Acabo de ver la película de Claudia Llosa y debo decir que me ha gustado mucho, disfruté la narración austera, apagada, con varias revoluciones menos que Madeinusa. Admiré el magnetismo de una Magaly Solier hecha un nudo de dolor y miedo en su personaje de Fausta y el desempeño de un elenco donde casi todos son novatos pero intensamente creíbles en sus personajes. Aprecié el excelente trabajo fotográfico de Natasha Braier y el diseño de arte a tono con el carácter de la historia, lo mismo que la música de Selma Mutal. Pero entre todo quiero destacar el uso de las canciones, dulces y duras canciones en quechua y castellano que funcionan como detonantes dramáticos, empezando con una tonada a capella que la madre moribunda de Fausta recita y que es una confesión y una denuncia.
Contado así parecería que estamos ante un intenso drama sin tregua, pero felizmente la cinta tiene momentos distendidos, guiños de humor negro que son vías de escape para exhalar el aliento. Y ya que el guión manda que la familia de Fausta -habitantes de un polvoriento barrio marginal- se ganen la vida organizando matrimonios, entonces la música que debía acompañar ciertas escenas tendría que ser bailable ¿Y qué acompañamiento musical escogió Claudia Llosa para esos momentos? Pues nada menos que los sonidos de Los Destellos, grupo que de la mano de Enrique Delgado fundó la llamada cumbia peruana a finales de los años sesenta.
Los Destellos aportaron los temas: Horizonte, La muerte del preso que se fugó por ir a bailar, el clásico Elsa que en la voz de Félix Martínez suena en medio de la película y en los créditos finales, y el instrumental Caminito serrano. Y es justamente este último tema el que más me conmovió, cosa personal por supuesto, pues es un verdadero himno que con la guitarra del maestro Enrique Delgado y el bajo de Tito Caycho hizo bailar a generaciones de peruanos (entre los que se cuenta este servidor), casi como en la película, en pueblos del interior, en matrimonios celebrados al aire libre, al borde de zanjas abiertas listas para recibir las primeras tuberías de agua, luego otra vez en salones alquilados para celebrar la graduación del hijo mayor o en polladas de beneficencia, animando cumpleaños, navidades, acompañando a los migrantes en sus primeras invasiones, décadas de cambios y sueños.
Y ahora esos compases de cuarenta años de vida vibran en el ecran, en Manchay o Larcomar, despertando recuerdos, añoranzas o simple curiosidad ¿Cómo habrán reaccionado en Berlín o España? Quiero creer que el legado de Enrique Delgado (y el de Juaneco, Los Mirlos, Los diablos rojos o Los hijos del sol) ha quedado fijado para siempre en esta película. Y quizás no sea casualidad que ocurra en pleno momento de revaloración de este ritmo que nació de la mixtura de los sones caribeños y el rock de garaje y surf californiano. Eso si, mano de obra 100% peruana.
Escuchar la música de Los Destellos es una razón más para ver la película, y si se engancharon con el ritmo exploren que hay más (ahí están «A Patricia», «Para Elisa», «Amor andino», «La ardillita», «Quinceañera», «Para Elena», «El avispón», «Huascarán», etc.) es cuestión de googlear nomás. Para comenzar pueden tocar un playlist que reúne 45 temas en Grandes de la cumbia peruana, quien tenga orejas que escuche.
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