Así lo celebra su centenario el maestro: filmando
«Singularidades de uma rapariga loira».
Hoy, el mundo del cine celebra un significativo centenario. El gran realizador portugués Manoel De Oliveira cumple un siglo de vida tan activo como lo ha estado en estos últimos años. Pocas carreras simbolizan con tal precisión el momento actual que vive la cinematografía. Oliveira es un creador maduro. Su carrera atravesó varios de los momentos cruciales de la producción independiente o el cine de autor. Sus inicios datan de la era muda, donde fue forjando un oficio adentrándose en todas las actividades posibles. Su debut como director lo realizó en 1931 con el documental Douro, Faina Fluvial. A partir de entonces seguiría una labor más bien esporádica, en la que destaca su primer largo de ficción Aniki Bóbó, realizado en 1942. Ciertamente, su caso es insólito, ya que la definición de su estilo, y la fama de éste, llegarían muchos años después.
Sería en la década de los 70 en la que su carrera comenzó a tomar vuelo. Se sucedieron varias películas extraordinarias como Amor de perdición, Francisca, El valle Abraham, Viaje al principio del mundo, o La carta, que dan cuenta de ese cine de estilizados ritos sociales, historias de amor de sutileza surreal, y una concepción enigmática que se despega notoriamente de la artificialidad de intentos similares. Como todo ese grupo de tercos soñadores que comandan la vanguardia europea, el maestro ha sabido mantener la identidad de su cultura lusitana, incluso en estos últimos y prolíficos años en los que lo han beneficiado buenos productores franceses y la admiración de actores de lo más diversos como Michel Piccoli, Catherine Deneuve, John Malkovich y María de Medeiros. Todos ellos en algún momento han dado fe de las peculiaridades que el cineasta tiene para trabajar, y que, sumados los temas de sus películas, parecen darle el trono del «observador de la burguesía» que otrora ocupara Luis Buñuel. Mientras en todo el mundo se disponen los correspondientes homenajes al siglo Oliveira, los dejamos con fragmentos de sus personalísimas creaciones:
Amor de perdición: La novela de Camilo Castelo Branco se convierte para el director en una exposición de sus ideas o reflexiones sobre la propia representación del melodrama. Una mirada a la tradicional tragedia amorosa, pero a partir de una observación lenta, pero no tranquila. Una historia como ésta nunca lo sería.
El valle Abraham: Todavía más radical, Oliveira se entrega aquí a un ejemplar relato novelesco. Madame Bovary pasada por el filtro de Agustina Bessa-Luís, igual Ema es el prototipo perfecto de la heroína romántica. Inolvidables los paseos con Debussy de fondo.
El convento: Tal vez la línea más notoriamente experimental o cerebral del cine del director la representa una historia como la de esta película. El viaje de un profesor y su esposa por indagar en un posible origen íbero de Shakespeare, se convierte en una suerte de teatro fantasmal.
La carta: Tal vez la película más surreal de su autor. Deseo y amor que le rehuyen a los acercamientos convencionales. Una protagonista contrariada como la de esta película hubiese dejado chica a Viridiana.
Un filme hablado: Película de vacaciones, pero no como se la imaginaría cualquiera. Una vuelta por el Mediterráneo que se convierte también en una reflexión sobre el uso de aquello que llamamos comunicación. Distintos idiomas, la pregunta sobre Babel es tan sólo separada por un mar, y por supuesto cómo se sirve el cine de él.
Extras: Isaac León le dedica un texto en Páginas del diario de Satán. Y se podrán ver algunas cintas suyas en El Cinematógrafo de Barranco, entre hoy, jueves 11, y el domingo 14.
(Foto de martinpawley en Flickr)
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