Dir. Andrew Stanton | 98 min. | Estados Unidos
Intérpretes: Ben Burtt (Wall E / M-O), Elissa Knight (Eve), Jeff Garlin (capitán), Fred Willard (Shelby Forthright), MacInTalk (auto), John Ratzenberger (John), Kathy Najimy (Mary), Sigourney Weaver (computadora)
Estreno en el Perú: 24 de julio de 2008
Wall-E es un recorrido natural por buena parte de la historia y de los géneros del cine norteamericano, pero además tiene un aspecto atrevido, subversivo, en el discurso. No sólo asume el (ya manido) tema ecológico, sino que ataca frontalmente la esencia de la industria en la figura de la gran transnacional, el consumismo, se carga contra dobles agendas nacionales y pide repensar el tema del terrorismo. El otro componente, más político, ocurre cuando Wall-E, Eve y su compañía de robots fallados son declarados «rebeldes», «amenazas», y mediatizados en una foto descontextualizada, en una crítica a la manipulación del mass media gringo.
A estas alturas hablar de la calidad de la animación de los estudios Pixar es un saludo a la bandera, un lugar común y, acaso, tinta demás en cualquier publicación. Si vale decir algo al respecto, es que las imágenes de esta Tierra desolada de Wall-E son tan fotorrealistas como la de cualquier producción de acción viva y escenarios reales. Son otros aspectos los que interesan de esta cinta, los que van más allá de la técnica. Pues sin tener que preocuparse más por el obstáculo de la representación, los Pixar pueden concentrarse en entregarnos, como antes en Finding Nemo o Ratatouille, una historia bien contada, con personajes complejos, y aunque sin llegar a los niveles de la rata gourmet, con reflexiones alrededor del cine, y fuera de él.
Si en Ratatouille, Brad Bird se daba maña para reflexionar sobre la creación artística y la crítica, a través de platos que bien podrían reemplazarse por películas, pinturas, o cualquier otra expresión, aquí el tema cinematográfico no está ausente, pero tiene otro enfoque. Wall-E es un recorrido natural por buena parte de la historia y de los géneros del cine norteamericano, de la mano de este robot con modales de Charlot y muecas a lo Woody Allen. En un principio es un filme silente y juega al gag, a la comedia física con los elementos del ambiente y la cucaracha-mascota. Homenajea a ese cine de espacios y movimientos. Con la llegada de Eve se convierte en una comedia romántica -con número musical cortesía de Hello, Dolly-, de desarrollo apresurado, a trazo rápido, hay que decirlo. Wall-E se enamora «a primera vista» tan rápidamente como ve a la robot exploradora, sin mucho desarrollo de la relación, quizá por la necesidad de hacer avanzar el relato, o porque cada vez más, a desmedro de la misma cinta, la campaña de marketing deja planteado este punto con sus infinitos virales. Regresando al cine y los géneros, Wall-E tiene algo de western en esos paisajes abiertos e indomables. Ya en el espacio, es ciencia ficción pura, con sus citas a 2001 -Zaratrusta incluida- y a Alien, pero también es una aventura al estilo serial o matineé dominguera, es una película de misterio -¿Quién se robó la planta? podría llamarse- y casi, al final, un melodrama. No olvidemos también que es una cinta post-apocalíptica. Todo a la vez y sin problemas en poco más de noventa minutos. Y contra lo que se podría temer con tantas convenciones y tantos géneros trocados, Wall-E no se siente contrahecha porque está unida con los mejores aguja e hilo: buen humor y ritmo.
Pero Wall-E no se agota en este paseo caprichoso, no es sólo una cinta entretenida y graciosa. Tiene otro aspecto atrevido, hasta subversivo en el mensaje, en el discurso, que no sólo asume el (ya manido) tema ecológico, sino que ataca frontalmente la esencia de la industria en la figura de la gran transnacional, el consumismo; como se carga contra dobles agendas nacionales y pide repensar el tema del terrorismo. La transnacional y la cruzada ecológica, creo, quedan claras, en la exposición de la película misma, que a su propio pesar acabará con el merchandising en las góndolas de las tiendas por departamento, y los niños pidiendo a gritos la figurita coleccionable de la cajita feliz. No se puede pedir consecuencia cuando los caza-dólares ven una oportunidad. El otro componente, más político, se ve en el momento en que Wall-E, Eve y su compañía de robots fallados son declarados «rebeldes», «amenazas» (no se dice terrorista), y mediatizados en una foto descontextualizada. Demostrando que las razones -nosotros sabemos que lo que sucede va por otro camino- tiene poco que ver con lo que pueden declarar los medios. Es una crítica a la manipulación del mass media gringo.
En un país que se ha demorado más de un lustro para poder verbalizar un tema de ese calibre, por sus traumas post 9/11, que sea una animación dirigida al público infantil -o marketeado así, que da lo mismo- la que la haga suya, es más que loable. Wall-E termina siendo una bomba para su propio sistema, un atentado que busca hacer pensar si acaso quieren a los verdaderos autómatas programados por la moda y la TV embrutecedora. Y eso es algo que hay que aplaudir.
Sin elevarse a los niveles de Ratatouille, Wall-E deja en alto la bandera de los Pixar una vez más, y demuestra que la animación no sólo puede ser un vehículo de entretenimiento, sino que las posibilidades están mucho más allá.
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