Como Antolín, creo que La mujer sin cabeza es una película sobresaliente y que no merece ser maltratada. Realmente, es de lo mejor del 12° Festival de Lima. Pese a haberla visto sólo una vez, que no es lo ideal, me lanzo a comentarla. Lucrecia Martel narra a partir del punto de vista de un personaje aturdido, una mujer madura que cree haber matado, o por lo menos herido, a alguien con su auto en la carretera de una provincia argentina. Entonces todo el relato tiene la sensación de un mareo, de un vértigo, con el deambular moroso de la protagonista que (al igual que su entorno) entra y sale del encuadre, da la espalda, se pone de perfil, se aleja del lente o se confunde con el borde de una pared. Una dualidad de escape de la realidad y encuentro con ella persigue a la señora, que se siente tan culpable desde el primer momento que ni siquiera desea confirmar su grado de responsabilidad, y así éste se agiganta al nivel de la mayor incertidumbre que puede separar a una persona del sosiego al pavor, del bienestar a la mancha, de la pureza al pecado. No es «el estiramiento de una anécdota», sino el tránsito narrativamente necesario en busca de una redención deseada desde antes del incidente. Es que, en realidad, Verónica quiere ser castigada y sufre cuando esa posibilidad se vuelve cada vez más remota, con una serie de ironías colocadas con maestría, como la mención original a un perro, que coincide con el que yace en el camino, el cual la atribulada conductora no llega a ver.
Martel logra que la cámara le enfoque la nuca, el hombro, la oreja, el peinado presuntuoso, sin dar la impresión de urdir ángulos rebuscados, sino sugiere que Verónica y el lente se cruzan y dialogan naturalmente en esos largos planos oblicuos y expectantes, incluso cuando viaja en el auto como pasajera y descubre un fuerte indicio de su falta. También hay encuadres frontales, en los que vemos la mirada perdida y el semblante contraído, en medio del ámbito familiar cuya aparente liviandad, en tales circunstancias, se presenta tan amenazante como los asedios de la sobrina lésbica y de la propia conciencia de Verónica, tan cristiana, tan culposa, a falta de acusadores y a despecho de la ayuda subrepticia que recibe de los suyos y que le provoca tamaña decepción. A destacar la excelente actuación de María Onetto y de todo el reparto, que incluye a la recientemente desaparecida María Vaner en su último rol. La mujer sin cabeza -sin placas, sin amantes, sin estadías hoteleras, sin huellas, sin paz- es el profundo retrato de una crisis antigua, un ánimo decaído, una edad incómoda, un círculo asfixiante, y también es una trama pseudopolicial que lanza pistas como carnada y las ahoga a la vez porque no hacerlo sería hacer otra película, como el apreciable telefilme Hit and Run (1999), que América Televisión ha emitido en varias ocasiones.
Deja una respuesta