The Curious Case of Benjamin Button
Dir. David Fincher | 160 min. | EE.UU.
Intérpretes: Brad Pitt (Benjamin Button), Cate Blanchett (Daisy), Tilda Swinton (Elisabeth Abbott), Taraji P Henson (Queenie Barker), Julia Ormond (Caroline), Elias Koteas (Monsieur Gateau), Jason Flemyng (Thomas Button), Jared Harris (Captain Mike).
Estreno en Perú: 22 de enero de 2009
Estreno en España: 06 de febrero de 2009
El Benjamin Button de Fincher y de rara belleza, habla de algo de una sencillez pasmosa, no más que la vida, el paso del tiempo y la muerte, y donde la vejez está muy presente, desde el comienzo hasta el final de la cinta. Resulta casi un milagro que un producto mainstream contenga a la vejez como eje central. Contar una larga vida en la pantalla requiere de maestría para hilvanar bien los hechos y el paso del tiempo. Para ello Fincher ha utilizado, al estilo del Titanic de Cameron, la memoria de una anciana que permanece postrada en un hospital de Nueva Orleans junto a su hija Caroline, y de un objeto que conservaba en su poder, en este caso el diario de un hombre muy peculiar, un tal Benjamin, abandonado al nacer por su padre en una residencia de ancianos.
Vivir, amar, morir
Afirmaba el director de cine y compositor musical Richard Quine, perteneciente a la década de los cuarenta y cincuenta que tanto hizo resplandecer a Kim Novak, que “la creación está en la ejecución, no en el tema”. Me viene esto a la memoria al disfrutar del último laureado trabajo, El curioso caso de Benjamin Button, de un director que admiro por sus particular mano, David Fincher. Película en cuya ejecución Fincher ha empleado dicha mano de manera muy artesanal y delicada, planificada con tal mimo y virtuosismo en cada uno de sus apartados que bien podría sentenciare que el cineasta de Denver se propuso plantar un árbol en cada una de las categorías que la Academia de Hollywood ofrece para obtener esa preciada estatuilla. Y vaya si lo ha conseguido, 13 nominaciones en total, habiéndosele resistido la de actriz principal para una hacendosa Cate Blanchett, que, por otra parte, tenía muy difícil posicionarse ante la madre desesperada de Angelina Jolie, una trabajada Kate Winslet con doblete (que se ha llevado al público de calle), o una Meryl Streep en estado de gracia divina. Y es que El curioso caso de Benjamin Button es una película pensada (y fabricada) para Tio Oscar. Aunque bien se puede afirmar que escondía otras intenciones, como la de aunar público y crítica en una misma dirección, la de complacer con un cine de pura fábula y ensueño, sin obviar una temática profundamente filosófica sobre la vida, el amor, la soledad, la muerte, además de confirmar en voz alta que la ficción, de la que tanto necesitamos en la pantalla, sigue fuerte y viva, resplandeciente a pesar (o precisamente) de las crisis económicas
El Benjamin Button de Fincher y de rara belleza, habla de algo de una sencillez pasmosa, no más que la vida, el paso del tiempo y la muerte, y donde la vejez está muy presente, desde el comienzo hasta el final de la cinta. Resulta casi un milagro que un producto mainstream contenga a la vejez como eje central. Pero es en la ejecución que el cineasta, autor de Seven (1995), El club de la lucha (1999), La habitación del pánico (2002), o Zodiac (2007), da muestra de su enorme creatividad, empezando por la muy libre adaptación que el guionista Eric Roth ha hecho del pequeño relato de un gran escritor con cierto malditismo para ser visualizado en cine, F. Scott Fitzgerald. Contar una larga vida en la pantalla requiere de maestría para hilvanar bien los hechos y el paso del tiempo. Para ello Fincher ha utilizado, al estilo del Titanic de Cameron, la memoria de una anciana que permanece postrada en un hospital de Nueva Orleans junto a su hija Caroline, y de un objeto que conservaba en su poder, en este caso el diario de un hombre muy peculiar, un tal Benjamin, abandonado al nacer por su padre en una residencia de ancianos.
Pero para poner en guardia a los espectadores, la anciana Daisy/Blanchett, comienza con el anecdótico y onírico relato del reloj tan especial que el Sr. Gateau fabricó para la estación del lugar, reloj que iba hacia atrás en el tiempo, como si este especialista en relojes quisiera que el tiempo diera marcha atrás y le devolviera a su hijo muerto en la Segunda Guerra Mundial. Unos se van y otros llegan, y acabada la guerra nace Benjamin Button, un bebé con aspecto de viejecito, sufriente de todos los males de la edad avanzada. Un monstruo para la época, que sin embargo, Fincher desustancia de cualquier brutal y violento realismo, y le confiere, sin más, una sombría, surrealista y paciente existencia, rodeado de gente más comprensiva de lo que cabe esperar, sin olvidar que estamos ante un cuento con buenas dosis de magia. Poco a poco, a través de las dificultosas palabras de la anciana y del diario de Benjamin, Caroline (Julia Ormond) guía al espectador por la existencia de este infante-viejo, que irá rejuveneciendo a medida que pasan los años, aunque en su interior el proceso sea a la inversa, la niñez la vivirá a los 70, y la madurez mental y física a los 13. Adoptado por Queenie, una mujer negra que regenta la residencia, vivirá algunas aventuras curiosas y un amor eterno, entre idas y venidas al hogar, al que retorna inevitablemente cuando se acerca el final de sus días. Benjamin es un marginado, un outsider, que solo podrá vivir su historia de amor en un determinado punto de encuentro con Daisy, allí donde convergen en una aceptable edad, para separarse y volver a encontrarse en una relación de nieto y abuela.
Se ha comparado a esta cinta tan nominada con la obra de Zemeckis, Forrest Gump, pero en realidad poco guardan en común a no ser la filosofía que ambas encierran en su torrente de frases. Así es, El curioso caso de Benjamin Button es una película de frases y pensamientos. He ahí, tal vez, otro de sus resortes para enfilar premios. Y hablando como habla de algo tan abstracto, surrealista, y metafísico como es el discurrir del tiempo, no podía (Fincher) dejar de hacerlo en un estilo tan provisto de emociones y texturas, dotadas de un aire tétrico y melancólico, pero también romántico y ensoñador, imágenes y planos que, por momentos, regalan la nostalgia del cine mudo, y que pertenecen al mundo acotado de la memoria que se permite cierta decoración extra. Confiere pues el cineasta a gran parte del trabajo un estilo conocido como americana, del que Eastwood también usó (con más perfeccionismo) en su magnífica El intercambio: Esa esencia de la vida americana de principios del siglo XX, que tantas películas han reflejado como el viaje encaminado a hacer realidad el sueño americano de los primeros colonos.
Mucho y largo tiene para debatir este filme. Brad Pitt en el papel principal realiza un trabajo encomiable y plausible, aunque no lo suficiente para superar el trabajo de Sean Penn en Harvey Milk, o el de Frank Languella en Frost/Nixon, y desde mi punto de vista al de Phillip Seymour Hoffman en La duda, quién debió aparecer en el apartado de Actor principal. Sin que yo pueda considerarla la mejor película de Fincher, (en algunos planos se me antoja débil), considero su larga primera parte, incluida la evocación del hotel ruso y la relación con una arcillosa Tilda Swinton, absolutamente fascinante. El resto de las nominaciones están más que justificadas, siendo la dirección artística, la fotografía, la edición, el vestuario, los efectos visuales, la discreta música y el maquillaje (a pesar de la inexpresividad que produce en algunos instantes el uso del photoshop de cámara utilizado para rejuvenecer a los actores principales) dignos de alabar.
Confieso que sin haberme impresionado más que La duda o Revolutionary Road, es una cinta muy jugosa, que contiene muchos estilos y cajas chinas, y constituyéndose en innovadores algunos de sus planteamientos, como el momento en el que Benjamin da protagonismo al azar en el accidente de Daisy en París.
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