia que es más explosiva que la dinamita. Las tensiones diarias surgen y se acumulan en torno a sumas de dinero, pequeñas o grandes, construyendo una estructura de naipes, que cae al primer soplo del diablo que llevamos al hombro. La relación que cada uno tiene con el dinero puede convertirse en verdadera tragedia, nos dice Lumet en este magnífico último (y esperemos que no último) trabajo. Otro grande y adicto a la gran manzana, Woody Allen, nos puso hace unos meses sobre la pista en la tragedia de dos hermanos, aunque cambiara el escenario por Londres, con Cassandra’s Dream. Vuelve la sangre a correr por culpa del delito de dos hermanos sin escrúpulos, donde se pergeña con trazo fino el débil y el maligno. Y vuelve Sidney Lumet a su cine de cámara, aunque los personajes crucen las aceras de Nueva York, la urbe de las urbes poco monta, poco se perfila, todo es teatro de gestos y miradas, encuadres y montajes interiores.
Cine para babear de gusto, sencillamente. Juntemos el bagaje de Lumet, la elección de unos intérpretes que se convierten en pura arcilla ante las descripciones psicológicas de realizador y guionista, un brillante montaje visual dinámico y atrayente, una información bien dosificada en ritmo y concreción, y la historia clásica sin ápice de conformismo, todo bien dosificado nos da un espectáculo culto y brillante. Una obra maestra. Antes que el diablo sepa que has muerto.
Sobresalientes Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke como los hermanos Andy y Hank respectivamente. Dos productos de hoy día, dos diablos vanidosos. Presionados cada uno por sus circunstancias, Andy por las drogas, y su propia miseria moral; y Hank por su personalidad perdedora y pusilánime perpetran un atraco a una sencilla joyería de centro comercial. Lo emponzoñado y azufrado es que ese pequeño negocio es de sus padres. Como en el drama de Allen, aquí uno de ellos dirige al otro, le empuja literalmente a los infiernos. Pero eso no lo veremos desde el mismo comienzo, sino que se irá desarrollando con densidad a través de unos bien trabajados flashback y flashforward que el cineasta ya experimentara años atrás en El prestamista. Esta manera de montaje no lineal le da, a mi entender, un gran espesor dramático a la historia, fija los hechos y a los personajes con sus miserias y oscuros matices en nuestras retinas alucinadas, (todos miserables, no se salva ni el apuntador. Esposas intercambiables, padres vengadores, extraños camellos, delincuentes chantajistas y policía burocrática e ineficaz hasta la náusea). Todos muertos, sin límites éticos, como en Los infiltrados de Scorsese.
No hay concesión a la esperanza en esta parada de los monstruos. Se les encogerá el alma.
Sublime.
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