Bride Wars
Dir. Gary Winick | 89 min. | EEUU
Intérpretes: Kate Hudson (Liv), Anne Hathaway (Emma), Bryan Greenberg (Nate), Chris Pratt (Fletcher), Steve Howey (Daniel), Candice Bergen (Marion St. Claire), Kristen Johnston (Deb), Michael Arden (Kevin), Victor Slezak (Colson)
Estreno en Perú: 22 de enero de 2009
Bride Wars -como lo indica su cachoso título- tiene de protagonista al universo caótico y ensoñador de los preparativos para una boda, en realidad dos. La idea con la que juega la cinta desde su cercana frivolidad es el cómo se vería este placentero trajín como una especie de competencia a muerte. Emma y Liv, dos heroínas con nombres de novela de época se la pasan haciendo de su meta el sonoro rugido de una guerra declarada por opacarse la una a la otra.
Es un síndrome típico que aún cuando estemos todavía esperando que se estrenen varias de las películas más esperadas de la temporada de premios, u otras que causan enorme expectativa entre el público cinéfilo (para más señas el remake de Funny Games hecho por el propio Haneke con la estelar Naomi Watts), nos tenemos que conformar con que varios títulos frescos y olvidables que apenas llevan unos días en el cartel estadounidense lleguen con una prontitud que no quisiéramos tanto a la vista del rico menú que nos perdemos, inclusive dentro de lo que producen los grandes estudios. Ese ha sido el caso de esta comedia semi romántica o semi negra, como quieran verlo.
Bride Wars -como lo indica su cachoso título- tiene de protagonista al universo caótico y ensoñador de los preparativos para una boda, en realidad dos. Kate Hudson y Anne Hathaway se juntan para hacer de dos amigas del alma cuyo máxima fantasía es la de hacer de sus matrimonios los eventos que resplandezcan en la lustrosa Manhattan de algún fin de semana, en los salones de recepción del Plaza, y si se puede con fanfarria mejor. Desde ahí tenemos el móvil de muchas películas de antes y de ahora, de mejor o peor humor. Es el rito social extendido desde la ingenuidad de los cuentos de hadas hasta el cinismo de Sex and the City.
La idea con la que juega la cinta desde su cercana frivolidad es el cómo se vería este placentero trajín como una especie de competencia a muerte. Al menos eso requeriría de un mordacidad que podría ahuyentar a los amantes de este breve uso de la religión y sus representantes. Los creadores, con el director Gary Winick a la cabeza, optan por algo salomónico: dejan bien puesto el tono rosa y hacen de las ironías pachotadas inofensivas. Emma y Liv, dos heroínas con nombres de novela de época se la pasan haciendo de su meta el sonoro rugido de una guerra declarada por opacarse la una a la otra.
Y como el rollo es fatal y femenino, tiene que ser –a la vista de los realizadores- una querella espectacular capaz de dejar atónitos a los jedis y los siths. Incluso ambas partes cuentan con una suerte de oráculo, un Yoda encantado de atenderlas de enseñarles el uso de la fuerza mientras hace despliegue de todo el preciosismo de la organización de bodas hecha profesión de élite y muy bien remunerada ¿Pudo habernos evitado Candice Bergen otro papel insufrible desde el fin de su recordada Murphy Brown? Esperemos para saber si la también reciente The Women llega al extremo de lo soso.
A favor de la película podemos decir que con todos sus reparos es un tanto mejor de lo que me esperaba. Toda la primera parte esta plagada de los disfuerzos característicos (sobre todo por parte de la indeseable Hudson). Pero conforme la película se va desenvolviendo en su segunda mitad tiene el acierto de evitar varios lugares comunes, amén de alguna que otra réplica afortunada. Por momentos nos parece incluso que la mirada, por más liviana, a toda esa olimpiada por recrear la perfección a costa de todo (incluso la decisión de dar el paso al altar), pudo haber sido una tierna y comprensiva exposición de ese momento epifánico que todos buscamos registrar para literalmente “morir en paz”.
Todo ello es solo un pensamiento pasajero puesto que cuando un mínimo de eficacia no lo permite, no podemos evitar pensar perversamente en que este show digno de las galaxias nupciales, sea convertido concretamente en el pretexto perfecto para derrumbar todas las certezas de un mundo deslumbrado por las apariencias. Eso es lo que se planteaba cierta redactora de un medio norteamericano de la que leí una pregunta posiblemente inspiradora para algún futuro genio de la comicidad ¿Qué tal si esta película hubiese tenido su clave lésbica? Esa sería una boda que pagaría por ver, no necesariamente con mi abuela, pero lo haría.
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