Dir. Sam Mendes | 119 min. | EE.UU. – Reino Unido
Intérpretes: Leonardo DiCaprio (Frank Wheeler), Kate Winslet (April Wheeler), Michael Shannon (John Givings), Ryan Simpkins (Jennifer Wheeler), Ty Simpkins (Michael Wheeler), David Harbour (Shep Campbell), Kathy Bates (Helen Givings), Kathryn Hahn (Milly Campbell), Zoe Kazan (Maureen Grube)
Estreno en España: 23 de enero de 2009
Veo a April Wheeler yendo cada mañana a su pequeño cubículo de una vulgar oficina gubernamental para hacer de traductora, o apuntadora; salir y acudir a sus clases de arte dramático, sin observar un talento especial. Veo a su marido Frank, merodeando por casa en bata, perdido entre los vapores del Campari, o el coñac, sin encontrar que hacer, ni talento que descubrir, mirando golosamente por la ventana de una calle gris, a su vecina, una Brigitte Bardot en ciernes, cambiando el visor hacia el fregadero hasta la bandera, el cenicero a rebosar, y con cara de desesperada melancolía, apurando el último trago antes de recoger a los niños en el American School of Paris. Revolutionary Road recuerda en muchos aspectos a American Beauty, el exitoso debut cinematográfico de Mendes, pero sin las pretensiones líricas de pacotilla de aquella. Y hay un aspecto en el que el espectador demuestra buen oído, la música, en acordes similares a la cinta de 1999.
Wheleer contra Wheleer
Veo a April Wheeler yendo cada mañana a su pequeño cubículo de una vulgar oficina gubernamental para hacer de traductora, o apuntadora; salir y acudir a sus clases de arte dramático, sin observar un talento especial. Veo a su marido Frank, merodeando por casa en bata, perdido entre los vapores del Campari, o el coñac, sin encontrar que hacer, ni talento que descubrir, mirando golosamente por la ventana de una calle gris, a su vecina, una Brigitte Bardot en ciernes, cambiando el visor hacia el fregadero hasta la bandera, el cenicero a rebosar, y con cara de desesperada melancolía, apurando el último trago antes de recoger a los niños en el American School of Paris. Pero no, esto es solo una fantasía ambientada en algún Boulevard cercano al Notre Dâme de Paris de 1958. Démosle la vuelta. Están en Connecticut, un par de años antes, en un barrio residencial limpio y aburrido, donde los matrimonios sobreviven a su propia soledad a base de aceptación. Estamos en el número 55 de Revolutionary Road, con dos seres que no saben que hacer con ellos mismos: su sexualidad es más bien pobre, su espíritu vital aún peor, pero Frank tiene sus largas horas de escape, ¿cómo April los tendría en París?.
Sam Mendes ha vuelto a los suburbios, a la American Beauty de los años cincuenta, y lo hace con valentía huyendo de manierismos modernistas, con una buena película: intimista, clara, sencilla, profunda, catártica, que habla de perdedores, y de soledades, habiendo llamado a la puertas de un escritor que bucea en situaciones tensas, Richard Yates, que al igual que Carver, Cheever, Roth, Ford, o Sloan Wilson mostraban la desilusión y decadencia espiritual y vital de la sociedad del ensueño, uniformidad en el aspecto y en el comportamiento, vendiendo al mejor postor las inquietudes personales. Socialización bañada de cigarrillos, cuyo humo se aspiraba antes, durante, y después de cualquier conversación junto a los martinis de rigor, algún que otro rock&roll e incomprensibles y nada sabrosos adulterios. Vaya panorama, aunque hoy tengamos la impresión de que lo único que ha cambiado es que ya no fumamos tanto.
!Qué tan bien se le dan a Mendes mostrar esas miserias de puertas para adentro!, cuya única columna de soporte es la creación de una fantasía, desde la diferencia que uno se marca. Claro que mi mirada es femenina, y tal vez, algunos críticos con la lógica de una mirada que estructura la cultura visual occidental no alcanzan a la empatía (etiquetando quizá solo bajo un halo de neurosis o rarezas) de comprender toda la miseria personal en la que caen algunas amas de casa de impolutas casitas, de allí o de aquí, de entonces o de ahora.
Revolutionary Road recuerda en muchos aspectos a American Beauty, el exitoso debut cinematográfico de Mendes, pero sin las pretensiones líricas de pacotilla de aquella. Y hay un aspecto en el que el espectador demuestra buen oído, la música, en acordes similares a la cinta de 1999. Al fin y al cabo el autor de la banda sonora es el mismo, Thomas Newman. El problema es que aquí la musiquilla de marras parece un intruso moscardón entre las cosas importantes que se tratan, donde hubiera sido perfecto un silente drama en la línea de la obra de Mungiu (4 meses, 3 semanas y 2 días). Hablamos de la crisis irremediable de una joven pareja con dos hijos, o puntualizando, de la crisis irremediable de una ama de casa insatisfecha con el rumbo que ha tomado su vida.
Kate Winslet ganó dos Globos de Oro 2009, uno por la cinta de Mendes, (que ha cosechado nominaciones también en los Bafta) y otro como actriz de reparto por The Reader. Nominada igualmente a los Oscar como actriz principal por la segunda. Casi nada en la carrera de esta estupenda actriz británica. La química con Leonardo DiCaprio sigue funcionando, aunque sean más maduritos que en la empalagosa Titanic. Ambos ponen sus tripas, y sacan las miserias que encierra una relación estancada en la rutina de la supervivencia económica y sentimental. El resto de actores me temo adolecen de un trazado más grueso, lo que les da en ocasiones poca consistencia, especialmente los vecinos cuyas (propias) fantasías tienen como protagonistas a los (especiales) Wheeler. Lo mismo ocurre con los compañeros de trabajo, así como la panolis secretaria. Sin embargo destaca sobremanera el abrupto hijo de los Givings, los encargados de la venta de la casa, el loco-cuerdo que como si un personaje excéntrico a lo Jim Carrey no puede reprimirse en traducir lo que ve, verdades que duelen como clavos disparados. Excelente performance premiada con una nominación para Michael Shannon, como actor de reparto, junto a las otras dos conseguidas por la película, vestuario y dirección artística.
El escape más radical de una señora de lo protagonizó Joanna Kramer en la cinta de Benton en 1979, ganadora de sendos Oscar. Está claro que las dolorosas crisis de pareja traen premios debajo del brazo. Pero antes le precedió, allá por mediados de cuarenta, la Laura Brown de Las horas, inspirada por la lectura de Virginia Woolf, cinta de Stephen Daldry que aborda los mismos desencuentros, la infructuosa búsqueda del sentido de la vida de tres mujeres. Curiosamente también Daldry está nominado este año por The Reader, y con la nominación de Kate Winslet como actriz principal. El escape de April es más dramático, porque no es capaz de acomodarse a la aceptación que ve alrededor. ¿Quien dijo que la vida era bella? Aquellos que, quizá, encuentran su lugar, como hace Frank finalmente, a consta del precio de la otra parte. En contra de lo que opinan algunos críticos sobre la confusión de que el dolor y el arte sean la misma cosa; bueno, yo creo que para mostrar dolor hay que tener mucho arte, y Winslet lo tiene, (en lo bueno también, no se pierdan el delicioso baile rockabilly que se monta), al igual que Mendes a pesar de sus americanizadas concesiones cinéfilas.
Estamos ante una sombría crónica de la madurez, como dice Alejandro G. Calvo sobre la cinta, el momento de asumir las perdidas y seguir adelante bajo los auspicios de desayunos y meriendas con esos pequeños detalles que dan la apariencia de felicidad. Al fin y al cabo en París se vive como en cualquier sitio, trabajando para sobrevivir.
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