Shirin, la nueva película del director iraní Abbas Kiarostami, fue presentada hoy, fuera de concurso, en el segundo día del 65° Festival de Venecia. La cinta es una propuesta conceptual bastante radical, pues se trata de primeros planos fijos en los que observamos las reacciones de más de 112 espectadoras iraníes, y una actriz invitada: Juliette Binoche, quien aparece enfundada en un velo apenas unos segundos. Ellas contemplan sin pronunciar palabra alguna un espectáculo, el cual nunca vemos, pero que percibimos a través de la banda sonora y, principalmente, por las expresiones del auditorio femenino.
El trabajo es la continuación de una obra de teatro religioso que Kiarostami puso en escena en Roma en 2004 y que mezclaba con escenas de sus películas, y de un cortometraje que realizó en Chacun son cinèma (Cada uno en su cine), un filme colectivo a razón del 60° Festival de Cannes.
Shirin está basada en una historia medieval, sobre una princesa enamorada de un hombre que no es el reservado por su familia para su matrimonio, que luchará por vivir su propio destino, asumiendo las trágicas consecuencias que ello significa.
«Es una historia melodramática y, por ello, nunca pasará de moda», aseguró su realizador, que consideró este proyecto como «el más cinematográfico» de su carrera.
Kiarostami pretende demostrar las infinitas posibilidades del montaje, y convincentemente muestra a las actrices reaccionando ante la dramática representación, manipulando la realidad e insertándonos en el plano, como si las mujeres lloraran o se intimidaran frente a nosotros. El efecto es gratificante, pero la película se hace pesada y difícil, aunque se trata de una obra de explendorosa belleza.
La cinta es un homenaje a la mujer iraní. La sala oscura donde transcurre toda la acción (donde los hombres parecen acecharlas, atrás, en segundo plano) es una representación del Irán contemporáneo, captura las complejidades de una sociedad llena de represión emocional y represalias morales o físicas, donde la mujer es la principal víctima. Pero esos rostros no sólo muestran insatisfacción o frustración reprimida, sino también aceptación, valor, y hasta rechazo, cuando no un frío abrazo a las ortodoxias, que se ven principalmente en los rostros más curtidos de las ancianas. La función que presencian se convierte en un espacio de liberación, un lugar para escapar de las prohibiciones y proyectar catárticamente sus profundas emociones.
«Siempre me ha fascinado el público, incluso en un partido de fútbol. Sin ellos no hay espectáculo. Entran al cine juntos, pero ven la película por separado y cada uno de ellos tiene una visión diferente en su cabeza», explicó el director en una rueda de prensa del Festival.
Por su parte, Juliette Binoche espera volver a trabajar con el director iraní, ya que esta participación es muy pequeña y la realizó aprovechando sus vacaciones en Teherán. La actriz pidió que no se utilizara su nombre con fines publicitarios y, de paso, suscitó la polémica por su decisión de lucir el velo en la película. Binoche prosigue sumando su participación en filmes de realizadores trascendentales de diversas nacionalidades y estilos, como Krzysztof Kieslowski, Abel Ferrara, Anthony Minghella, Michael Haneke y Hou Hsiao Hsien.
«A través de esta actuación, he querido compartir la experiencia de aquellas mujeres que lo llevan con convicción, así como solidarizarme con las que lo llevan por imposición», dijo la actriz en una proyección en París. Al ser cuestionado sobre la política nuclear de su país, Kiarostami rechazó dar apreciación alguna«. Estamos hablando de cine y de amor. Ahora no quiero inclinarme hacia la política», mencionó.
(Vía La Tercera)
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