Dir. Woody Allen| 96 min. | España – EE.UU
Intérpretes: Rebecca Hall (Vicky), Scarlett Johansson (Cristina), Javier Bardem (Juan Antonio), Penélope Cruz (Maria Elena), Chris Messina (Doug), Patricia Clarkson (Judy Nash), Kevin Dunn (Mark Nash), Julio Perillán (Charles)
Estreno en España: 19 de setiembre de 2008
Estreno en Perú: 26 de febrero de 2009
¿Podemos seguir considerando a Woody Allen como un autor? Es una pregunta que película tras película en esta década, es más fácil de contestar. Allen parece haber tomado conciencia de ello, y al estrechársele bastante las posibilidades de producción en Norteamérica, se ha dedicado últimamente a buscar refugio en Europa. En esa calidad de turista Woody se ha convertido solo en una artesano promotor de una marca en específica: su propio nombre. Lo que se nos ofrece en este paseo por España es una esperada mirada turística que intenta recoger las virtudes humorísticas del Allen más ligero pero sin caer en lo grueso de sus primeras películas. Este tal vez sea su film más comercial pero entendido esto no como la copia directa de los absurdos que dominan el género en la industria, sino como una reducción de sus propios rasgos que ahora hasta pueden tildarse de frívolos.
¿Podemos seguir considerando a Woody Allen como un autor? Es una pregunta que película tras película en esta década, es más fácil de contestar. El otrora rey de la neurosis intelectual hecha cine se ha convertido en un director del cual no distinguimos más la personalidad o el estilo, a no ser que se incluyamos dentro del paquete a sus créditos iniciales en fondo negro que antes simulaban la rutina urbana y profesional a trastocarse en sus historias, pero que ahora solo parecen resumir su notoria decadencia. Allen parece haber tomado conciencia de ello, y al estrechársele bastante las posibilidades de producción en Norteamérica, se ha dedicado últimamente a buscar refugio en Europa. En esa calidad de turista Woody se ha convertido solo en una artesano promotor de una marca en específica: su propio nombre.
Esta nueva forma de trabajo se trajo a un Allen cuestionando visiblemente su estilo. Una tendencia que parecía buena noticia en ese pequeño logro que fue Match Point, película ordenada y más clásica de lo que lo había sido su época de gloria pero que nos dejaba la impresión de un creador en búsquedas. A pesar de ello esta tendencia aparentemente inconformista resultó teniendo el efecto contrario. Ahora vemos a un cineasta de profesión que se limita a rodar con su continuidad de siempre pero con gran ausencia del rigor obsesivo que definió esa tendencia a la parodia como una de las propuestas más interesantes surgidas o inspiradas en la idiosincrasia estadounidense, al menos en parte de ella. Vicky Cristina Barcelona cumple, casi en exclusiva, con la función de acercar al público más amplio el nombre de su director, desde ahora tomado seguramente como parte de especialista en cintas sentimentales o comedietas juveniles.
Lo que se nos ofrece en este paseo por España es una esperada mirada turística que intenta recoger las virtudes humorísticas del Allen más ligero pero sin caer en lo grueso de sus primeras películas. Este tal vez sea su film más comercial pero entendido esto no como la copia directa de los absurdos que dominan el género en la industria, sino como una reducción de sus propios rasgos que ahora hasta pueden tildarse de frívolos. La sola historia parece haber sido concebida como un trabajo alimenticio en el cual España y los españoles pasan solo como motivos turísticos, curiosidades o fantasías de este par de extranjeras dispuestas a quedar maravilladas ante ese apabullante exotismo. No es que sea necesario presentar un retrato realista para que Allen pase la prueba, todo lo contrario. A el siempre lo definió su sueño por traspasar el mundo de maravillas aún dentro de lo opaco y rutinario. El problema es que en el caso de esta película, esa fórmula patentada con talento luce desgastada e incluso desorientada. Esto último se pretender disimular con guiños y lo único que consigue es mucha mayor artificialidad.
¿A quién recurre para dar cuenta de esta historia de amores y desamores de festivo verano? Pues al manoseado amante del amor Francois Truffaut. Queriendo capturar algo de ese sabor mediterráneo, Allen recurre a uno de su directores favoritos para rotar sobre el tema de la inestabilidad sentimental y el juego de vivir intensamente lo mejor de cada corta relación como único remedio no siempre bien entendido. Dos amigas cosmopolitas se pasean entonces con una voz en off narrando cada trance externo e interno como si se tratase del diario final, seco y funcional como cada episodio en los que se deja entender que estas dos opciones tan disímiles en el tema de la pasión y el compromiso, están aliadas por la misma confusión. Pero lo que hacía entrañable a esa dimensión verbal en el universo del francés, se convierte aquí en un recurso excesivo o postizo, algo que resalta aún más cuando entra a tallar el personaje de María Elena dispuesta a robarse el show y a convertirse en toda una réplica desaforada de Jeanne Moreau.
Hay algo paradójico en este personaje interpretado por Penélope Cruz que merece atención. Hasta su aparición a mitad de la función, la película navega casi en la nulidad perfecta (salvo por los cálidos claroscuros de la foto de Javier Aguierresarobe que también se remiten al Almendros truffautiano). Una vez que surge la actriz como una tromba, la película parece levantar en algo, pero todo esto a costa de la sobreactuación y la estridencia queriendo pasar por crispación, Penélope revive en algo la atención sobre la película a costa de su propio desempeño, que desde el papel ya la limitaba a un estereotipo concebido para ser la visión absoluta de la hembra hispana caliente y arrebatada que deja desconcertadas a las prácticas y desabridas visitantes. Teoría ramplona que desemboca en un personaje antipático, incluso más que Scarlett Johansson en su eterno papel de indecisa heartbreaker. Sus apariciones hacen ver por momentos a un Allen más nostálgico por sus demenciales musas antes que por querer hacer un remedo de Jules et Jim.
Tal vez por ello prefiero mil veces la discreción de Rebecca Hall en el papel de Vicky, de lejos el personaje más interesante. La suya es la mirada sobre la película misma que protagonizan los otros. Ese personaje cuyo misterio y detallismo la hacen la única capaz de elaborar el diario de ese viaje. Lástima que la oportunidad de desarrollar mejor a este personaje se encuentre tan frustrada como su existencia en la ficción. Cuando la caravana del goce la deja sola es solo para que el guión añada el innecesario subplot de Judy y Mark, esa historia de amor de mayores que también tiene sus cochinaditas a escondidas. En fin, lo que se me viene a la cabeza es lo que alguna vez leí sobre Kika de Almodóvar: esta parece más una película de un imitador del autor que del autor mismo. Creo que no experimentaré este año otra experiencia tan poco estimulante como la de ver este film que más se acomodaría para la programación del canal de Cosmopolitan un domingo en la tarde.
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