Dir. Chris Williams y Byron Howard | 103 min. | EE.UU.
Intérpretes: John Travolta (Bolt), Miley Cyrus (Penny), Susie Essman (Mittens), Mark Walton (Rhino), Malcolm McDowell (Dr. Calico), James Lipton (El director), Greg Germann (El agente)
Estreno en Perú: 1 de enero de 2009
Una película hecha sin muchas pretensiones pero efectiva como Bolt, nos convencen de que ese atributo artesanal de los mejores momentos de Hollywood, todavía permanece latente siempre que se presenten las condiciones ideales para expandirlo. Bajo esa fórmula los debutantes Chris Williams y Byron Howard (hasta ahora solo dos animadores de la casa Disney) nos presentan las aventuras de este perrito blanco que casi toda su vida la ha pasado en un mundo de ilusión. El azar hará que este rey de espectáculo se pierda fuera de su hogar de sueños de artificio y termine al otro lado del país, desde donde emprenderá otro viaje on the road, acompañado de una escueta tropa que, cumpliendo la de San Martín, esta completada por gato y pericote (bueno hamster, pero aquí da lo mismo).
Últimamente el terreno animado viene siendo mejor representado en la meca del cine que cualquier otra especialidad. Una película hecha sin muchas pretensiones pero efectiva como Bolt, nos convencen de que ese atributo artesanal de los mejores momentos de Hollywood, todavía permanece latente siempre que se presenten las condiciones ideales para expandirlo. Tal vez sean sus características colaborativas las que dejan en evidencia mucha de esa dimensión. En su gran mayoría esta producciones acreditan a un dúo de directores, uno dedicado al diseño y concepción de la narración y los planos, y otro a la detallista y paciente labor de liderar a los animadores mismos. Esa, si se quiere, falta de personalidad o dimensión de creación colectiva es lo que terminan ayudando más que perjudicando muchas veces los resultados en la vertiente.
Bajo esa fórmula los debutantes Chris Williams y Byron Howard (hasta ahora solo dos animadores de la casa Disney) nos presentan las aventuras de este perrito blanco que casi toda su vida la ha pasado en un mundo de ilusión. Bolt es un personaje que parece una especie de cruce entre el Buzz Lightyear de Toy Story y Lightning McQueen de Cars. Esto no sorprende al saber que John Lasseter ha ayudado en parte de este producción de la casa acogedora de su multiexitosa Pixar. Como aquellos personajes de su fabulación, vemos a Bolt como un ser perdido en un mundo de apariencias y artificio, en la sola idea de tener como motivo de vivir una predeterminada razón de la cual se siente muy orgulloso. La diferencia sustancial es que este can hecho un James Bond de la televisión y sin saberlo (como el desconcertado Jim Carrey en The Truman Show), no disfruta propiamente de las mieles del estrellato y sus egos. Apenas lo que recibe es un poco del cariño de su ama Penny, limitado por el tiempo y la alarma constante de que algún peligroso enemigo acecha fuera de su casa rodante con estrella pintada en la puerta. El azar hará que este rey de espectáculo se pierda fuera de su hogar de sueños de artificio y termine al otro lado del país, desde donde emprenderá otro viaje on the road, acompañado de una escueta tropa que, cumpliendo la de San Martín, esta completada por gato y pericote (bueno hamster, pero aquí da lo mismo).
Como resulta muy evidente, estamos ante una historia de aprendizaje. Una fábula en la cual la burbuja del desconocimiento es despedaza por la desilusión y esta a su vez por la sabiduría. Bolt es el héroe a la “americana”. Un personaje de misión determinada pero cuya personalidad o ideas irán cambiando conforme se vaya enfrentado a los peligros y los contrastes del camino. Afortunadamente todo ese paseo esta conducido con un sentido del humor que no será tan malicioso como los de otras conocidas películas de estos tiempos, pero que se las arregla bien con la ñoñez que tanto requieren los estudios para levantar el dedo en las funciones de prueba.
Si nos ponemos a verla con algo más de suspicacia, podríamos ver al trayecto de Bolt y sus socios -una salida de un callejón y el encerrado en una esfera como necesario andador- como una alegoría del extraño momento que atraviesan los norteamericanos, despertados de un cuento de hadas hacia una verídica recesión que los agarra con los pantalones abajo. Un cuento en el que el ciudadano primer mundista se convierte en protagonista de otro show. No de uno sobre el estilo de vida de los ricos y famosos que posan en balcones lujosos, e impecablemente maquillados (acá podemos incluir rayos que salen de los ojos y super ladridos) para envidia de los televidentes foráneos. Sino de uno en el cual dan cuenta de una búsqueda desesperada tras la desaparición de su seguridad, de su rutina de reclusión en la paranoia sobre enemigos inexistentes, o absorto en la idea de que los primeros rastros o manchas de esa realidad son solo negables señas de una problema pasajero. Antes de caer en cuenta de su verdad, a Bolt no le cuesta trabajo tropezar, confundirse, atorarse, golpearse la cabeza contra muros y rejas, e incluso mendigar comida. El solo hecho de aceptarse a si mismo significa recuperar un poco de su dignidad y esos deben ser sin problemas los mejores momentos de su travesía.
Dentro de un panorama cinematográfico en el cual hay tantas diferencias abismales entre realizaciones geniales y una gran mayoría solo lamentables copias y pachotas, es de saludar la presencia de un film como Bolt pues aunque no tenga las audacias Wall-E, posee en cambio, mucha de esa seguridad y claridad expositiva que siempre hacen un equilibrado espacio dentro del perspectiva actual saturada de polarizaciones. Incluso en un terreno tan aparentemente inocente, eso es algo para mirar y apreciar en su justo valor.
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