En 1974 Brian De Palma realizó una de sus mejores y más frescas películas. Hasta cierto punto, Phantom of the Paradise se convirtió en el punto culminante de una carrera de amplia proyección como lo estaban siendo, a la vista de Hollywood, otros talentos surgidos de los predios menores, cine de serie B e independiente en general.
A su manera, esta película reúne en un solo bocado (o concierto) toda la chirriante y barroca extravagancia del cineasta. Para este baile de máscaras y aniquilamientos no hay otro motivo y ambiente que el mundo del espectáculo. El paraíso del título es el palacio de moda, el que se abre de par en par y deleita a la generación del proto metal y el glam rock.
De Palma deja salir su característico y gusto por el choque y el efectismo pero en el mejor sentido. Phantom of the Paradise es un espectáculo notable y paseo por la feria o el carnaval lleno de trucos y juegos teatrales rodeados de humaredas. Un cóctel que presenta la furiosa escena underground y sus entretelones, salpicados del transformismo grotesco, bizarro y no poco sensual. Incluso busca referencias más atrás, para dar forma a su protagonista de antología (el poco notorio William Finley): Dorian Gray, Fausto y el enmascarado de Gaston Leroux. En suma, una ópera rock fastuosa y delirante en la era del desenfreno que siguió tras los cánticos bien intencionados de la era hippie.
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