El problema de fondo del comentario de Augusto Elmore en su sección «Lugar Común» de la revista Caretas es de ética periodística. Un periodista sólo informa (u opina) sobre situaciones de las que ha sido testigo, conoce de primera mano o tiene información suficiente. El señor Elmore no conoce el guión premiado. Sin embargo, opina sobre él y sobre el premio. Bastaría sólo con este hecho para presentar una queja ante el Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana, porque se está afirmando que el guión ha sido premiado por razones distintas a las establecidas en las bases de concurso, lo cual es ofensivo (en los términos) y hasta injurioso (en el fondo) para el señor Javier Fuentes, los miembros del jurado y el CONACINE.
Además, como ex «Consejero Cultural» de la Embajada peruana en España, Elmore debería saber que una obra artística debe juzgarse por sus valores estéticos (o, en este caso, dramáticos) intrínsecos y no porque su argumento sea gay. Al hacerlo, este comentarista no formula un juicio, sino que desliza un pre-juicio, lo cual tampoco es ético. Más aún, éste es el peor de los vicios en los que puede caer un crítico o comentarista de arte, porque supone hacer uso del poder que le otorga escribir en un medio de comunicación importante para denigrar o desmerecer a un autor, incluso antes de que haga su obra, como ocurre en este caso. ¿Qué tipo de «consejos» habrá proporcionado en Madrid?
Aparte de estos aspectos éticos, los comentarios del señor Elmore son claramente discriminatorios y homofóbicos. Para empezar, Brokeback Mountain es una película cuyos valores audiovisuales están fuera de toda duda, independientemente de si ha sido premiada o no; e incluso, hasta cierto punto, de su temática. Para el señor Elmore no es así, sino que su mérito (y causa de éxito indebido) es tener un argumento con tema gay. Es decir, lo que manda no es el talento, sino una creciente tendencia gay que alarma a nuestro comentarista. Textualmente dice «lo malo es que en esa tendencia, que está de moda últimamente, los maricones llevan ventaja» (seguramente para Caretas la expresión «maricones» es muy inclusiva). Esto es un prejuicio disparatado, porque no hay tal «tendencia»; a menos que se demuestre que nuestras pantallas están llenas de filmes con argumento gay del mismo nivel de calidad que la citada cinta. Porque, aunque el señor Elmore no lo crea, el juicio correcto sobre un filme debe hacerse en base a su calidad integral y no sólo a su argumento (sea o no gay).
Luego hay otro prejuicio: «siempre habrá uno que gane un premio y que encuentre alguien que le financie el filme». En otras palabras, los logros artísticos o profesionales de los gays no dependen de su esfuerzo o capacidades, sino de su «suerte», ya que están «de moda». Obsérvese que a Elmore no sólo le parece «mal» que los gays hagan cine, sino que incluso condena las películas con esa temática, sean o no realizadas por gays. Su prejuicio va más allá de la existencia de estos ciudadanos con opción sexual distinta, y se proyecta hacia la simple posibilidad de que se cuenten ficciones en el cine sobre el asunto. Eso basta para descalificarlos. ¿No es esto claramente homofóbico y discriminatorio?
Naturalmente, los señores de Caretas tienen el derecho de negarlo, pero ¿cómo queda la dignidad del señor Fuentes? Según Elmore, él se aprovecha de esa «suerte de confabulación (…) internacional de los homosexuales». ¿Y cómo queda su logro profesional de haber conseguido un premio para su proyecto fílmico (junto a otros realizadores)? Pues, según su colaborador, esto es un asunto de «maricones con suerte»; «no se le cocina» que puede tener talento profesional y su guión valores artísticos. ¿La libertad de prensa permite descalificar un guión sin conocerlo y denigrar a su autor únicamente por proponer un argumento gay? Por otra parte, ¿cuál es el mensaje para los próximos realizadores que presenten proyectos a CONACINE y para sus jurados? Bueno, suponemos que en adelante es mejor no dejarse llevar por «confabulaciones» ni «modas internacionales»; y, aparentemente, hay ciertos temas que no deben tocarse. Después de todo, son fondos públicos.
Finalmente, el señor Elmore pretende pasar por un periodista imparcial diciendo «no soy homófobo ni homófilo». No, pues, defínase, señor Elmore. Obviamente, ni su peor enemigo podrá acusarlo de ser una persona tolerante y respetuosa de las personas con opción sexual distinta, y eso sí es una constatación. Usted, aunque no se percate (o no quiera hacerlo), es homofóbico y no debe tener complejos. Dígalo claramente porque tiene derecho a hacerlo. Pero lo que no puede hacer es opinar sobre lo que no conoce ni denigrar –insinuando motivaciones subalternas– a personas que han logrado (y concedido) de manera legítima fondos para obras fílmicas con todas las de la ley. Como lector de Caretas y del señor Elmore, lamento mucho que sus comentarios casi siempre ingeniosos y que he disfrutado regularmente hasta ahora, hayan caído en prejuicios tan burdos. Ya tenemos demasiadas exclusiones sociales para añadir nuevas y menos en un medio como esta revista, que deberemos leer a partir de hoy con otros ojos.
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