El 8 de junio pasado, Polvos Azules cumplió 27 años. Antes que el Día del Padre acapare nuestra atención, pensé que sería bueno compartir alguna anécdota vivida en esos metros cuadrados, donde muchos de nosotros hemos tenido más de una experiencia cinéfila. Sí, tú también.
En los últimos meses he regresado dos veces a Polvos Azules. En ambas oportunidades con la sana intención de comprar alguna vanidad de la vida -zapatillas-, pero he terminado, tal como manda la maldición, con mi bolsita negra cargada de DVDs. Luego de calzarme mis nuevas adquisiciones, sentí la siempre inexplicable necesidad de estrenarlas paseando por el Pasaje 18, pasadizo/oasis de cinéfilos de Lima, el Perú y el Mundo. Paréntesis: no sé si eso último sea tan exacto. Se supone que en el extranjero los cinéfilos se rinden al escuchar las palabras mágicas «Polvos Azules», mito que conocen de oídas, de viajeros que se aventuraron en sus entrañas y salieron victoriosos con más de un trofeo, inalcanzable en otras latitudes. La verdad es que cuando pregunté, durante el BAFICI, a algunos conocidos y desconocidos sobre el lugar, esperando que me interroguen con entusiasmo por su existencia, sólo obtuve por respuesta la típica indiferencia del que todo lo ha visto o el que desconoce mayormente. Quizá el dizque mito del emporio limeño se dé más entre los cinéfilos festivaleros, y no entre los de a pie, aquellos que no han tenido que usar su pasaporte para entrar a una sala de cine.
Pero bueno, a lo que iba: el Pasaje 18. Llegué pues a la tierra prometida, esa especie de food court del otro cine, donde uno puede picar de aquí y de allá, con sabores de todo el mundo. Me encontré con pancartas indicándome, por si las dudas, que estaba en el lugar correcto: «Cine Independiente», y con afiches de cineclubes anunciando sus próximos y esforzados ciclos, que se realizan, cómo no, con el «auspicio» de Blue Dust Co. Mientras me acomodaba para revisar los pesados catálogos, abriéndome paso entre un par de compradores compulsivos (esos que se levantan sin asco media tienda), comenzaron a llegar otros usuales visitantes de ese rincón pirata, los entusiastas, los novatos, los foráneos, los primerizos. Ahí estaba un compatriota hacendo de guía a un gringo que estaba al borde del colapso ante el abrumador menú que le ponían en frente. «Es la nueva edición, sí, ¡la que nunca conseguimos!». Al otro extremo se acercaban un par de universitarios (de la PUCP, primeros ciclos de Comunicaciones, de hecho). «¿Tienes una película que se llama Mister Lonely?», preguntaron, esperando un No por respuesta. Sonreír era inevitable: hacía una semana nomás que la película se había presentado en el BAFICI, para alegría de Daniel, presidente honorario del club de fans de Harmony Korine.
Luego de estos minutos de tanteo, decidí que era la hora del bitute, y pedir las primeras pelas que se me vinieran a la mente. Algunas de las más pedidas eran Juno, Persépolis y Control. Me llevé la de Anton Corbijn (que resulto ser una decepción, mejor vean el documental Joy Division), además la rumana ganadora de Cannes 2007, la mexicana El violín, y Exótica para volverla a ver y recordar algo de aquella memorable función en El Pacífico. Semanas después, un par de estos DVDs siguen en la lista de «películas por ver».
Bonus: Lean también «Polvos azules, el mercado de Lima donde todo es posible», delicioso relato de Jaime Bedoya; y los últimos posts sobre el tema en el Gran Combo Club, y su nutrida cola de comentarios; todo sazonado con estas coloridas imágenes.
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