Joseph Leo Mankiewicz es sin duda uno de los creadores capitales de la historia del cine, aunque su nombre de autor radical, maniático, y personalísmo, se mantiene vínculado, como a varios otros contemporáneos, en el espacio industrial y seriado del cine hollywoodense. Pero dentro de esas condiciones laborales, realizadores como Mankiewicz supieron indagar sobre sus particulares obsesiones hasta el final de su carrera. El partícular universo de este director se basaba, en la precisión del guión que tenía entre manos, o con mayor exactitud, en las palabras. Las que eran dichas por los personajes y las que describían las circunstancias en la que actuaban. Mankiewicz fue un atento observador del llamado «mundo civilizado». Observaba como las pasiones, ambiciones, venganzas, o demás tramas y maquinaciones, seguían siendo las mismas que en eras antiquísimas. Lo único que quedaba era revelar cuales eran las armas de las que se valen sus intrigantes personajes del mundo moderno.
Mankiewicz llegó a Hollywood tras una breve experiencia como traductor de algunas películas alemanas, idioma que manejaba por ser esa la nacionalidad de su padre. Su hermano Herman fue quien le dio sus primeros contactos para poder trabajar en la industria del cine escribiendo guiones, como él. Años más tarde vería como su hermano mayor alcanzaría el reconocimiento del medio con el oscar por el guión de Ciudadano Kane, que escribiría conjuntamnete con Orson Welles. Pero la carrera de Joseph todavía tardaría en asentar durante los años ’30 y ’40, antes de poder obtener luz verde para su debut como director, lo cual sucedió en 1946 con Dragonwyck, proyecto que abandonó el no menos notable Ernst Lubitsch (ese otro amante de los dialogos punzantes y vivos). Rápidamente se convirtió en un nombre reconocido gracias a una sucesión de películas memorables como The Ghost and Mrs. Muir, Carta a tres esposas, All About Eve, y Cinco dedos. Todas eran tramas sinuosas, algunas girando entorno a crímenes y complots detalladamente narrados como parte de un laboratorio dramático en el que sus actores -magníficamente desnvueltos- transformaban a sus personajes en criaturas arrinconadas a las poses e hipocresías, a la representación de un papel dentro de la misma ficción.
Sus posteriores realizaciones dejaron de resaltar la funcionalidad propia del cine de géneros y comenzaron a incorporar a su estilo, la sugestión de los decorados o ambientes diversos en los que se desarrollaban sus historias. En La condesa descalza, la tragedia en la vida de María Vargas estaba enmarcada en los irreales escenarios de palacios y rivieras; en De repente en el verano toda la truculenta historia tenía como representación alucinada a una jungla artificial; y en Sleuth, la extrema reclusión en la fantasía y las quimeras detectivescas de Andrew Wike tenían a títeres, trucos mecánicos, y demás monigotes, como espectadores forzosos y siniestros. Eran parte de esa reflexión finalmente decepcionada en la que este gran cineasta, como sus personjaes, añoraba la perfección en el cine para compensar los defectos de la vida. Esa inquietud eterna en sus criaturas se manifestaba haciendo del juego de roles -y demás estratagemas para el ascenso, la destrucción, o la burla- un momento de vital concentración y en el cual la exposición transparente es sinónimo de derrota. Desafío intelectual del cual privó a todos sus admiradores desde su última película realizada en 1972. Aquí los dejamos con un pequeño repaso a su obra, algunos títulos especiales por si mismos dentro de toda la unidad que forma su trabajo.
The Ghost and Mrs. Muir: Una de las más bellas películas de su director. Tal vez sea de las últimas representantes de cierta estética de la «ilusión» que venía desde la era muda. Mankiewicz volvería a traer fantasmas a sus ficicones, pero nunca con la ternura con la que el Capitán Gregg se le aparece a la señor Muir, dos solitarios y pacientes enamorados.
All About Eve: Como se lo mandaba su sensibilidad, el director se entregó a esta radiografía implacable sobre el mundo teatral. Tal vez sea la mayor reflexión sobre esa órbita de ceremonias, carreras despiadadas, tratos mefestofélicos, y la certeza de que mientras el show siga no será necesario saber todo sobre Eva Harrington. Último error de la reina del disfraz, porque el demiurgo le permitió revelar la intimidad de los demas, a costa de la suya propia. Goce final para la querida Margo Channing.
La condesa descalza: Una creación compleja, atípica y distendida a comparación del mundo de las tablas visto anteriormente. La de esta película es la visión sobre el mundo del estrellato cinematográfico visto de costado. La creación de una estrella es revisada con ritmo de investigación policiaca, de atrás hacia adelante. Así vemos la deconstrucción del mito de Ava Gardner convertida en María, la descalza habitante de palacetes convertida en toda una «cara de pantalla». Tal vez se trate de la mejor película de su director.
De repente en el verano: Adaptación de Tennessee Williams, pero una muy distinta a las demás. El realismo brutal cede aquí a una estilizada interpretación de esta crisis familiar que apenas esconde las paranoias ante la convivencia con los mayores tabúes. Crítica insidiosa sobre los métodos de la investigación sanación acutales, y la tradición aguardando en sus límites, vistos por el cineasta como un limbo exótico, pero donde se esconden las plantas carnívoras.
Cleopatra: El mayor error en la carrera de su director, aunque no sea para nada la mala película cuyo fracasó coronó al romance de la época. No fue Mankiewicz un hombre inclinado a los relatos épicos, pero aún con su prestigio no pudo escapar de la moda del momento. Tal vez lo más personal de esta revisión del mito de la reina egipcia sea el personaje de Julio César interpretado por Rex Harrison, siempre intentnado esconder sus debilidades infructuosamente a la seductora. Esos momentos de sigiloso espionaje son los que valen más que los despliegues carnavalescos de la llegada a Roma, por ejemplo.
Sleuth: La película final de este genial cineasta, es una obra maestra que en cierta forma condensa y lleva al límite sus indagaciones. Una historia de suspenso sostenida por dos magníficos actores y un escenario de fantasía casi precursor de los mundos y niveles de los juegos de palanca. Andrew y Milo son los contrincantes más directos del cine de Mankiewicz, los desbocados años ’70 no permitían tanto donaire.
Deja una respuesta