Dir. Brad Anderson | 111 min. | Reino Unido – Alemania – España – Lituania
Intérpretes: Woody Harrelson (Roy), Emily Mortimer (Jessie), Kate Mara (Abby), Eduardo Noriega (Carlos), Thomas Kretschmann (Kolzak), Ben Kingsley (Grinko)
Estreno en España: 10 de octubre de 2008
Transsiberian es una cinta que suscita una ambigua ambivalencia en el espectador exigente. Ciertamente es interesante, y pagar su ticket correspondiente no supone un error. Crear un thriller en el antiguo tren zarista que une China con Moscú es, en la actualidad cinematográfica, una aventura original y fresca, que ha convocado a un buen número de espectadores en tiempos de crisis económica. A pesar de sus debilidades la cinta mantiene el interés, aunque en su comienzo promete más audacia y experimentación de lo que el resultado final da, tanto en el plano técnico como argumental.
De vivir en la oscuridad a morir en la luz
«Supóngase usted, le decía al entrevistador, que los espectadores han visto, antes de que usted y yo nos sentáramos, que un terrorista ha colocado una bomba debajo de esta mesa. Mientras nosotros hablamos tranquilamente de fútbol, ellos estarán solamente pensando cuándo explorará la bomba. El suspende es la sensación que tiene el espectador de que está en posesión de una información que el actor desconoce, de que algo va a pasar y está esperando que pase». Así definía el suspense, en una entrevista para la televisión, el maestro Alfred Hitchcock. Es decir que nosotros, espectadores, estamos siendo dirigidos por avispados realizadores, siguiendo, nuestro subconsciente, el vaivén del empleo de efectos subliminales que utilicen. Hitchcock fue y es el referente de muchos directores, desde Spieldberg a Truffaut, Chabrol o los hermanos Coen, quienes en cada entrevista admiten su intensa influencia. El televisivo director norteamericano Brad Anderson, que sorprendió con buenos resultados en sus anteriores filmes de atmósferas enclaustradas, Session 9 ( 2002) o El maquinista (2004), vuelve a los cines también bajo la influencia del maestro del suspense, pero esta vez Anderson expande su mirada angustiosa a un gigantesco y frío paisaje, y una sociedad perdida en sus transformaciones político-sociales de corrupción nada disimulada.
Transsiberian es una cinta que suscita una ambigua ambivalencia en el espectador exigente. Ciertamente es interesante, y pagar su ticket correspondiente no supone un error. Para empezar Brad Anderson, autor asimismo del guión junto a Will Conroy, se ha salido de escenarios trillados y nos ha enrolado en un viaje por tren, muy al estilo (aunque con aroma contrario) del Orient Express de Agata Christie, es decir si éste exhalaba lujo y glamour entre el misterio y el asesinato, aquél, entre paisajes nevados, palacios decadentes y hermosísimas montañas, es una antigualla sucia cuyas azafatas hacen bandera de atención al cliente con las verrugas de su barbilla. Crear un thriller en el antiguo tren zarista que une China con Moscú es, en la actualidad cinematográfica, una aventura original y fresca, que ha convocado a un buen número de espectadores en tiempos de crisis económica. A pesar de sus debilidades la cinta mantiene el interés, aunque en su comienzo promete más audacia y experimentación de lo que el resultado final da, tanto en el plano técnico como argumental.
Y sin embargo Transsiberian, como ya he mencionado, no es un desacierto. Aúpa en sus tripas temas altamente atractivos en la historia y construcción de cualquier thriller: la mafia rusa, cuando aún se agazapan en nuestras retinas la mirada de aquellos seres de Promesas del Este; el viaje y lo que conlleva de desapego, desconocimiento y encuentro con extraños, ¿recuerdan la conmoción que acarreó la adaptación El placer de los extraños, Paul Schrader? ; el aburrimiento y la ingenuidad de una pareja; la tensión erótica; vueltas de tuerca sorprendentes; secretos guardados y finales reconciliadores pongamos demasiado convencionales, lo que da a la cinta una catadura muy previsible a pesar de sus turbulencias bien pensadas.
¿Qué hace que una película no alcance el status de impresionante cuando está a las puertas, cuando lleva un sólido camino de conseguirlo?. Miro detenidamente cada encuadre, cada diálogo, cada mirada, cada fotograma. El aspecto estético está sobresaliente, la fotografía da un aspecto de trabajo ochentero que le viene al pelo, por ahí no pierde aceite. Los actores cuadran con sus personajes, Woody Harrelson está estupendo, da mucho de sí; Eduardo Noriega pinta bien, mejor que en la mayoría de su cinematografía española, incluso el nombre de su personaje, Carlos, parece una rémora de antiguos terroristas; Ben Kingsley es un actor cosmopolita donde los haya, lo mismo da planta a un hindú, que un iraní, que un colombiano, que un ruso, auténtica goma espuma. ¿Las actrices? Demasiado desconocidas. Si bien Emily Mortimer resuelve su cometido con notable, una Naomi Watts o Nicole Kidman le hubieran dado el toque Hitchcock del estrellato, y mucho valor en sala. Pero los presupuestos son cadenas amordazantes y grilletes que conducen irremediablemente a la medianía.
Anderson hace sus esfuerzos por capturar el clima social de la Rusia de hoy, aún con evidentes problemas actuales sobre el papeleo entre fronteras. ¿Pero donde no los hay, en Estados Unidos, quizás? La dramaturgia arranca con fuerza, interesa, atrapa y se va aligerando poco a poco hasta llegar a un final de cliché y estampa dorada, donde lo políticamente incorrecto debió ser un leiv motif acorde con las texturas espectaculares empleadas, y no una ausencia. Ello quiera, tal vez, significar que hay una desequilibrio muy sutil en el conjunto, donde el director regala excesivas explicaciones en algunos casos.
Dos misioneros modernos, Jessie y Roy (Harrelson) deciden ir a Moscú desde China en el mítico tren Transsiberiano, y donde actualmente los traficantes de droga desarrollan habitualmente sus bussiness. La pareja de norteamericanos entabla relación, ingenuamente, con sus compañeros de compartimiento, Carlos (Noriega) y Abby (Kate Mara), dos extraños que guardan más de una sorpresa bajo su aparente cordialidad. Sus caminos se cruzarán con el del inspector de estupefacientes Grinko (Kingsley), que viaja desde Vladivostok siguiendo los pasos de los asesinos de un narcotraficante y de un importante alijo.
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