Dir. Danny Boyle | 120 min. | Reino Unido – EE.UU.
Intérpretes: Dev Patel (Jamal Malik), Anil Kapoor (Prem Kumar), Saurabh Shukla (Sargento Srinivas), Rajendranath Zutshi (Director), Jeneva Talwar (Vision Mixer), Freida Pinto (Latika), Irrfan Khan (Inspector de policía), Azharuddin Mohammed Ismail (Salim joven), Ayush Mahesh Khedekar (Jamal joven), Sunil Kumar Agrawal (Señor Chi)
Estreno en Perú: 19 de febrero de 2009
Leo en un cable publicado en El Comercio, de Lima, que «la prensa de la India condena la exitosa película del cineasta Danny Boyle por considerarla ‘pornografía de la pobreza». No obstante, en los barrios pobres de Mumbai (Bombay), los parientes de los actores que arrasaron con los premios Óscar 2008 y muchos pobladores festejaron el triunfo de la cinta, pero sobre todo al popular compositor de la banda sonora y canciones de la misma, Allah Rakkha Rahman. Debe reconocerse, sin embargo, que Quisiera ser millonario puede ser un filme mucho más provocador de lo que parece a primera vista; ya que, aparte de la pobreza (o, mejor dicho, en este contexto) introduce una serie de elementos controversiales adicionales.
Leo en un cable publicado en El Comercio, de Lima, que «la prensa de la India condena la exitosa película del cineasta Danny Boyle por considerarla ‘pornografía de la pobreza». La nota cita a un realizador, una estrella de Bollywood y un programa de televisión quienes se muestran ofendidos por el uso que se le da a la pobreza en la India para conseguir éxito en Occidente y denuncian que se recurre al “lado más sórdido de India” para tapar los efectos de la crisis económica mundial. La noticia constata, igualmente, que “este cuento de hadas moderno no atrae en los multicines ni a la clase media urbana y es un fracaso comercial en los pequeños cines de los pueblos”; y lo explica, en parte, porque este gigante asiático tiene “ambiciones de superpotencia y [está] orgullosa de su fenomenal crecimiento”, que Quisiera ser millonario cuestiona en algunos aspectos.
No obstante, en los barrios pobres de Mumbai (Bombay), los parientes de los actores que arrasaron con los premios Óscar 2008 y muchos pobladores festejaron el triunfo de la cinta, pero sobre todo al popular compositor de la banda sonora y canciones de la misma, Allah Rakkha Rahman. Además, el Primer Ministro Manmohan Singh emitió un comunicado señalando que “los ganadores han enorgullecido a la India”. Mientras que la madre de uno de los actores, Qureshi, defendió el filme de la siguiente manera: “Sé que esta película ha sido criticada por ser un escaparate de la pobreza, pero también significó que una niña de los barrios pobres de Munbai haya viajado al extranjero para estar en la entrega del Óscar, ¿Cómo puede ser malo?”. Reacción que es consistente con el mensaje final de esta obra.
La “mala imagen”
Esta controversia me recuerda a la generada por la película Madeinusa, de la realizadora Claudia Llosa. A ella también se la criticó por la “mala imagen” que ofrecía –en su caso– del mundo andino ya que mostraría a los comuneros como seres primitivos, dados a las orgías, el incesto y el crimen. Lo que –como en Quisiera ser millonario– es una versión unilateral y parcial de ambas obras cinematográficas. Y de nada sirve que los realizadores se vean obligados a pasar a la defensiva y decir que sus obras son “ficticias”; o, como dice A. R. Rahman, este filme «no trata sobre la India y su cultura. La historia podría pasar en cualquier rincón del mundo»
En ambos casos, verdades a medias, ya que si bien se trata de obras ficcionales, se asientan firmemente en referentes sociales o culturales muy específicos; es decir, retratan realidades muy concretas, así sea en el marco de un guión ficcional que pudiera ocurrir “en cualquier otro rincón del mundo”. Yo le diría: “Pero da la casualidad, estimado Allah Rakkha, que justamente ocurre en la India y tu música así lo evidencia; más aun, cuando tu intención declarada era ‘mezclar la India moderna con la vieja India’”. Incluso el argumento de que la película “es ficticia” (¿qué película no lo es?) podría ser doblemente provocador para este tipo de críticos, ya que supone (para ellos) una doble mentira: al falseamiento de lo que ellos consideran la verdad se suma el hecho de que tales contenidos se “oculten” tras el manto de la ficción. Así lo demuestra la nota arriba citada al atacar a la cinta tanto como ficción como referencia a una condición social muy extendida en ese subcontinente.
Debe reconocerse, sin embargo, que Quisiera ser millonario puede ser un filme mucho más provocador de lo que parece a primera vista; ya que, aparte de la pobreza (o, mejor dicho, en este contexto) introduce una serie de elementos controversiales adicionales.
Las carencias de un proceso de desarrollo
En primer lugar, muestra cómo la madre del pequeño héroe de esta cinta (Jamal) es asesinada durante una masacre por el hecho de ser musulmana. Recordemos que hace apenas tres meses, en noviembre del año pasado, un grupo islámico atacó hoteles de cinco estrellas y estaciones de trenes en Mumbai matando a más de un centenar de personas y dejando en ridículo a la policía local. Episodio que se suma a una larga lista de masacres cometidas mutuamente entre hindúes y musulmanes (siendo miembros de una secta islámica quienes asesinaron al líder espiritual de la nación, el Mahatma Gandhi); conflictos que se remontan a la división de esta antigua colonia británica en dos países: India y Pakistán. Ambos han protagonizado varias guerras desde entonces y han fabricado sus respectivas armas nucleares. Es decir, que el pleito no es por un quítame estas pajas; y la minoría musulmana –a la que pertenecen los héroes de esta cinta– no siempre son bien vistos por los hindúes, la población mayoritaria de la India.
En segundo lugar, el filme muestra cómo nuestros pequeños protagonistas desvalijan ingeniosamente a los visitantes extranjeros del Taj Mahal y se aprovechan de ellos, lo cual debe haberles caído muy mal a los responsables de la industria turística local, ya que el éxito mundial de esta película garantiza que los potenciales turistas lo piensen dos veces antes de visitar el país. Por otra parte, también se burlan de los guías que cobran por mostrar su monumento nacional (no puedo ni imaginarme cuál sería la reacción de los guías turísticos cusqueños de Machu Picchu si una película bromeara a costa de ellos, como lo hace esta cinta con los del famoso palacio hindú). Por otra parte, en la exhibición sin tapujos de la pobreza en Mumbai, la cinta se extiende en imágenes y condiciones que llegan a lo escatológico, evidenciando problemas de infraestructura básica y sanitaria, sobre las que también estarán prevenidos eventuales visitantes.
En tercer lugar, se describe la explotación del trabajo infantil (como pordioseros) y la explotación sexual de las niñas, es decir, la trata de personas. Y cómo estos negocios ilegales se conectan con mafias que finalmente resultan las que controlan el mercado inmobiliario de esta megalópolis. Dicho de otra forma, aquí se ejemplifica cómo el “espectacular” crecimiento y desarrollo que enorgullece a los indios tiene como correlato o base a poderosas mafias que explotan (o comenzaron explotando) a niños y adolescentes; lo que, sin duda, tampoco ha caído nada bien a los grupos sociales que se están beneficiando de tal crecimiento. Un cuarto punto se refiere al uso de la tortura durante los interrogatorios policiales, los que a la postre resultan inútiles, cuando no ineficaces. Esta crítica descarnada a la brutalidad policial también ha sido moneda corriente en algunas películas coreanas que hemos comentado; lo que, hasta donde sabemos, no ha producido el grado de molestia –en Corea del Sur– equivalente a ser considerados como una república bananera, tercermundista y con escaso desarrollo institucional, como parece ocurrir en la India.
Aquí caben dos reflexiones. La primera es que el “despegue” indio se caracteriza por el mantenimiento, sino ahondamiento, de una profunda brecha en la distribución del ingreso; problema del que hay mayor conciencia y –hasta cierto punto– preocupación en la vecina China. Quisiera ser millonario insinúa este tema, pero sobre todo muestra cómo la población quiere acceder a los beneficios de un sistema que les cierra las puertas y los obliga a colarse por la ventana (léase, mediante la participación en concursos como en que presenta la película). La segunda, que el proceso de desarrollo no es un proceso lineal, planificado y ordenado (aunque contiene en alguna medida cada uno de estos componentes), sino más bien caótico, violento y descontrolado. Muchas veces, a costa de guerras y graves conflictos sociales internos; y pese a los esfuerzos de gobiernos y diversas instituciones. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en algunos filmes coreanos que hemos comentado recientemente y que dan cuenta de las contradicciones del modelo de desarrollo en ese país. En ese sentido, este proceso dista mucho –en la realidad histórica– de ser un asunto técnico y pasa a ser un tema político e institucional, además de socioeconómico y cultural. El cine se ha revelado como un buen instrumento para recoger, mostrar y/o denunciar las tensiones producidas por el desarrollo, en este caso, el actualmente en curso en la India.
En suma, cuando aparece con tanto énfasis este argumento de la “mala imagen” (y sus variantes) ya podemos sospechar que estamos ante una obra relevante o que cuestiona aspectos de fondo de una determinada realidad; como es en este caso. Lo que también es un fuerte indicio de que estamos ante una obra con valores artísticos. En ese sentido, hay todavía más aportes –en un sentido afirmativo– en este filme de Boyle.
Aportes afirmativos y cinematográficos
El más destacado es su enfoque sobre los “niños de la calle” y la situación de maltrato y violencia a las que son sometidos y en las que están inmersos. Vemos, desde su “chiquititud”, cómo Jamal vive en un ambiente de feroz competencia darwiniana para sobrevivir y cómo debe aprender a desconfiar del resto y a sacarle la vuelta a la legalidad; los únicos lazos confiables serán los familiares (y eso relativamente) y los sentimentales. En ese sentido, está en continuo conflicto con sus propios amiguitos, sus maestros y hasta su propia madre; y, posteriormente, sufrirá la explotación de sus patrones o la persecución policial. Pero, al mismo tiempo, busca escapar de ese mundo, haciendo travesuras y palomilladas que lo inician en el delito menor, pero también pasándola bien y manteniendo sus ilusiones (Latika). Hay, por tanto, una visión integral de esta problemática, en la cual la pobreza no “conduce” a los jóvenes al delito, sino que lo ilegal es parte de su vida e instrumento para sobrevivir, junto a otras experiencias. A partir de ello se vislumbran dos caminos, el de Salim (desarrollarse en la mafia local) y el de Jamal (abrirse). Es decir, que siempre hay la posibilidad de escoger un camino distinto: no olvidemos que antes de entrar al concurso Jamal ya tenía un trabajo legal, aunque “inferior”.
¿Qué le permitió apartarse? En este caso, la educación; siendo otro de los grandes aportes de la cinta. No me refiero a la educación formal, sino al hecho de que nuestro héroe desarrolló su capacidad de entender el entorno social y humano en el que vivía; de allí que pudiera asociar las difíciles situaciones de su existencia con los datos o nombres que luego le serían útiles en el concurso. Jamal no era un animalito que soportaba situaciones que no comprendía, sino que desarrolló su curiosidad intelectual y ello le permitió ahondar en las características del entorno y aprender –como su hermano– a sortear los riesgos. Gracias a esto pudo retener en su mente los datos e información que luego le serían de utilidad. Obviamente, no se trata de una educación formal, sino vivencial; y el gran desafío para el sistema formal es estimular este tipo de destreza, para integrar en el desarrollo del niño o joven la información necesaria para el desenvolvimiento humano y el futuro profesional. Ciertamente, no se trata de aprenderse datos que sólo servirán para resolver crucigramas y nada más, sino de diseñar metodologías para que esta “cultura general” sea una llave que estimule el auto aprendizaje de las potencialidades de la persona. Sólo de esta forma la educación tendrá un poder transformador. Desafortunadamente, la película no llega a tanto, es decir, no aprovecha para enunciar o ilustrar en imágenes más claramente esta idea; ya que nos vemos arrastrados al suspenso del concurso y el del amor del protagonista por Latika, sobre el que volveremos más adelante. No obstante, al menos se muestra esta versión de la “universidad de la vida”, en la cual Jamal se ha graduado con honores, ya que tiene –como decimos en Perú– bastante “cayetano”.
En cuanto a los aportes cinematográficos, el filme tiene un estilo que recuerda a la brasileña Ciudad de Dios; o sea, testimonio social en lenguaje publicitario, pero sin llegar al ritmo agotador de la citada película de Fernando Meirelles. Boyle utiliza planos aberrantes y un montaje muy picadito (aunque eficaz) para las secuencias de persecución, respeta el formato televisivo del concurso y recurre a un tratamiento audiovisual más convencional para el resto de la cinta. La estructura es también sumamente interesante, ya que tiene un hábil manejo del tiempo. El presente le sirve al director para mostrar el interrogatorio policial, mientras que, paralelamente, retrocedemos un poco al pasado para ver el desarrollo del concurso. Y desde el concurso, con cada pregunta, hay flashbacks donde vamos conociendo la historia de Jamal, su hermano Salim y Latika; los retornos al presente (interrogatorio) nos sirven para aclarar o profundizar el contenido de esas vueltas al pasado o para iniciar o continuar otros flashbacks. Las líneas paralelas del concurso y del interrogatorio policial se unirán y, a partir de ese momento, la acción se acelerará hasta el desenlace. Como hemos señalado, lo más impactante son las escenas en exteriores de los suburbios y zonas de extrema pobreza en Mumbai; pero también una banda sonora eficaz, que apoya el ritmo trepidante de las secuencias de acción externa. Otra característica especial es que el filme está parcialmente hablado en inglés y en hindi, mientras que todo el casting es con actores indios, que se desempeñan impecablemente.
El problema: Un final de cuento de hadas
Como se aprecia, estamos ante una película importante, que cuestiona fuertemente las realidades de la India contemporánea (aunque, todo hay que decirlo, sin llegar a lo más “sórdido”, como afirman sus críticos) y con interesantes valores artísticos. Es más, incluso se critica la corrupción en el concurso, porque a Jamal le ponen una trampa para que caiga y, a raíz del fracaso de la misma, lo investigan por presunto fraude. Esto también pone en duda la idea de Latika y el público, de que el concurso es una vía para obtener dinero y escapar del contexto de pobreza en el que viven. Por tanto, queda como motivación final del héroe el lograr la liberación del amor de su infancia y unirse a ella.
Y este es justamente el gran problema de la película. Es decir, que todos los complejos temas que la cinta plantea terminan subsumiéndose en el cuestionable concurso y la posibilidad de que un “perro callejero” se vuelva millonario. Esta simplificación, aunque eficientemente planteada, nos saca del crudo realismo que constituye la gran baza de esta película y nos coloca en esa irrealidad tan grata a Hollywood, en donde todo se resuelve por obra de la buena suerte, luego de los correspondientes esfuerzos (léase correteaderas y escapes con llegada al último minuto) para conseguir el triunfo del amor. El colmo de este rush final es la inclusión de un alegre videoclip a manera de “baile de ilusiones”.
Pero este único problema de Quisiera ser millonario es justamente aquello por lo que era la favorita y ganó las ocho estatuillas en Hollywood; es decir, se trata de “un cuento de hadas moderno”, con una “explosión de energía”, un “triunfo de la esperanza” y del “todo es posible”. El “arte” (léase destreza manipulatoria) de Boyle, consiste en ensamblar lo que era una notable película realista, con un perfecto balance de elementos contrastantes –trágicos, dramáticos y cómicos–, con una glamorosa fantasía mediática, cuyo principal problema es la inverosimilitud. De hecho, el avance de un “chico del té”, con escasa educación formal, en un concurso donde declaradamente desconoce las decisivas respuestas finales es dejado al azar (y no al esfuerzo o talento del héroe). Además, algunas de las preguntas, incluyendo la última, eran muy sencillas, lo que resta aún más credibilidad al desenlace; mientras que la propia actitud de Jamal hacia el dinero, entre aristocrática y desinteresada, también resulta poco verosímil.
Por lo que el director brinca de ahí hasta lo único que puede dar sentido a toda la película: la relación con Latika. Relación que no resuelve ninguno de los complejos problemas planteados desde la infancia por nuestro héroe, aunque le ofrece una vía de escape. Hay aquí una debilidad dramática para justificar que el enorme peso emocional de lo social se “adelgace” hasta convertirse en un solo hilo conductor (reencuentro con Latika); tal descompensación (léase inverosimilitud), limita –aunque no anula– el efecto de los componentes realistas arriba mencionados. Sin embargo, esa cualidad simplificadora, emocional y, en el fondo, mixtificadora, es lo que premia Hollywood. Y para que se vea que en este aspecto no hay prejuicios, la también manipulatoria Frost/Nixon ha obtenido nominaciones al Oscar, entre ellas la de mejor guión (madre del problema); pero ese es tema de otro post.
Es posible que el gran público, sorprendido por las impactantes imágenes de un país exótico y zarandeado por un guión y realización eficaces, se trague este desenlace tan poco convincente y se emocione hasta las lágrimas. En cambio, un visionado atento de Quiero ser millonario y un conocimiento mínimo referencial sobre la India, nos dejarán una sensación poco entusiasta y más bien algo amarga tanto sobre la película como sobre sus premios. Lo que es otra forma de decir que el peso e impacto de los elementos realistas no llega a opacarse con su ritual y exagerado happy end. Por todo ello se trata de un filme relevante, entretenido (siempre que pasemos del final) y que muestra los problemas y dificultades del desarrollo en la India.
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