Dir. José Luis Cuerda | 98 min. | España
Intérpretes: Maribel Verdú (Elena), Javier Cámara (Ricardo), Roger Príncep (Lorenzo), Raúl Arévalo (Salvador), Martín Rivas (Lalo), Irene Escolar (Elenita), José Ángel Egido (Rector)
Estreno en España: 29 de agosto de 2008
La última película del cineasta José Luis Cuerda ha sido recibida en los cines con ansía por espectadores que desesperamos por el desencuentro entre calidad y cine español. Vaya por delante que es una obra bastante correcta, sin llegar a alcanzar el escalón de notable. Cuerda fue más aventurero y lírico con su anterior incursión en la guerra civil española, La lengua de las mariposas, que nos dejó una insustituible mirada sobre el conflicto, mucho más patética y conmovedora que esta adaptación, guión que ha elaborado junto a Rafael Azcona, sobre el «laureado» libro de Alberto Méndez.
Las sotanas de ayer y de siempre
La última película del cineasta José Luis Cuerda ha sido recibida en los cines con ansía por espectadores que desesperamos por el desencuentro entre calidad y cine español. Vaya por delante que es una obra bastante correcta, sin llegar a alcanzar el escalón de notable. No sé qué ocurre con los guionistas, no específicamente en nuestro país, también en otras latitudes, que no son capaces de estructurar nuevas ideas, de tal forma que recurrir a la ola literaria del momento es un recurso habitual y manido, produciendo una dosis repetitiva que no aporta nada nuevo a lo ya visto hasta ahora. Y es que Los girasoles ciegos no juega con la novedad, es un volver revisitado, una y mil veces, a las consecuencias de la guerra civil en un terreno intimo y privado: la del republicano encerrado en un agujero (en su propia casa) y la de la connivencia de la iglesia con el régimen, como ya lo hiciera con Hitler, Mussolini y cualquier fascismo del que arranque beneficios portentosos.
Cuerda fue más aventurero y lírico con su anterior incursión en la guerra civil española, La lengua de las mariposas, que nos dejó una insustituible mirada sobre el conflicto, mucho más patética y conmovedora que esta adaptación, guión que ha elaborado junto a Rafael Azcona, sobre el «laureado» libro de Alberto Méndez. Digamos pues, que Los girasoles ciegos no aporta nada nuevo a un capítulo histórico que si bien no hay que dejar de revisar, si convendría darle nuevas aportaciones, tanto desde el punto de vista literario como cinematográfico y quizá ser un poco más audaz, y menos acomodaticio a las ventas.
Lo dicho no quiere decir que la película de José Luis Cuerda no merezca nuestra visita a las salas. Nada más lejos. Porque si hay algo que regala con creces el filme ambientado en la pobre y azotada Galicia del 39/40 (con hermosos escenarios de Ourense, aún aprovechable para una filmación de época) es una estupenda dirección de actores y un trabajo exquisito (quasi teatral) de cómicos en estado de gracia. Y sin asomo de duda podemos afirmar que hay algo que queda ratificado, y es que gozamos en el panorama actual de una de las mejores actrices del mundo del celuloide, a la altura de cualquier Streep, Dench, Binoche, Huppert, Sarandon, Kidman o Theron… y con un currículo de quitarse el sombrero, que forma parte importante de nuestra propia historia cinematográfica. Diosa moldeada por dioses como Garci, Aranda, Luna, Armendáriz, Suárez, Del Toro, Querejeta….Me refiero, claro está, a Maribel Verdú, quién cuenta que Cuerda le debía una, y a la vista está que le ha pagado con un personaje goloso, que hace muestras de sutilezas y ambigüedades con un gesto parco y contenido, como ella bien sabe.
Las dos réplicas que recibe Verdú no son nada desdeñables, Javier Cámara siempre a la altura, y Raúl Arévalo que compone un ladino y lascivo diácono, repugnante hasta la nausea, formando un trío de gozosa y artesana representación, sin obviar una serie de secundarios más que correctos. Esta es la esencia sustanciosa de Los girasoles ciegos, al que hay que añadir una escenografía matizada y rigurosa, y un tejido cinematográfico de absoluto clasicismo con voluntad de calidad.
El comienzo arranca en ralenti, lo que provoca algún que otro momento soporífero, debido a que descansa demasiado tiempo en unas supuestas charlas moral-teologícas de discurso más pobre de lo que quiere pretender, poleas que mantienen el filme congelado entre sotanas. En generla todo el discurso narrativo se mueve con lentitud parsimoniosa, dando algunas pinceladas dramáticas en la huida de uno de los hijos del matrimonio, y cierto tono literario de homenaje por ambos lados, desde los vencedores que tenían a su juglar de la cruzada, José María Peman, a los vencidos, con Antonio Machado y muchos otros genios desterrados, de los que el marido en permanente pijama, Ricardo/Cámara, posee valiosas primeras ediciones.
Es sin duda un recordatorio a esa «singular» interpretación de la Iglesia y sus secuaces con respecto a sus problemáticas atracciones hacia Eva, y sus frutas. Es el acoso sexual de siempre, mostrado, eso sí, sin audacias.
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