Sin dejar que el olvido se olvide de él y que la verdadera oscuridad lo envuelva, Martín capea las tempestades del destino con pies de plomo y paso firme. Hace cinco años le detectaron un (gran) problema en las retinas y hace tres se le apagaron las velas de los ojos y aunque en sus pupilas todavía se refleja mi rostro cuando lo tengo al frente, él ya no ve más que negro, que no es igual que no ver nada. Arriesgando que me mande al carajo y no invite la siguiente ronda, disparo: ¿Qué es lo que más extrañas mirar? El bullicio del bar desaparece y con arrugas en la voz responde: La silueta fresca de un trasero de mujer caminando por la calle en invierno y el cine. En ese orden, concluye.
Entonces nos enfrascamos en una poderosa y casi eterna conversación sobre la primera parte de su respuesta, a la cual no haré referencia en estas líneas. Luego, claro está, le pregunto por su afición al cine y por su nostalgia a estar a oscuras olvidándose de la butaca para dejar que la historia le entre por los ojos hasta el alma.
Martín se considera un gran mirador de cine, nunca crítico y la palabra cinéfilo le huele a muerto. Si la expresión no estaría tan trillada diría que a Martín le gusta que simplemente le cuenten una historia. Y eso es precisamente lo que extraña del cine, poder perder (o ganar) dos horas de un día, pactando con quien sea (el guionista, el director o el diablo), solo por el simple hecho de saber la verdad de la historia. Pero claro, me dice mirándome con los ojos en un punto inubicable, hay que saber contar y eso es genético, eso no se puede aprender. Y luego menciona un sinfin de títulos de películas viejas y nombres de directores muertos que por supuesto yo desconozco. Cuando se da cuenta que me está hablando en chino mandarín, calla por unos segundos, me mira fijamente sin mirarme y pregunta: ¿Has visto las películas que participaron en el Oscar de este año?
Como el ciego de Tormes, Martín tiene un lazarillo, un asistente que lo ayuda en esas ridiculeces de la vida que un ciego no puede hacer solo por el simple hecho de no ver, aunque tenga la razón intacta. Como cruzar calles, bajar escaleras o manejar. Carlos es, además de un gran borracho y un buen amigo, los ojos de Martín y gracias a un curso acelerado de Internet, pagado por la pensión de maestro de escuela de Martín, un experto navegante de la red. Además de leer y contestar la correspondencia electrónica de su amigo, Carlos busca, descarga y lee en voz alta los argumentos de las películas que se van saliendo. Así que, a su modo, mi amigo Martín no se pierde ni un solo estreno. Al principio no me creo que Martín extrañe tanto el cine para hacer tamaño esfuerzo, así que lo pongo a prueba preguntándole sobre varias de las películas que yo he visto y que de alguna u otra manera han sido nominadas para el Oscar.
Eso de nacer viejo y morir niño me parece una estupidez y ese Brad Pitt más que actor es un pelele. Esa era de lejos la peor de las cinco, y ya ves, el único Oscar que se llevó fue a mejor maquillaje, puro artilugio cojudo tan típico de Hollywood. Responde cuando lo interrogo sobre El curioso caso del Benjamin Button.
¿Y La duda? prosigo con el interrogatorio. Esa es una buena película, pero a mi cualquier película con Meryl Streep me parece una buena película, así que mi opinión no es de lo más objetiva. Juro que yo le daría un oscar a la Streep todos los años, aunque no haga películas. Pero ya era hora que Hollywood, aunque con dudas, tocara el tema de los curas abusadores de menores. La historia me ha parecido cruda y real y he visto reflejado ese fanatismo presente también en las religiones de este lado del mundo y no solo en el Medio Oriente.
Martín tantea la mesa hasta alcanzar el vaso de ron, le da un trago y dice: Yo también quiero ser millonario, sobretodo si vivo en un muladar de la India. Que las experiencias de la vida te den las respuestas exactas para ser billetón es una moraleja plástica más gringa que hindú. Fuera de eso la historia funciona y la lucha del protagonista, pregunta a pregunta, a través de su vida me parece un gran acierto de los realizadores. La historia, eso si, tiene un vacío porque si cada pregunta del programa de televisión tiene una respuesta directa en la vida del chico hindú, ¿Cómo es posible que la respuesta final sea producto exclusivo del azar? Por eso es que el Oscar no tendría que haber sido para esta película sino para El lector. Una película más sólida, con una historia espectacular producto solo de esos primeros amores, esos que nunca se olvidan. La ternura, aún en tiempos de guerra, nunca abandona la película y ese es su gran ventaja contra las otras cuatro nominadas. No es una historia de guerra, ni de nazis, ni de buenos ni de malos. Es una película de amor y como decía un gran cantante en asuntos de amor siempre pierde el mejor.
Y en asuntos de ceguera, querido Martín, ha perdido el mejor.
* Daniel Bello escribe más crónicas en su blog Diablo Gordo, denle una chequeada.
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