Chugyeogja
Dir. Na Hong-jin | 125 min. | Corea del Sur
Intérpretes: Yun-seok Kim (Joong-ho Eom), Jung-woo Ha (Young-min Jee), Yeong-hie Seo (Mi-jin Kim), In-gi Jung (Detective Lee), Hyo-ju Park (Detective Oh)
Una fuerte tendencia dentro del cine surcoreano y asiático es el policial, sobre todo aquel subgénero tributario del “cine negro” norteamericano; es decir, de aquellos filmes donde la situación social o política difumina los límites entre el bien y el mal, y donde el héroe tiene –casi siempre– que navegar entre dos aguas o estar con un pie en un lado de la ley y el otro en el lado opuesto (cuando no totalmente de este último lado). Esta es una película dura, muy dura, no sólo por la violencia física, sino por la violencia de las situaciones y la tensión emocional que uno soporta a lo largo de la misma.
Una fuerte tendencia dentro del cine surcoreano y asiático es el policial, sobre todo aquel subgénero tributario del “cine negro” norteamericano; es decir, de aquellos filmes donde la situación social o política difumina los límites entre el bien y el mal, y donde el héroe tiene –casi siempre– que navegar entre dos aguas o estar con un pie en un lado de la ley y el otro en el lado opuesto (cuando no totalmente de este último lado). Películas como Muerte entre las Flores (El Cruce de Miller) o Sangre Fácil de los hermanos Coen representan una versión contemporánea, altamente formalizada, de este subgénero; pero lo difícil es encontrar ejemplos realistas de esta tendencia. Un ejemplo, brutal y extraordinario, es The Chaser, opera prima del realizador Na Hong-jin.
Esta es una película dura, muy dura, no sólo por la violencia física, sino por la violencia de las situaciones y la tensión emocional que uno soporta a lo largo de la misma. Para entendernos, inicialmente pareciera que estamos ante un esquema típico: el del vengador anónimo, es decir, el ciudadano de a pie que debe tomar la justicia es sus manos para detener a un asesino serial. Pero este esquema, tan manido en el cine de Hollywood, es revertido drásticamente en esta cinta coreana. Para empezar, nuestro “ciudadano” es un proxeneta ex policía al cual le están “robando” las prostitutas a su cargo; por lo que emprende la búsqueda del presunto competidor. Se trata de un personaje que bien podría haber sido extraído de una novela de Chester Himes o de John Hadley Chase, salvo que este sujeto vive y labora en Seúl, no en el Bronx neoyorquino. Lo segundo es que luego de unos convenientemente sangrientos crímenes y el inicio de la persecución por nuestro chaser, el asesino es capturado por la policía y confiesa todos sus crímenes y otros más. En este momento ya hemos visto bastante tensión y violencia, tantas como en Memorias de un Asesino, su ilustre antecesora. Pero, en verdad no hemos visto nada. Uno se queda sorprendido de que la película “termine” tan pronto, cuando en realidad viene lo peor.
Sigamos. De un lado, y pese a todas las evidencias, nuestro perseguidor no cree en la teoría de los asesinatos en serie y prosigue su búsqueda. Conocerá entonces, el verdadero drama de las mujeres que deben prostituirse y el maltrato que sufren los hijos pequeños, involucrados en la trama, lo cual lo irá minando emocionalmente. Paralelamente se muestra la brutalidad policial, que usa al ex proxeneta para que le haga el trabajo sucio, pero –como en el caso de Memorias de un Asesino– con resultados contraproducentes. Además, en lo más dramático de la persecución se observa la lenidad policial y su desorganización, que recuerdan nítidamente a nuestras propias huestes locales. La contraposición de ambas líneas de acción sobrecargan la acción principal y crean una tensión emocional casi insoportable conforme avanzan los interrogatorios e indagaciones.
Y es allí cuando se produce la otra gran reversión de esta película: la del “rescate en el último minuto”. El famoso procedimiento, empleado por primera vez por D.W. Griffith durante la época del cine mudo, es aquí simplemente “volteado”; es decir, que mientras toda la adrenalina sube a mil durante la segunda gran parte del filme, no se produce el tan esperado rescate, sino todo lo contrario. Llegamos a un terrible episodio (en realidad, un anticlímax) que precede al verdadero clímax, la lucha final y definitiva entre el perseguidor y su presa; escena angustiante, extenuante (también para el espectador) y violenta no sólo por la acción física, sino por la frustración acumulada hasta el momento y que nos mantiene en vilo sin saber cuál será el resultado final. Lo cual a la postre tampoco importará demasiado, ya que su desenlace no resolverá positivamente las situaciones planteadas en esta obra. Que este contraste de situaciones funcione es atribuible al talento del realizador Na Hong-jin.
Aclaremos que por violencia no queremos decir esas vistosas piruetas acrobáticas de las cintas de kung fu, ni tampoco las “espectaculares” peleas de los filmes de acción hollywoodenses. No. Aquí hay peleas bastante reales, con resbalones, caídas, fatiga, moretones violáceos y harta sangre, extraída a patadas o mediante otros implementos (martillos, estatuillas de metal y palos de golf son los favoritos del asesino). La lucha final es quizás un poco excesiva, por lo exagerada; lo cual, sin embargo, es aceptado por el público en el marco del género policial pero –todo hay que decirlo– afecta en alguna medida el otro aspecto relevante de esta cinta: su realismo. Y aunque hay alguna situación que podría resultar irónica, The Chaser no tiene ninguno de los rasgos humorísticos que posee Memorias de un Asesino; se trata de una película crítica en toda su crudeza, extrema, atosigante y que no hace concesiones de ningún tipo.
En suma, esta película profundiza, si cabe, la crítica a la inseguridad ciudadana ya no sólo en la provincia, sino en la misma capital del país. Se detiene y machaca su cuestionamiento a los métodos policiales poco profesionales, pero también enfatiza los elementos melodramáticos a niveles más radicales que los vistos en su citada antecesora. Es una obra donde la violencia es densa y se respira a lo largo de la acción, y que nos deja un sabor amargo, oscuro y deprimente. Efectos emocionales que el protagonista deberá cargar en adelante y con quien apenas si podemos identificarnos. El desenlace ofrece un breve respiro, antes de que la cámara nos muestre las luces de la ciudad durante la noche, la misma urbe con la que empezó la película.
Notable cinta que muestra el vigor creativo y artístico del cine surcoreano actual.
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