Bikur Ha-Tizmore
Dir. Eran Kolirin | 87 min. | Israel – Francia – EE.UU.
Intérpretes: Sasson Gabai (Teniente coronel Tawfiq Zacharya), Ronit Elkabetz (Dina), Saleh Bakri (Haled), Khalifa Natour (Simon), Shlomi Avraham (Papi), Uri Gavriel (Avrum), Imad Jabarin (Mayor general Camal Abdel Azim), Ahuva Keren (Lea), François Khell (Makram), Hisham Khoury (Fauzi)
Estreno en España: 11 de abril de 2008
En un mundo donde fluye tanta información y queremos decirlo todo con palabras, tantas que sufrimos cascadas ruidosas de palabrería amontonada que nos aturde, es un alivio encontrar (aún) en las salas cinematográficas una película de corte y confección como La banda nos visita (Bikur Ha-Tizmore). La banda nos visita se puede definir como un momento goce contemplativo, la recuperación de la hondura con planos pausados, silencios bienvenidos, y movimientos que se toman su tiempo. Es un jardín de elipsis, un canto a la música como razón vitalicia, alejada de toda eficiencia y cuenta de resultados, y es una reconciliación occidental con la cultura y música árabes. Es un placer calmo.
Menos es más
En un mundo donde fluye tanta información y queremos decirlo todo con palabras, tantas que sufrimos cascadas ruidosas de palabrería amontonada que nos aturde, es un alivio encontrar (aún) en las salas cinematográficas una película de corte y confección como La banda nos visita (Bikur Ha-Tizmore). Delicado trabajo escrito y dirigido por el israelí Eran Kolirin cuya experiencia se sustenta principalmente en televisión.
Como ya todo el mundo conoce esta película fue rechazada para competir por un Oscar 2008 como película extranjera porque la mayoría de sus diálogos transcurren en inglés, idioma que deviene el nexo de comunicación entre dos culturas, la árabe y la israelí, enemigas casi desde el Big Bang. Con pocos diálogos, los justos, y muchas miradas significativas, recuperamos la fe en todo lo que se puede contar sin excesos interpretativos ni malabarismos audiovisuales. Un milagro.
La banda nos visita se puede definir como el momento goce contemplativo, la recuperación de la hondura con planos pausados, silencios bienvenidos, y movimientos que se toman su tiempo. Es un jardín de elipsis, un canto a la música como razón vitalicia, alejada de toda eficiencia y cuenta de resultados, y es una reconciliación occidental con la cultura y música árabes. Es un placer calmo.
Gracias a que ha llamado la atención en el terreno festivalero, ganando varios premios y menciones especiales, entre ellos el mejor guión en Valladolid 2007, la prensa se ha fijado (aunque no lo suficiente) en esta delicia melancólica rematada, al parecen sin pretenderlo por su autor, con un humor, con una vis cómica muy inteligente.
La imagen de la idea: un grupo de hombres de la academia de policía alejandrina, cuyo nexo en común es su pasión por la música, forman una banda con la acuden a pequeñas giras. Esta vez les ha tocado en una pequeña ciudad israelí donde darán un concierto en el Centro Cultural Árabe. Al no acudir nadie a recogerlos al aeropuerto, tienen que desenvolverse en inglés para coger un autobús que les lleve al lugar del concierto. El caso es que el tarambana del grupo, más pendiente de las faldas que de las sílabas de la localidad, les hace llegar a un paraje apartado, desolador encuadre de nada, un asentamiento israelí de cartón piedra globalizado, (una de esas fantasmales urbanizaciones standard, mina de oro de concejales de urbanismo) donde son recibidos por la encargada de un restaurante que les espeta con claridad meridiana, «aquí no hay ningún tipo de cultura, ni árabe ni israelí». Perdidos en una situación extraña, y sin más referencia que el restaurante pasarán la noche más sicodélica de sus vidas.
La película luce actores de categoría, entre ello una mujer de carácter y expresividad portentosa, Ronit Elkabetz como no veíamos desde Ana Magnani e Irene Papas. Sasson Gabai y Saleh Bakri componen dos destacados personajes que le dan réplica, sin menospreciar al resto de compañeros, que componen caracteres a cual más colgado.
Hay escenas de placentera experiencia cinéfila, dotadas de llana poesía que hace albergue en el silencio. Una llamada, quizá, al encuentro de dos enemigos históricos, desde la razón humana.
Una historia que sin subirse al carro de la risa fácil, muestra que la vida, a veces, es cómica.
Destaca el lirismo de la música árabe y esa descripción, en árabe, de Saleh Bakri sobre el amor carnal a un pobre incauto en la discoteca de patinaje. Pero hay más escenas memorables, para retenerlas nada como acercarse a su proyección.
Deja una respuesta