Dir. Andrés Baiz | 95 min. | Colombia – México
Intérpretes: Damián Alcázar (Eliseo), Patricia Castañeda (Valeria), Carolina Gaitan (Amiga de Natalia), Marcela Gallego (Mamá de Natalia), Isabel Gaona (Irene), Álvaro García (Tendero), Héctor García (Taxista), Martina García (Natalia), Marcela Mar (Paola).
Estreno en España: 4 de julio de 2008
La oscura, amarga y nihilista Satanás es una película sumamente atractiva que juega con los artefactos propios del cine de género, más allá del hándicap de basarse en hechos reales, aunque ello en sí no constituya handicap alguno. Exenta de todo juicio de valor el colombiano Baiz ha barajado cuestiones importantes, el exceso de violencia en la sociedad, el sexo y el amor obsesivos, la venganza sin límites, la locura, la autodestrucción, la dualidad interna entre el bien y el mal, o los demonios que todos llevamos dentro enfrentados por salir a la superficie.
La violencia engendrada
No he tenido la ocasión, aún, de leer la obra de Mario Mendoza, debido a lo cual no puedo hablar con propiedad sobre Satanás como adaptación. En general la crítica ha coincidido en que, adoptando como propias las opciones creativas de Mendoza, la opera prima del realizador Andrés Baiz desarrolla y enriquece la idea, a medio camino entre Nigel Kneale, John Carpenter y Dario Argento, de que las pulsiones más oscuras del ser humano se han convertido en una entidad independiente que contamina todo lo que toca, con una visión decadentista de Bogotá y una complejidad estructural que va más allá de su sencilla puesta en escena.
La oscura, amarga y nihilista Satanás es una película sumamente atractiva que juega con los artefactos propios del cine de género, más allá del handicap de basarse en hechos reales, aunque ello en sí no constituya handicap alguno. Exenta de todo juicio de valor, el colombiano Baiz ha barajado cuestiones importantes, el exceso de violencia en la sociedad, el sexo y el amor obsesivos, la venganza sin límites, la locura, la autodestrucción, la dualidad interna entre el bien y el mal, o los demonios que todos llevamos dentro enfrentados por salir a la superficie. Y lo hace por medio de un cruce de historias, tres las principales que me retrotraen a la mexicana Amores perros, y como ella habrá un punto en el que confluyen los protagonistas de las tres crónicas.
Merece especial mención el reconocimiento que Satanás ha cosechado por su paso en mil y uno festivales durante 2007: Mención de honor en el Festival de San Sebastián, Premio Pablo Neruda a la Mejor película en el Festival de Huelva, Mejor película colombiana de la crítica y del jurado en el Festival de Bogotá D.C., Mejor película y actor en el Festival de Montearlo (Mónaco), además de menciones especiales en muestras de Nueva York, Brasil, Chicago, México, Miami, Palm Springs, Ecuador, así como el haber sido seleccionada oficialmente por Colombia para optar al Oscar de película extranjera y a la mejor película extranjera en los Premios Ariel de la Academia Mexicana de las Artes y Ciencias Cinematográficas. Una buena lista de medallas, ninguna de más.
Esta transgresora película se adentra en un estallido de pura violencia que conmocionó a la sociedad colombiana en 1986. Siguiendo la estela de psicodramas protagonizados por veteranos del Vietnam, inaugurados por Taxi Driver en 1976, Satanás delinea el perfil, o más concretamente varios perfiles, que han mamado violencia en todas sus formas desde su primer aliento de vida. Eliseo, el padre Ernesto y Paola son seres en constante lucha interior. Unos con resultados más drásticos que otros, todos se destapan, todos acaban sucumbiendo a su verdad, aunque ésta sea del rojo más escarlata. No hay en ellos lugar para la esperanza, ni para el espectador, que se ve sacudido interiormente, algo que quería el cineasta y que, a fe nuestra, ha conseguido. Tampoco es baladí que la historia se sitúe en Bogotá, por aquello de las «microviolencias» de las grandes urbes, especialmente aquellas en las que la delincuencia encuentran su horma perfecta. La capital de Colombia, como Rio de Janeiro, o Johannesburgo son un caldo de cultivo para la violencia con sus altas cuotas de desempleo, subempleo, derechos y coberturas sociales precarias, servicios públicos deficientes, condiciones medioambientales desastrosas, y en fin, diferencias extremas entre privilegiados y pobres, conducidos éstos últimos a apocalípticas decisiones de locura como la madre parricida con la que se abre el filme.
Eso desde el punto de vista sociológico. Desde el punto de vista técnico y formal las tres historias con fondo sórdido se muestran en una estética clásica y pulcra muy eficaz, elegante porque tal violencia es más sentida que visualizada por el espectador, en parte por la perfección interpretativa de sus actores y actrices (Damián Alcázar está soberbio) y por la voluntad de estilo y juego de equilibrios sin reiteración de Baiz. «No quería sumar más crudeza con la cámara y he intentado mostrar una cierta expresión artística dentro del horror», ha subrayado el cineasta.
Eliseo es un hombre solitario, frío y distante, obsesionado con la limpieza, que quiere alcanzar lo inalcanzable, su preciosa alumna de clase alta a la que enseña inglés. Paola es una trabajadora guapa a la que cada día le resulta más difícil sortear el acoso machista, por ello decide unirse a dos estafadores para sacar dinero a los hombres. Ernesto es un sacerdote enamorado hasta el tuétano de su ama de llaves, una joven dulce y guapa, que le corresponde en sus sentimientos. Los tres mantienen una lucha constante con sus demonios que les conducirá al infierno.
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