Obsluhoval jsem anglického krále
Dir. Jiří Menzel | 120 min. | República Checa
Intérpretes: Ivan Barnev ( Jan Díte, joven), Oldrich Kaiser (Jan Díte, viejo), Julia Jentsch (Líza), Martin Huba (Skrivánek), Marián Labuda (Walden), Milan Lasica (Profesor), Josef Abrhám (Brandejs), Jirí Lábus (Jefe del hotel), Jaromír Dulava (Mesero Karel), Zuzana Fialová (Marcela), Pavel Nový (General), István Szabó (Vendedor de stock), Tonya Graves (Emperador Abisinio), Rudolf Hrusínský (Tichota)
Estreno en Perú: 22 de enero de 2009
Jiří Menzel fue junto a Milos Forman, el cineasta más conocido del nuevo cine checo en los años ’60. Lo primero que se puede constatar en Yo serví al rey de Inglaterra, es que todo esto se mantiene con el curso de los años y aún cuando la obra de Menzel ha sido espaciada en los últimos tiempos. El mayor mérito de este trabajo es precisamente que el desarrollo del relato evade con ingenio todo acartonamiento posible. La idea del ilusionado Jan es tan común y sencilla como la de la mayoría: hacerse rico y vivir como tal.
Jiří Menzel fue junto a Milos Forman, el cineasta más conocido del nuevo cine checo en los años ’60. Desde su fulgurante inicio con la recordada Trenes rigurosamente vigilados, este realizador dejó en claro sus intereses y un estilo que bebía a menudo de las necesidades del cine de retrato social pero atravesado por un tono y humor que lindaban con ese particular realismo mágico que es practicado en Europa oriental. Lo primero que se puede constatar en Yo serví al rey de Inglaterra, es que todo esto se mantiene con el curso de los años y aún cuando la obra de Menzel ha sido espaciada en los últimos tiempos. Esa suerte de comodidad o terquedad (según como quieran verlo) puede jugar para bien a nivel comercial o para mal a nivel estético, especialmente para los realizadores personales que se enfilan en este tipo de cine que toca temas importantes (el enojoso tema del nazismo nuevamente) y casi siempre llama la atención de los premios más publicitados.
Afortunadamente no es ese el caso de esta película en la que tal vez algunos encuentren sabor a repetición. Yo serví al rey de Inglaterra es una lograda película en la que Menzel adapta nuevamente a su compatriota Bohumil Hrabal (prácticamente la fuente de toda su carrera). Vamos conociendo la historia de Jan Dítě a través de su propio relato en primer persona, que activa con eficacia la narración de esas memorias contaminadas por sus propias fantasías. El mayor mérito de este trabajo es precisamente que el desarrollo del relato evade con ingenio todo acartonamiento posible. Con el desenfado suficiente Menzel apela a la representación festiva nacida precisamente de este proyecto personal que Jan tiene para su existencia. Incluso cuando la película da inicio este héroe de otro mundo aparece sonriéndole a todo y no solo porque se vea libre de la cárcel.
A diferencia de otros muchos retratos sobre arribistas, el de Jan Dítě lo distingue rápidamente como un personaje auténticamente soñador, un optimista y hasta ingenuo perseguidor de la fortuna en una Checoslovaquia que pasa de su absorta bohemia hacia la era de los cambios socio políticos a mitad de siglo. Así vemos al Jan viejo alternarse con el Jan joven pero siempre con una misteriosa expresión de eterna esperanza. Especialmente vale destacar a Ivan Barnev en el papel del joven. Dueño de una elasticidad y un timing cómico estupendo. Tal vez por ese lado pueda hacer recordar al Roberto Benigni de La vida es bella. Como aquella esta es una película que trabaja la idea de la evasión a las circunstancias duras de la realidad de la guerra, pero Menzel trabaja mucho mejor esa idea hasta llevarla un punto de misterio que contrasta notoriamente con las obvias payasadas del italiano.
La idea del ilusionado Jan es tan común y sencilla como la de la mayoría: hacerse rico y vivir como tal. Como las circunstancias de la vida no lo llevarán tan rápido a lo primero terminará por darse el ocasional gusto de lo segundo. Para el no habrá mejor lugar para empezar que cumplir labor de servicio para siquiera olfatear o pellizcar esa gran pastel del lujo en los restaurantes. Siendo un cualquiera que aspira a ascender de su desventajosa condición, el protagonista es sociable, atento, y tiene su pizca de calculador. Todos esos momentos que lo muestran en sus labores y ritos (musicales) de atención al cliente son en los que Menzel incide más en su forma irrealista de plantear su película. Así como toda esa parte da la película luce como una carnaval, también la idea central se exacerba.
Dinero, dinero, más dinero, y todos los placeres que otorga, adornan cada pensamiento o acción infantil del personaje central. Lo vemos de esa forma imaginar una lluvia de etiquetas de artículos diversos como para colección de escolares, una ola de billetes que vuelan como plumas de almohada, o sencillamente observar a ese mundo alterno y festivo a través del cristal de una tarro de cerveza. Tampoco se guarda avaramente cada moneda o billete. El suyo es el verdadero sueño de la riqueza, en la cual los cálculos y el temor al despilfarro quedan a un lado. Ese chiste singular de Jan cuando arroja monedas solo para sentirse un poco el dadivoso otorgador de propinas, es muestra de su particular entendimiento de la ascensión social. Ese juego funciona en cada uno de los estratos a los que va llegando. Del restaurante al hotel-burdel para los potentados, y de ahí al lujoso hotel en Praga. Aparente parada final para todas sus pretensiones, donde uno se puede dar el lujo de darse la mano con un emperador o ufanarse de haber servido al rey de Inglaterra.
Menzel se las arregla muy bien evitando muchos academicismos en esta interesante puesta en escena que tal vez se resiente un tanto cuando la parte más sombría de la historia se presenta. Vemos sin embargo un tratamiento igualmente simbólico respecto a la incursión nazi. Ahí es donde aparece el personaje de Liza (Julia Jentsch), la chica de los Sudetes considerada inferior, pero que por esa particularidad se convierte justamente en la cumbre de las fantasías amorosas de Jan, alguien que puede ser todo lo excéntrico como se requiere para llegar al nivel excluyente propio de su idea sobre ser millonario. Es apreciable por ello también el personaje de Walden (Marian Labuda) esa suerte de maestro en el arte de codearse con la burguesía para extraer de ella el dulce manjar de la riqueza potencial. Este va alimentando también en sus diversas etapas todas las ambiciones sentimentales de su aprendiz, el cual pasa de la bella prostituta, una camarera y socia, y finalmente a Liza con quien se define claramente como un ser oportunista incluso sin proponérselo.
Toda esta parte final es menos irónica pero se guarda algunos momentos visuales de peculiar belleza. La pareja que subsiste de las atrocidades de la invasión aparece hasta en su intimidad con una seriedad marcial en medio de lo epifánico: en el hotel hecho oasis experimental para hermosas especimenes de la raza aria bañándose desnudas, o en un la copulación requerida de la bendición del Führer. Pero ese último rostro desviado de la ilusión también desaparecerá, aunque bien sabemos a esas alturas que el paciente Jan sabrá esperar el momento para hacerlos renacer. Aunque le cuesta, el redondo final completa los logros de una película apreciable que mantiene vigente a su director, aunque nos hayamos separado de el hace buen tiempo.
Deja una respuesta