Dir. Nikita Mikhalkov | 159 min. | Rusia
Intérpretes: Sergei Makovetsky (Jurado 1), Nikita Mikhalkov (Jurado 2), Sergei Garmash (Jurado 3), Valentin Gaft (Jurado 4), Alexei Petrenko (Jurado 5), Yuri Stoyanov (Jurado 6), Sergei Gazarov (Jurado 7), Mikhail Efremov (Jurado 8), Alexei Gorbunov (Jurado 9), Sergei Artsybashev (Jurado 10), Viktor Verzhbitsky (Jurado 11), Roman Madyanov (Jurado 12), Alexander Adabashyan (Alguacil), Apti Magamayev (Muchacho checheno)
Estreno en España: 13 de junio de 2008
De esplendorosa y tremendamente carismática presencia, Nikita Mikhalkov aparece también en 12 como actor, aunque hay que matizar que la cámara apenas se posa en él. Más próximo como autor a dramas de espacios pequeños o familiares, a lo Anton Chejov del que ha extraído mucho material, ha centrado su trabajo de dirección (o actuación) en historias que se desarrollan en espacios cerrados. 12 es una revisión de la película mito de Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad. Y a su vez, es una adaptación del mundo de las letras, del autor primigenio, Reginald Rose. Mucho ha tardado Mikhalkov en ponerse de nuevo manos a la obra, se preguntarán. Va lento, pero no cabe duda, que seguro.
De la Ley y la misericordia
Hablaban hace unos meses, en uno de los cahiers de la revista Dirigido por…, de lo ilimitada que es Rusia en cualquier sentido a propósito de otro filme que tiene mucho que ver (si bien no en la estética, sí en la visión de un conflicto ) con el que voy a hablar, Aleksandra, de Alexander Sokurov, y que vi hace unos días en pantalla pequeña. Parece haber coincidencia en la sensación de desamparo que se siente ante la desmesura de esta inmensa nación, de su cultura, historia, política, literatura. Inabarcable, también en el cine. Colosales las obras de estos artistas rusos, aunque su visualización sea sencilla, más no simplista. Ahí esta la reciente propuesta relativamente insólita de un documental sobre Andrei Tarkovsky, que junto a Lev Kulechov son padres del cine ruso, desconocido en gran medida para el espectador occidental, más que su literatura. Sus discípulos y alumnos se han movido por puentes sostenidos de filmografías diferentes, desde el mencionado Sokurov con su cine intimista dotado de alma, o el que me ocupa, el genial director y actor, Nikita Mikhalkov, cuyo cine hace honor al carácter grandilocuente ruso y que llega a los cines (cargado de testosterona) con 12, una de las cintas nominadas como película de habla no inglesa en el pasado Festival de la Academia de Hollywood, y que obtuvo una mención especial de los críticos en el Festival de Venecia 2007.
De esplendorosa y tremendamente carismática presencia, Nikita Mikhalkov aparece también en 12 como actor, aunque hay que matizar que la cámara apenas se posa en él. Más próximo como autor a dramas de espacios pequeños o familiares, a lo Anton Chejov del que ha extraído mucho material, ha centrado su trabajo de dirección (o actuación) en historias que se desarrollan en espacios cerrados. En los años ochenta dirigió varias cintas que transcurren en la cama o habitaciones cerradas. Sin embargo no crean que 12 encierra siquiera un ápice de estética claustrofóbica. Bien al contrario puede resultar tan épica como las previas, Quemado por el sol (1994) y El barbero de Siberia (1999).
Mucho ha tardado Mikhalkov en ponerse de nuevo manos a la obra, se preguntarán. Va lento, pero no cabe duda, que seguro. Va lento pero matiza, alimenta, enriquece sus realizaciones, aunque las ideas surjan de la literatura o de películas anteriores. Lo mismo da, porque no dejan de tener una esencia muy distinta de las originales, constituyéndose en otra, distinta. 12 es una revisión de la película mito de Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad. Y a su vez, es una adaptación del mundo de las letras, del autor primigenio, Reginald Rose.
Vaya por delante que esta versión cinematográfica de la historia me parece más sustanciosa y elaborada que la norteamericana de 1957. Empezando porque no hay ninguna prisa en resolver la papeleta e irse a casa. Desde el comienzo intuimos esa parsimonia (entretenida) que seguirá a lo largo del remake del cineasta ruso, que sin embargo está imbuido de exterioridad, en lo que supone una mirada al conflicto de Chechenia no solo desde los prejuicios del jurado reunido y del espectador, también lo hace desde la mirada del cine bélico de acción. Todo ello compone una película larga, con tics y flashes de sorprendente actualidad audiovisual, (un espectador que se aburre es un espectador perdido, dice el propio Mikhalkov), a la que como mucho quizá le sobren algunos minutos, (los cinco últimos sobre el avecilla), pero justo es reconocer que entra en una mayor profundidad sociológica que la versión de Lumet.
Hay todo un abanico temático desplegado en esta brillante película rusa. Para empezar una referencia extremadamente importante, la de los hábitos, tópicos, información manipulada sutilmente, pensamiento moldeado adquirido a través de los (poderosos económicamente) medios de comunicación de masas actuales. Como afirma ya en el final el personaje que interpreta Mikhalkov: vemos, juzgamos, hablamos como entendidos, opinamos y dejamos las cosas como están. !Cuanto sabemos!
Los doce hombres de Mikhalkov son seres reales, cada uno de los cuales tiene una historia personal que contar. Historias que influirán en la decisión a tomar sobre la culpabilidad o inocencia de un reo: el ingeniero (el moscón que primero levanta la mano apelando a la reflexión sobre el joven checheno juzgado (quién pone las notas exóticas al filme al aferrarse a sus danzas como identidad) acusado de matar a su padrastro, un oficial ruso que se ocupó de él cuando la familia del chico fue masacrada. Continúan las dudas en la figura de un judío superviviente del holocausto, un ejecutivo de televisión, un cómico, un enterrador, un médico (caucásico al igual que el chico), y así hasta llegar al más difícil de los personajes, el que alberga más prejuicios, el más furioso, un taxista. Sean las profesiones quizá solo una anécdota, de lo que se trata aquí es de personalidades, de tipologías humanas con las que 12 nos presenta toda una sesión de psicoanálisis freudiano.
Me alargaría aún unos cuantos párrafos más, puesto que esta grandilocuente película tiene mucho que debatir. Pero voy a ser benevolente con ustedes, les remito directamente a entrar en ese gimnasio donde doce hombres recapacitan sobre la vida y la desconfianza de cualquier idea definida sobre los seres humanos y sus pueblos.
Sin duda más merecedora del Oscar que la ganadora Los falsificadores.
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