Siempre tratando de decir la última palabra en cuanto al paranoico tema de los muertos vivientes en el cine, el veterano creador de los ejércitos de zombies George A. Romero, regresa una vez más al ruedo. Esta semana ingresa a la cartelera peruana El diario de los muertos, que parece ser su recapitulación final, su cine dentro del cine. Al menos de algo le sirvió la moda zombie que se desató en estos años virulentos con sus hiperkinéticos y hambrientos protagonistas. Vale la ocasión para acompañarlo y recordar su viaje, de momentos memorables para el cine, con estos compañeros de toda su vida.
La noche de los muertos vivientes: La película que definió el plan de invasión. 1968 es el año de su nacimiento en una noche y una aventura casi westerniana, en la que el debutante Romero se extiende con garra y maestría por sobre todos los moldes del terror filmico hasta entonces, para subvertirlo bajo la autoconciencia, la alegoria sociopolítica y un afán revulsivo que aún permanecen en la cumbre de lo más perturbador. Uno de los filmes más angustiantes y concentrados que se haya visto.
Dawn of the Dead: Si la cátedra estaba dictada para su numerosa y bastarda prole, el cineasta llevó al paroxismo total sus ideas sobre la arrolladora y mecánica transformación de la civilización, en esta secuela realizada diez años después y cuando el gore y las slashers era moneda corriente. Esta vez resulta que los muertos sobreviven al ventilante amanecer porque más pueden las ganas de ascender socialmente, y para ello se van a hacer tour por la reluciente ciudad. Esto incluye paseos por los lugares más turísticos, horas de shopping, reportajes en vivo y «carne» a degustar menos rústica que la de la noche anterior. Con más ambición y más ironía, Romero se las arregló para ser uno de los pocos que han podido darle la contra a la mala fama de las continuaciones en esta genial película.
Day of the Dead: El pleno día de los muertos vivientes sobre la tierra no resultó ser, ni de lejos, digna acompañante de sus antecesoras. Será porque la época y las circunstancias eran muy distintas y seguramente porque las exigiencias de ser chacotero y llanamente explícito en la era de Jason Voorhees hicieron dudar mucho al pionero sobre cómo acometer este picnic multitudinario. Debajo de ellos, quedábamos los espectadores y el resto de una civilización que no podía ni decidirse a hacer de la camaradería y la necesidad, esa sinfonía armoniosa que exudan las películas de su admirado Howard Hawks.
Land of the Dead: El regreso a la tierra de los muertos resultó siendo una película que se quedaba a medias, aunque con más virtudes que la anterior. Nuevamente su ruda nación lograba sobrevivir pero debía de soportar la indeseable presencia de esos «bárbaros» que pugnaban por cruzar sus fronteras. Sólo que de desesperados mojados éstos no tenían nada. Acá los inmigrantes se organizan, buscan su reivindicación y para ello son revestidos, con acertados toques de humor, de un aura bíblica, como una nación en busca de su tierra prometida y liderada por un patriarca que hasta les enseñaba a cruzar las aguas.
El diario de los muertos: Ahora la aventura zombie vuelve en su versión más pretendidamente intelectual, más acorde a los aires de nuestro tiempo, donde cualquiera es capaz de aspirar al filme propio, los medios son lo de menos. Que lo digan los astutos creadores de The Blair Witch Project o Cloverfield.
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