Dir. Gus Van Sant | 128 min. | EEUU
Intérpretes: Sean Penn (Harvey Milk), Emile Hirsch (Cleve Jones), Josh Brolin (Dan White), Diego Luna (Jack Lira), James Franco (Scott Smith), Alison Pill (Anne Kronenberg), Victor Garber (George Moscone), Denis O’Hare (Senador John Briggs), Joseph Cross (Dick Pabich), Stephen Spinella (Rick Stokes), Lucas Grabeel (Danny Nicoletta), Brandon Boyce (Jim Rivaldo), Howard Rosenman (David Goodstein), Kelvin Yu (Michael Wong).
Malcolm X es a Spike Lee, lo que Milk es a Gus Van Sant, es decir, un biopic militante –aunque no apologético– sobre dos líderes de los derechos civiles de minorías en los Estados Unidos. En el caso de la cinta de Lee, se trata de un activista revolucionario de los derechos de los afroamericanos, mientras que en el filme que comentamos, del primer activista gay electo para un cargo público en ese país del norte, como concejal del Consejo de Supervisores del Condado de San Francisco, en 1973. En el primer caso, hay buen material dramático, pero el segundo tiene más bien material documental, si bien políticamente interesante, ya que describe la militancia política con sus aspectos controversiales, tanto hacia fuera (enfrentamiento y negociaciones con opositores anti-gay, especialmente Dan White) como hacia dentro del movimiento (prejuicios por la inclusión de una lesbiana como organizadora).
Malcolm X es a Spike Lee, lo que Milk es a Gus Van Sant, es decir, un biopic militante –aunque no apologético– sobre dos líderes de los derechos civiles de minorías en los Estados Unidos. En el caso de la cinta de Lee, se trata de un activista revolucionario de los derechos de los afroamericanos, mientras que en el filme que comentamos, del primer activista gay electo para un cargo público en ese país del norte, como concejal del Consejo de Supervisores del Condado de San Francisco, en 1973. Un personaje que, gracias a esta película, se está convirtiendo en un ícono tan conocido como el susodicho líder negro; ya que su vida ilustra el nacimiento y la lucha del movimiento gay, mientras que su final revela –tanto entonces como ahora– las tremendas resistencias a la libertad de tener opciones sexuales diferentes.
Por otra parte, es interesante anotar cómo Gus van Sant es un director que –formalmente– oscila entre filmes de formato muy personal y minimalista (como Elephant o Paranoid Park, que podemos considerar como cine de autor) y películas hechas según los patrones convencionales del cine industrial hollywoodense (como las notables Good Will Hunting o Descubriendo a Forrester). Milk pertenece a este último tipo, aunque contiene bastante material documental –en blanco y negro o a color– que se intercala con las escenas ficcionales, sobre todo aquellas que describen la instalación del negocio de cámaras de Milk en la calle Castro, en San Francisco, en torno a la cual se originó el famoso barrio gay de esa ciudad. Pero también se sirve de ello para presentar a la opositora ultraconservadora y fundamentalista religiosa Anita Bryant, como para mostrar algunos éxitos políticos del movimiento gay.
Sin embargo, la intrusión de esos fragmentos no constituye mayor innovación formal, ni tampoco lo es que la estructura del filme esté acompañada, desde el principio, por un diario grabado en cinta de audio por Milk, donde comenta algunas peripecias de su vida personal y política, anticipando el desenlace de estas. Salvo por esta circunstancia, tal estructura sigue un orden cronológico y narra tanto sus dos principales relaciones de pareja como el laborioso trayecto político que lo llevaría al éxito electoral, al tercer intento. En el primer caso, encontramos buen material dramático, pero en el segundo tenemos más bien material documental, si bien políticamente interesante, ya que describe la militancia política con sus aspectos controversiales, tanto hacia fuera (enfrentamiento y negociaciones con opositores anti-gay, especialmente Dan White) como hacia dentro del movimiento (prejuicios por la inclusión de una lesbiana como organizadora). Como es obvio, y pese a los esfuerzos del director, hay momentos en que ambos niveles se desconectan y la acción se detiene para dar paso a esos contenidos políticos (por ejemplo, un debate público de Milk con un congresista opositor). Esto crea cierto alargamiento y reiteración de información, debido al quizás excesivo respeto por el componente biográfico.
No obstante, Van Sant se las apaña para sacarle filo polémico a su película, al introducir dos elementos que pueden resultar provocadores. El primero es que se muestra abiertamente las formas de vida y comportamiento de los gays, las que pueden ser percibidas como alternativas para personas que no lo son. Las manifestaciones de afecto se realizan sin inhibiciones y se transmite una sensación de mayor libertad, en el marco de un ya tradicional ambiente festivo en dicho movimiento; aunque se omiten escenas de sexo explícito. Por otra parte, las relaciones de pareja también resultan interesantes, ya que una no llega a prosperar justamente por la dedicación de Milk al activismo político, mientras que la otra no funciona por los afanes posesivos, los celos e inseguridades de su segunda pareja, Jack Lira. Es decir, relaciones adultas regidas por sentimientos, con altas dosis emocionales y no meramente sexuales. En consecuencia, si bien el filme defiende la identidad y cultura gay, no deja de mostrar algunos claroscuros propios de cualquier relación humana. Esto, o parte de estos contenidos, pueden resultar chocantes en países como el Perú, donde la mayoría de la población aún no acepta las relaciones entre personas del mismo sexo; y donde se han producido bochornosos episodios de discriminación ante muestras públicas de afecto entre gays por parte de empresas y personas, cuando no desde el mismo Estado en materia de legislación.
Una segunda provocación se deriva de la relación entre Milk y su principal enemigo, Dan White, el concejal y ex policía ultraconservador. Esta se presenta con momentos de tensión y atracción, sobre todo por parte de White, lo que sugiere la existencia de una conexión o afinidad homoerótica entre ambos. De esta forma, se sugiere que la homofobia es producto de pulsiones homosexuales fuertemente reprimidas; sobre todo si se incluye esta idea en un contexto de verosimilitud histórica. Lo cual constituye una fuerte respuesta a los movimientos y personas que no consideran a las personas que tienen preferencias sexuales distintas a las heterosexuales como sujetos de derechos.
En suma, si bien no se trata de la mejor película de Gus van Sant –como Malcolm X tampoco lo es para Spike Lee–, Milk es una buena película que expone y defiende los derechos de los gays a partir de la figura de este activista y del movimiento que surgió en los años 70 en San Francisco; un filme que sin negar su posición de parte, se preocupa también por mostrar los argumentos de sus opositores. Vale la pena destacar, finalmente, el trabajo de Sean Penn con el papel central; el cual logra equilibrar tanto los componentes personales del personaje como sus facetas políticas, en una performance que sin ser típicamente «glamorosa» cumple con el objetivo de darnos una imagen sobria y creíble de Harvey Milk. Igualmente adecuados resultan el resto de actores involucrados en esta cinta.
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