Dir. Daniel Ró | 88 min. | Perú
Intérpretes: Miguel Iza (El acuarelista), Sol Alba (Leticia), Ana Cecilia Natteri (Presidenta), Enrique Victoria (Presidente), Patricia Pereyra (Claudia), Salvador del Solar (Ernesto), Sofía Rocha (Elvira), Joaquín Escobar (Víctor), Enrico Rovegno (Rudy Torrente), Ricardo Goldenberg
Estreno en el Festival de Lima: 9 de agosto de 2008
La película nos presenta la historia del señor T (Miguel Iza), un hombre que literalmente se convertirá en juguete de un laboratorio prefabricado. El acuarelista en cuestión es un personaje que se convertirá en centro de una exhibición de caricaturas oscuras de la sociedad conservadora y metiche, veremos al acuarelista intentar que sus aspiraciones de artista se libren de las garras de la monotonía y la rutina asimilada, representadas por sus vecinos que surgen a cada momento cuales zombies a la caza de “los otros”. Una evolución con respecto a lo que previamente había realizado el director en sus cortos, y que hace alusión bastante notoria a los juegos con el absurdo existencial de Roman Polanski.
El acuarelista marca el debut en el largometraje de Daniel Ró (Rodríguez para ser exactos). Y a primera vista marca una evolución con respecto a lo que previamente había realizado en sus cortos, ejercicios de estilo con impecable trabajo técnico pero un tanto desinflados a nivel narrativo y de ideas cinematográficas por lo general.
El acuarelista en cuestión es un personaje que se convertirá en centro de una exhibición de caricaturas oscuras de la sociedad conservadora y metiche que por poco no se distingue como limeña. Universo que hace alusión bastante notoria a los juegos con el absurdo existencial de Roman Polanski que a su vez estaban bastante influenciados por la pesadumbre irrisoria de Kafka o Ionesco.
En un ejercicio de citas casi explorativo, nos presenta un complot en el escenario predilecto para estas «comedias de la convivencia», que no es otro que los edificios de departamentos multifamiliares que tan recurrentes se volvieron en el imaginario de aquellos creadores de la Europa oriental.
La trama fabulada por Álvaro Velarde y Eduardo Mendoza (dos innegables y solventes talentos del guión en el medio peruano) nos presenta la historia del señor T (qué referencia más expresionista que esa), un hombre que literalmente se convertirá en juguete de un laboratorio prefabricado, un personaje dispuesto a la medida de una gran farsa que solo toma al sobrevuelo los moldes a los que se acomoda. Ahí lo veremos intentar que sus aspiraciones de artista se libren de las garras de la monotonía y la rutina asimilada, representadas por sus vecinos que surgen a cada momento cuales zombies a la caza de «los otros».
Es muy probable que este juego, divertido por momentos, llegue a sintonizar o dejar la apariencia de buen cine en algunos espectadores, dado el irreprochable acabado técnico que posee. Pero conforme avanza el metraje esta misma va volviéndose cada vez más reiterativa y dejando en claro las muchas limitaciones del cineasta. Es muy probable que incluso esta aventura en las ligas mayores haya sido tomada también como una práctica más, pero es algo que no puedo aventurarme a asegurar. No se hasta que punto la intervención de Velarde en el proceso del guión habrá tenido preponderancia puesto que hay muchos puntos de contacto entre esta película y su ópera prima El destino no tiene favoritos. Claro que en aquel caso, la orientación al humor era mucho más lograda.
Lo que si se deja apreciar durante los poco menos de hora y treinta minutos de duración de su película, es que Ró es un artesano esforzado y aplicado, pero demasiado dependiente de las fórmulas. Aplicando la regla de la narración de una pesadilla in crescendo se pueden resaltar sus gustos cinematográficos definidos, pero no el verdadero olfato de un cineasta en proyección, aún incluso dentro de un posible inclinación más comercial.
Punto a favor es la actuación bien compuesta por Miguel Iza en el rol protagónico. Dadas las características de estilización teatral que posee el diseño de todos los personajes, este es un terreno en el cual el actor se mueve con mucha solvencia. Dentro del resto, hay algunos que se esfuerzan, pero que terminan perdiéndose dentro de lo desaforado de su concepción y la languidez de la misma puesta en escena.
Tal vez ante tanto truco de aprendiz de mago, la mejor imagen con la que me quedo, o prefiero quedarme, es con la del soñador protagonista tratando de asirse a las ideas o acuarelas mentales que lo van abstrayendo de la alucinación con la que convive.
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