Dir. Clint Eastwood | 116 min. | EEUU – Australia
Intérpretes: Clint Eastwood (Walt Kowalski), Christopher Carley (Padre Janovich), Bee Vang (Thao), Ahney Her (Sue), Brian Haley (Mitch Kowalski), Geraldine Hughes (Karen Kowalski), Dreama Walker (Ashley Kowalski), Brian Howe (Steve Kowalski), John Carroll Lynch (Barber Martin), William Hill (Tim Kennedy), Brooke Chia Thao (Vu), Chee Thao (Abuela), Choua Kue (Youa), Scott Eastwood (Trey), Xia Soua Chang (Kor Khue).
Clint Eastwood habría declarado que ésta será su última película como actor. Si tal anuncio resulta finalmente cierto, estaríamos ante un auténtico canto del cisne, ave con la que difícilmente asociaríamos a cualquiera de los personajes interpretados por este distinguido cineasta norteamericano durante su dilatada carrera, pero que, sin embargo, explicaría algunas de las características de Gran Torino. Su famosa voz, ruda, áspera y cascada suena aún más aguardientosa, no sólo por el alcohol o las batallas del pasado, sino por los achaques de un presente en el que la perspectiva más cercana es un asilo de ancianos. Es en estas circunstancias que se encuentra rodeado de vecinos de una comunidad hmong, una cultura repartida entre Vietnam, Laos y Camboya, que migraron a Estados Unidos luego de la guerra en Indochina y han invadido el barrio de Kowalski.
Clint Eastwood habría declarado que ésta será su última película como actor. Si tal anuncio resulta finalmente cierto, estaríamos ante un auténtico canto del cisne, ave con la que difícilmente asociaríamos a cualquiera de los personajes interpretados por este distinguido cineasta norteamericano durante su dilatada carrera; pero que, sin embargo, explicaría algunas de las características de Gran Torino. En primer lugar, el protagonista, Walt Kowalski, un viejo obrero de una industria automotriz ya desaparecida en Detroit, cuya vida ha sido marcada por las heridas emocionales de la guerra de Corea, en la que resultó condecorado; y que al empezar el filme acaba de quedar viudo y vive solo, alejado de sus hijos por su mal carácter o vaya uno a saber qué antiguas querellas familiares. Walt es un viejo conservador y malhumorado, que parece un destilado amargo de otros antiguos personajes eastwoodianos: desde el vaquero de los spaghetti western, hasta Harry el Sucio; no en vano la publicidad de la cinta anuncia: «tomará justicia por sus propias manos». Su famosa voz, ruda, áspera y cascada suena aun más aguardientosa, no sólo por el alcohol o las batallas del pasado, sino por los achaques de un presente en el que la perspectiva más cercana es un asilo de ancianos.
Es en estas circunstancias que se encuentra rodeado de vecinos de una comunidad hmong, una cultura repartida entre Vietnam, Laos y Camboya, que migraron a Estados Unidos luego de la guerra en Indochina y han invadido el barrio de Kowalski. Es entonces que se plantea un enfrentamiento cultural entre el arisco protagonista y sus atribulados vecinos, quienes observan –alarmados– cómo el joven Thao es atraído por una pandilla juvenil liderada por su primo Smokie. Walt, que no para de hacer cínicas bromas racistas, gradualmente va involucrándose con la familia Lor, luego que encarara a los pandilleros y se convirtiera en el héroe del barrio. La gran virtud de esta película consiste en mostrar cómo el conservadurismo político o social no se contrapone con el respeto y aceptación de la diversidad cultural. Kowalski en cierta forma se siente como un resto del pasado, de una época que terminó (las guerras, la industria automotriz) en Estados Unidos, de allí que su compromiso final con la transmisión y el desarrollo de los valores sanos de una comunidad de inmigrantes. El final deja un sabor nostálgico a un mundo que se fue y, al mismo tiempo, de esperanza por la siembra de una tradición en un mundo crecientemente multicultural.
Fuera de esto, la cinta está armada con mucha eficacia y sencillez. Destaca, sobre todo, por ser más económica que las costosas producciones de época, como El Sustituto o Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal. El guión contiene las dosis necesarias de humor, emoción y un suspenso hábilmente manejado, lo que ya es habitual en este veterano director. El resto de actuaciones están muy logradas, sobre todo las de los actores orientales, pertenecientes a ese grupo cultural. La música y la fotografía aportan lo suyo a un thriller eficaz, pero que también aporta una visión honesta al mundo que vivimos.
La trayectoria de Clint Eastwood es la de un aprendizaje permanente, primero del arte actoral y luego de la dirección cinematográfica. Recordemos que empezó como un actor de filmes de acción, primero de la mano del Sergio Leone en esos famosos westerns italianos, filmados en España y, luego, se recicló como Harry Callahan, el policía acostumbrado a trabajar fuera de la ley. Pero, al igual que Sean Connery, Eastwood sintió en su madurez la necesidad de romper con su prototipo y buscar papeles más personales en los cuales desarrollarse; para lo cual, y a diferencia del notable actor escocés, el norteamericano decidió incursionar en la dirección. Es así que empieza con una serie de películas de tipo B, es decir, policiales de bajo costo, pero eficaces y correctamente realizados, en los que intervino también como actor en los papeles habituales en él. Sin embargo, vinieron luego títulos en los que mostró claramente un crecimiento profesional: Los imperdonables, El jinete pálido, Cazador blanco, corazón negro, Bird, Los puentes de Madison, Río Místico, Million Dollar Baby, El sustituto, el notable díptico sobre Iwo Jima, por mencionar algunos; y, ahora, Gran Torino. Crecimiento que ha incluido ocasionales aportes a las bandas sonoras de sus filmes, como compositor. Cintas en las que ha trascendido un poco sus papeles habituales, ya sea incorporando contenidos ideológicos (que califica de libertarios) o interpretando papeles un poco distintos.
Estamos, pues, ante un caso de mayor desarrollo artístico en la madurez, al punto que sorprende cómo este cineasta de 78 años puede seguir produciendo, una tras otra, películas que expanden su propia visión y manteniendo los patrones formales y la tradición del cine industrial estadounidense.
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