Quiero dedicarle este post a Jean Vigo, cineasta que con su corta pero poderosa filmografía de dos cortometrajes de estilo documental (A propósito de Niza, 1930 y Taris, 1931), un mediometraje (Cero en conducta, 1933) y un único largometraje L’Atalante de 1934, nos brindó varias de las imágenes más ensoñadoras y vitales que se haya visto en los años que lleva el arte que tanto amamos. Lamentablemente, la muerte enmascarada como una terrible tuberculosis, lo alcanzó a los 29 años, privándonos así de su genio, emotividad y lirismo.
Por estos días, estuve leyendo el libro Jean Vigo que Paulo E. Salès Gomès escribió sobre el joven director, y entre las primeras páginas me encontré con este pasaje que me pareció hermosísimo y que bien parece salido de una película suya. Un fragmento entre conmovedor y tierno, que cuenta el modo en el que el pequeño Jean, recién nacido fue presentado a los amigos de su padre, el anarquista Miguel Almereyda (sobrenombre de Eugène-Bonaventure de Vigo) y que quiero compartir con ustedes.
Una noche de abril, después de una de sus innumerables reuniones de propaganda a favor del congreso, Almereyda y algunos de sus amigos, entre ellos, Francis Jourdain, habían prolongado un poco más la discusión, e incluso la habían continuado en la calle, mientras acompañaban a Miguel hasta la puerta de su domicilio.
– ¿Subís a ver a mi último pequeñín?- preguntó Almereyda a sus amigos, que contestaron en tono de reproche divertido:
– ¿Otro más?Almereyda era un maniático de los gatos. Ya había abarrotado su habitación abuhardillada con una gran cantidad de michos de tejado famélicos y malolientes. Francis Jourdain solía reprocharle la peste que dejaban en su pequeña habitación aquellos animales, y sobre todo que les diera parte de las escasas raciones de las que disponían Emily y él.
Paralizados por el estupor, fue un niño lo que vieron en los brazos de una Emily algo pálida. Si apenas la noche antes ella había salido con ellos y, como de costumbre, había vuelto tan tranquila, tras las largas discusiones en los cafés… El niño había nacido pocas horas después, y ni un solo grito de su madre había despertado a los vecinos. Nadie en la casa había notado que Emily estaba embarazada, tampoco sus amigos. Disipado el efecto de la sorpresa, el acontecimiento les pareció tan gracioso que todos echaron a reír. La discreta llegada al mundo de Jean Vigo, el 26 de abril de 1905, en Paría, calle Polonceau, hijo de padres malnutridos, en una buhardillita sucia y llena de gatos esqueléticos, fue tenida por un milagro del género cómico (…)
Y como regalo adicional (porque las imágenes de Vigo siempre lo son), les dejo la conocida secuencia de Cero en conducta en la que los niños agobiados por un sistema educativo opresor desatan su «revolución»:
Deja una respuesta