Algunas veces nos vemos enfrentados a la realidad de que muchas cosas no son como las recordábamos, se introducen en la memoria para irse distorsionando con el tiempo. Es como si fueran una fotografía tomada en movimiento veloz, borrosa y hasta oscura. Eso es lo que a todos los que disfrutan de esta cinta les debe haber sucedido si la atraparon en el aire alguna noche como las que se exhiben en ella, un universo underground que la convirtió en una de las favoritas del público darky.
Temo decir que a The Hunger la agarré demasiado chico, en una emisión televisiva a esas horas que tus padres te creen dormido, o por lo menos con los pensamientos sanos. La estatura y la falta de identificaciones válidas, me hubiesen impedido de rastrear el horizonte bizarro y llamativo con el que se revestía aquella melindrosa intriga sobrenatural. Como tantas otras fantasías de la pantalla expuestas a ojos novicios, tal estallido de imágenes preciocistas y cliperas supusieron toda una revelación. Fueron un primer encuentro con los rincones resbaladizos de la estética arty, aunque tales conceptos no los tendría más claros ni en un futuro cercano, lo mejor ahí era llevarse por la intuición del espectador a salvo.
Verla y revisarla ahora significa derrumbar muchas de mis primeras certezas con respecto a las formas y la representación. Puedo señalar uno tras otro tantos detalles (como los que se mencionaron en el momento de su estreno) e ir derrumbando la que fue, por no poco, toda una cinta de culto, un pretexto perfecto para compartir una noche de miedos y golosinas con los amigos.
Este fue el debut del rápidamente popular Tony Scott, y por mucho tiempo permaneció como su película más ambiciosa. Como buen hombre del mundo de la publicidad y el videoclip (al igual que su hermano Ridley), el cineasta se encargó de elaborar atmósferas de impacto visual y sonoro por encima de todo, idea que no es nada despreciable si se ejecuta con convicción. Y debo decir que aplicando esa paleta lograron mantenerme interesado aquella noche de la que no recuerdo ni la aproximada fecha. De lo que me acuerdo muy bien es que la romántica historia de vampiros de elite no fue lo que me llegó a sobrecoger, por ese lado el filme era más visiblemente desinflado. Lo que me sedujo fue su erotismo mórbido, tal vez muy liviano y superficial dirían muchos ahora, pero aquel espectáculo de las sombras y el deseo conseguía hipnotizar en no pocos momentos.
A su modo Scott no dejaba de emular a otros autores con afán de golpe (conseguidos o fallidos) como Stanley Kubrick o Ken Russell. Ahí estaba el emergente mundo de los videos musicales como campo de experimentación y sus no pocos escarceos con el cine. Un momento que invariablemente pertenece a mi imaginario particular es el inicio, aquel show gothic a cargo de una de mis bandas favoritas: Bauhaus, interpretando Bela Lugosi’s Dead.
Afortunadamente para mis afanes descubridores de aquella edad, la película dura poco y no se entregaba a demasiadas divagaciones (al menos eso me pareció en aquel momento). Transcurría en lo que uno se va recuperando de las sensaciones que producen su ritmo extraño y la aparente crónica de unos seres malditos viviendo el día a día, lánguidos, hasta cansinos, pero siempre sedientos, al borde de morir de inanición. Lástima que mi ídolo David Bowie aparecía muy poco, pero ahí se encontraba también una pelirroja que se convirtió en una de mis obsesiones cinematográficas. Tampoco recuerdo muy bien si a Susan Sarandon la había visto antes, pero prefiero seguirme remitiendo a esas primeras impresiones de la película, e idealizarla como esa ansiosa compañera a la que esa noche se la aparecía un hada fría y seductora, con la sonrisa apenas esbozada, en el rostro de Catherine Deneuve. Sólo con ese encuentro me puedo desentender totalmente de mis conjeturas posteriores y decir, desde tal emocionante y remota oscuridad, que aquella escena de amor fue una de las experiencias más intensas que debo haber tenido como espectador, con el permiso de Delibes e Ebert.
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