Mutum de Sandra Kogut
Tristeza y cólera. Pero tristeza de verdad, no el melodrama o la tragedia emocional o épica, sino la cruda y desnuda exposición de la pobreza extrema. De situaciones cotidianas donde la muerte ronda a la vuelta de la esquina, por mano humana o de la naturaleza. Y cólera producida no por la manipulación de los sentimientos, sino por esa mirada objetiva y desapasionada con que se nos van mostrando –casi de manera documental– las famosas necesidades básicas insatisfechas. Cólera íntima, porque la sensación que sentimos al ver estas imágenes es interiorizada; no hay estímulo, ni llamado a la acción externa, pero vale el esfuerzo.
Mutum fue filmada en una de las legendarias zonas de pobreza extrema del Brasil: el sertón, zona agreste y semi desierta, que fue escenario de la famosa novela La Guerra del Fin del Mundo de Mario Vargas Llosa, presidente del Jurado del Festival de Lima, quien evaluará este filme de Sandra Kogut. Para ello recurrió a actores profesionales y no profesionales del lugar; siendo estos últimos niños, muy bien dirigidos por cierto.
La película adopta el punto de vista del pequeño protagonista Thiago y, asumiendo que las situaciones y condiciones de vida del lugar no podrían ser racionalizadas por el infante, obtenemos sólo sugerencias de lo que ocurre en el mundo de los adultos (varias de ellas siniestras: violencia familiar, por ejemplo). A través de ellas vamos conociendo sutilmente el entorno familiar y social, mientras la cinta destaca la cotidianeidad y los tiempos muertos; explotando la expresividad de los niños en escenas de juego, que contrapesan las partes más duras. No hay aquí el planteamiento argumental clásico (o típico, según se quiera ver) de personajes que enuncian claramente su voluntad y enfrentan a obstáculos o a otros personajes en torno a una narración dramática. Eso queda apenas sugerido y dejado a la imaginación del espectador, ya que el interés de la directora es mostrar las condiciones de vida: la falta de equipamiento básico de la vivienda (electricidad, agua), la carencia de servicios de salud básicos, la falta de escuela. Esta es una de las pocas películas en las que cuando se ve comiendo a los personajes no se le despierta a uno el apetito; sino todo lo contrario.
El detalle final de la película, la necesidad de un par de lentes para Thiago, es toda una metáfora sobre la pobreza; ya que con los anteojos (y lo que ello significa) el personaje puede ver más allá de lo concreto y proyectarse hacia una vida mejor. Este episodio culmina la serie de sugerencias amenazantes que rodean su vida y que antes se nos ha relatado. Al carecer de esta estructura dramática convencional, Mutum exige al espectador concentrarse en sensaciones de lo cotidiano, dentro de lo cual va cerniéndose el espectro de la muerte (del amiguito del protagonista) y la violencia familiar. Un tratamiento de este tipo muestra una sensibilidad muy especial por parte de la directora Sandra Kogut; pero cabe preguntarse si esta honesta exposición de la extrema pobreza logrará visibilizar el problema o se limitará a lograr impactos en las salas de festivales, como el de Lima. Hago este comentario no para cuestionar esta cinta en particular, sino para reflexionar sobre la ausencia casi general de filmes donde se expongan u ofrezcan alternativas a problemáticas sociales, como esta. Discutiremos este tema en otras películas de este Festival, como Tropa de Elite o La zona.
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