Burn After Reading
Dir. Joel & Ethan Coen | 96 min. | EEUU – Reino Unido – Francia
Intérpretes: George Clooney (Harry Pfarrer), Frances McDormand (Linda Litzke), John Malkovich (Osbourne Cox), Tilda Swinton (Katie Cox), Brad Pitt (Chad Feldheimer), Richard Jenkins (Ted Treffon), David Rasche (Oficial de la CIA), J.K. Simmons (Superior de la CIA)
Estreno en España: 10 de octubre de 2008
Con Quemar después de leer los hermanísimos vuelven a hablar de esa Norteamérica tarada y necia, deformada, de la que ya el personaje de Tommy Lee Jones en No country for old men apuntaba: “Este país tiene una historia bastante extraña y tremendamente sanguinaria además”. Una sociedad extraña que los europeos a duras penas asimilamos, y vemos desde la barrera como si de un circo se tratara. Y un pequeño circo nos han preparado aquí Ethan y Joel, un circo en el que cada detalle, por nimio que sea, conlleva una cavilación nada ligera.
¿Qué hemos aprendido de todo esto?
Hacía recuento, antes de acercarme al cine con esa seguridad que da el saber que vas a recibir calidad y hechuras de buen ejercicio de autor, de la carrera cinematográfica de los hermanos Ethan y Joel Coen, uno filósofo y el otro cineasta de raíz universitaria, que trabajan tan al unísono, en una colaboración tan igualitaria que resulta, en unanimidad de público y crítica, en una inteligente genialidad cinematográfica y sociológica, cuyo componente principal es la reflexión, concienciación, crítica descarada de la sociedad norteamericana, una eficaz dirección y elección de actores, aunque todo ello resultaría soporífero si no llevara la sal yodada que ellos aportan, una innovación técnica, un postmodernismo fílmico regado de meta-textualidad, influjo de escritores como Faulkner, Hammett, Chandler, Camus, M. Cain, McCarthy, abocando todo el turmix a los toques típicamente Coen, un pasta de la que surgen, en ocasiones, unas cintas más barrocas y otras más realistas o ascéticas casi, pero todas con una profunda carga de reflexión.
Desde aquella sorprendente Sangre fácil (1984), 24 años han transcurrido en el que no he faltado a ninguna cita con estos hermanos, y de las que, (algunas más que otras), he salido encantada. Su diversidad es una buena manera de mantener caliente y vivo el motor del candelero cinematográfico. Ellos afirman que son afortunados, pues consiguen el dinero que necesitan para sus proyectos, siempre dentro de unos límites, quizá también porque ellos mismos están dispuestos a trabajar por poco dinero.
Desde la parodia y el humor más cartoon Arizona Baby (1987), al hardboiled, claridad estilística y referencia literaria de Muerte entre las flores (1990), o la introspección mental de Barton Fink (1991) y la ácida crítica de El gran salto (1994), sin olvidar el realismo que nos enmudeció de Fargo (1996), o la barroca, El gran Lebowski (1997), llegamos al existencialismo más Camus de El hombre que nunca estuvo allí (2001), después de la odiseaica O Brother! (2000). Sin embargo el bajón llega, también. Ocurre con una mala apuesta, o más bien un encargo, la peste bubónica de todo cineasta sublime (como ya dije respecto al inframental último trabajo de Woody Allen). Con la insulsa y mal emparejado casting (Clooney vade-retro Zeta-Jones), Crueldad intolerable (2003), y la soporífera Ladykillers (2004), se vieron los Coen, casi en la cola de la oficina del Inem.
Pero llegó de nuevo la literatura y su vuelta a las raíces, a su libertad de creación, a sus toques Coen, que es lo que mejor se les da. Con No es país para viejos (2007), dosifican y mezclan a la perfección el lenguaje literario y la reflexión filosófica junto a la acción y el lenguaje audiovisual, en un ritmo dramático perfecto, similar a la gran Fargo.
Todo este repaso es esencial para entender el giro magnífico de su último trabajo, la hilarante Quemar después de leer, (Burn After Reading). A estas alturas del año, siendo más que evidente su pobreza mundana cinematográfica, que pareciera tiene su propia crisis-cultural-, llega el refresco de los Coen a poner a tono las salas, y a dejarnos con esa sensación de buen visionado, yanqui, vale; pero exquisito, delicado, distinguido, perspicaz, agudo, acertado y guasón cine. Un cine que se hace respetuoso con la inteligencia del espectador, que no cojea de ningún cabo, todos bien atados en una labor chapeau.
Con Quemar después de leer los hermanísimos vuelven a hablar de esa Norteamérica tarada y necia, deformada, de la que ya el personaje de Tommy Lee Jones en No country for old men apuntaba: “Este país tiene una historia bastante extraña y tremendamente sanguinaria además”. Una sociedad extraña que los europeos a duras penas asimilamos, y vemos desde la barrera como si de un circo se tratara. Y un pequeño circo nos han preparado aquí Ethan y Joel, un circo en el que cada detalle, por nimio que sea, conlleva una cavilación nada ligera. Ese americano desequilibrado, a tenor del que se alimentan tantos gabinetes jurídicos, ese americano de la conspiración constante, de la soledad y frivolidad infinitas en sus relaciones de pareja, usuarios de la cirugía igual que de la hipocresía, idiotas hasta decir basta, y lo que es peor, exportadores, globalización mediante, de todas sus neuras. Desde el gili burócrata sentado en el mullido sillón de la Agencia de Langley, hasta las ratas de gimnasio, pasando por fornicadores obsesivos, e incontrolables y neuróticos analistas de la CIA. Toda esta extravaganzza componen el discurso, muy bien sintetizado y montado, de esta divertida película de los Coen.
Destaca una extraordinaria dirección de actores, estrellas que dejan bien claro por qué lo son: un George Clooney creíblemente necio, que tan bien sabe reírse de sí mismo, una Tilda Swinton amarga, un Brad Pitt tan patético!, un John Malkovich tan Malkovich, una Frances McDormand cómica (en toda la extensión teatral del término), respaldados por una secundarios tan geniales como ellos. Actores en puro estado de gracia, que hacen mucha gracia. Pero todo esto resultaría insuficiente sin un guión a la altura, en el que relucen liturgias narrativas de aplauso. Merced a él la trama desarrolla una conspiración de rechifla, con más de una vuelta de tuerca sorprendente, en torno a la CIA, cerullo de la guerra fría, que hoy día resulta un paquete inútil.
Osborne Cox es un analista de la Agencia, que después de ser degradado se despide, dejando a su mujer Katie, una pediatra “de lo más tierna”, mosca sobre las finanzas matrimoniales. Cox decide escribir unas mediocres memorias sobre su vida laboral, cuyas notas son copiadas por su mujer para su abogado, con el que ha concertado el divorcio. Dichas notas llegan perdidas hasta un gimnasio donde trabajan Linda (obcecada por la cirugía) y Chad, dos personajes mezquinos que malinterpretan dichos apuntes, pensando que tienen algún valor por su secretismo. A partir de ahí las peripecias, entre las que también está involucrado otro agente amigo de Cox, que se acuesta con Katie, no dejaran de hacernos reír por la sagacidad con las que están hilvanadas. Especialmente risible es la escena de la negociación con los rusos llevada a cabo por Linda y Chad a propósito de los “secretos de estado”, por los que se niega a pagar el neurótico Cox.
Equilibrada en todos sus andamiajes, desde la forma al contenido, Quemar después de leer es un enriquecimiento más en la habilidosa carrera de estos dos cineastas siameses en genialidad, y todo un festín para el espectador amante del buen cine.
¡Pero que buenos son estos tipos, que clarividentes!
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