Dir. Helena Taberna | 103 min. | España
Intérpretes: Unax Ugalde (Miguel), Bárbara Goenaga (Margari), Gorka Aguinagalde (Hugo), Guillermo Toledo (Antonino), Joseba Apaolaza (Obispo), Mikel Tello (Capitán de Falange), Klara Badiola (Clara), Magdalena Aizpurua (Antxoni), Susana Gómez (Arantxa), Loquillo (Jefe de Falange)
Estreno en España: 14 de noviembre de 2008
Enmarcada en elementos estéticos muy costumbristas, La buena nueva reposa su mirada histórica en un hermoso pueblo navarro, colindante con Álava, Alsasua (Altsasu). Rodeada de colinas, montes y bosques (Aralar, Andía, Urbasa, Aratz…) es un lugar paradisíaco para perderse y perder cuerpos, y donde, apuntan las crónicas, existía una mayor densidad de clérigos por número de habitantes que en el resto del país. Nos hallamos ante un film muy emotivo, especialmente para los espectadores de Navarra y Álava, donde las salas dejaron escapar más de un lloro que mucho tendría de personal recuerdo. Con una hermosa fotografía de Gonzalo F. Berridi, (con escenarios de Leitza, localidad cercana) la realizadora ha cuidado hasta el mínimo detalle, que hace verdadero el viaje en el tiempo, y nos coloca en una visceralidad que siempre ha estado ahí.
Algunos curas buenos
Los girasoles ciegos de José Luis Cuerda y La buena nueva de Helena Taberna son primas hermanas. En realidad más hermanas que primas, construyen ambas un revisionismo del papel de la Iglesia en su cruzada (añadida a su historia de cruzadas sangrientas) en apoyo al golpismo de la guerra civil de 1936. Ambas colocan una historia paralela con tintes romántico-sentimentales para acompañar la dureza de la realidad política de entonces, y cuelgan entre bambalinas una más que vergonzosa actuación de la Institución, comparable a la de la Inquisición de unos siglos antes y su mudez en el Holocausto judío unos años después. ¿Por qué no se ha revisado más abiertamente el temario en un cine español que se dedicaba, en esta extraña Transición, a airear tetas y muslamen? Oh! pueblo distraido con un plan de “sexo y circo”, para que no se percatara de las graves cuestiones por resolver.
A la par que la película de Cuerda mostraba el excelente e incuestionable trabajo de una actriz gloriosa, en la de Taberna brilla con luz propia Unax Ugalde, gazteitarra al que queremos en esta tierra dura, en un contenido y vigoroso trabajo merecedor del Premio al Mejor Actor, recibido en la 53 edición del Festival de cine de Valladolid. Como en los girasoles de Cuerda, en la buena nueva de Taberna habrá quién achaque cierto retoque de caricatura en los golpistas, cuando cualquier realizador o documentalista es consciente que no es necesario añadir caricatura alguna, siendo los personajes reales suficientemente violentos y caricaturescos en su entidad humana como para resultar más que circenses. Desgraciadamente un circo que a los defensores de las libertades democráticas les costó su vida y a sus familiares un camino sembrado de dolor en los años posteriores.
Si el trabajo de Cuerda no acababa de ser del todo colectivo, el de la cineasta navarra, en cuyo historial cinematográfico podemos encontrar Extranjeras, (2002), y Yoyes (1999), habla por fin de una comunidad, una colectividad, el rebaño o congregación de un pastor que se creía la revolución social de Cristo, al fin y al cabo el precedente de Marx. Viene la cinta a colarse oportunamente en tiempos de revisionismo judicial, bajo la capa de jueces estrella que se imponen fechas límites (1952!?) de memoria. Quizá por este desenterrar verdades le resultó a Helena Taberna más fácil llevar a buen término un proyecto que fue rechazado en la década de los noventa, propuesta basada en hechos reales, mirando atrás con mimo en su propia familia.
Enmarcada en elementos estéticos muy costumbristas, La buena nueva reposa su mirada histórica en un hermoso pueblo navarro, colindante con Álava, Alsasua (Altsasu). Rodeada de colinas, montes y bosques (Aralar, Andía, Urbasa, Aratz…) es un lugar paradisíaco para perderse y perder cuerpos, y donde, apuntan las crónicas, existía una mayor densidad de clérigos por número de habitantes que en el resto del país.
Nos hallamos ante un film muy emotivo, especialmente para los espectadores de Navarra y Álava, donde las salas dejaron escapar más de un lloro que mucho tendría de personal recuerdo. Con una hermosa fotografía de Gonzalo F. Berridi, (con escenarios de Leitza, localidad cercana) la realizadora ha cuidado hasta el mínimo detalle, que hace verdadero el viaje en el tiempo, y nos coloca en una visceralidad que siempre ha estado ahí. Y no, señores críticos pagados por diarios negocio, no saquen su lista comodín para todas las cintas sobre el tema: “académica, rancia, maniquea y movida por la inercia…», con su encerado lenguaje de birlibirloque desprovisto de hondura alguna, muy ellistodelafiesta. El espectador no es tan idiota para creer a estos mentecatos. Nada de esto está movido por la inercia, a no ser su opinión-chequera
¿No está bastante llorada ya nuestra común y dolorosa tragedia? No. No lo está… Ni lo estará mientras quienes deben llorar no lloren, y sus lágrimas de sincera y cristiana contrición no se purguen y se lave la mancha inferida, más que a España, a la Iglesia misma…». Así expresó en sus posteriores escritos el atormentado sacerdote, Marino Ayerra Redín, en quién se basa el protagonismo de La buena nueva. Un buen religioso, pero, esencialmente, un hombre bueno y justo que lo hubiera sido bajo cualquier fe o religión y cuya posición ante el horror no tenía lugar a dudas, estar junto al débil y oprimido frente al violador del gobierno establecido. Ahí sí hay maniqueísmo, en el que nos coloca la vida misma en sus situaciones límites.
Su sobrina, la cineasta Helena Taberna decidió llevar al cine la historia de su tío cura, como uno de los pocos clérigos (muy pocos realmente) que lucharon en la medida de sus posibilidades por dejar constancia de los sangrientos hechos del alzamiento y protegiendo a los desamparadas familias que quedaron. Siempre con la libertad que da el matizar la realidad con cierta ficción: “Tiene elementos de mi tío, pero he tenido total libertad para construir personajes y situaciones dentro, eso sí, de un marco histórico fiel a la época”, remarca Taberna. Miguel (Ugalde) encarna al famoso cura de Alsasua, un clérigo recién llegado de Roma a quién le asignan la localidad de Alzania (nombre ficticia de Alsasua) para ejercer de párroco. Llega al pueblo lleno de energía y entusiasmo el 17 de julio de 1936. No pasarán dos días cuando se tope con la terrible realidad del golpe militar de los falangistas. A partir de ese día su asombro y decepción irán en aumento, a medida que descubra fosas y cuerpos en los alrededores, sus parroquianos echados al monte, y los que quedan amenazados en su integridad física y moral.
Supone todo un acierto el elenco de actores de La buena nueva. Como he dicho antes Unax Ugalde borda un personaje a quién se parece también físicamente, y hace entrar al espectador en su resquebrajamiento interior. Bárbara Goenaga es una actriz con muchas posibilidades en el cine español, demasiado cargado de Lotitas o Juanis. Pero ha dejado su sufrimiento demasiado al borde de la piscina en esta cinta, dando la sensación de frialdad en muchos momentos dramáticos (como también los resuelve Maribel Verdú), algunos necesarios de más garra. Conmovedora resulta Maribel Salas como la sacristana, madre de los Santxez, o el chaquetero Obispo encarnado por Joseba Apaolaza. La nota de humor la ponen iconos musicales que gustan de baile de disfraces, como Loquillo haciendo de falangista.
No se la pierdan, por favor.
“…Buitres sobrevolando las simas donde despeñaban a los enemigos de la patria, como esa de Ochoportillo, donde «tirabas una piedra y salían miles y miles de moscas».…Marino Averra.
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